Un mandato: Ascender

 

Admiro a los Alpinistas. No sólo son audaces y valientes, sino que su fuerza la toman de la  misma montaña de la que se han apropiado y a la que han asimilado a tal punto, que hay una atracción mutua, una apropiación e identidad que los configura con la altura, con la libertad de las cimas y del viento. Alpinismo es ascensión, crecimiento, fuerza y pasión. Nada los detiene: Ni el abismo que los tambalea, ni las asperezas del ascenso.

La Biblia tiene una cierta empatía con la montaña. Pareciera que Dios estuviese en las alturas cuando de verdad también está en la raíz como fundamento y garantía de la solidez del trayecto a realiza. Jesús varias veces “sube a la montaña”. Ascensión y montaña van juntas, se complementan como meta y andadura, como crecimiento y realización. Subir es crecer y crecer demanda madurez.

Toda la  escuela de Jesús es ascensión. Es ascesis, crecimiento, superación. Su presencia es permanente. Pero quienes están ahí matriculados tienen que salir, ir más allá de su entorno, de su ‘jurisdicción’. Es decir, tienen que realizar su propia ascensión. Ascender, crecer, madurar. La ascensión es principio y meta. Como principio implica esfuerzo, superación, arranque, decisión. Como meta es apenas la cobertura de nuevas aventuras ascensionales.

En la escuela de Jesús hay mucho silencio, anonimato. Apenas sí hablan las obras y el  testimonio se torna elocuente o por la verdad o por la sangre que es la  misma verdad derramada. El humilde carpintero de Nazaret nos lo fue enseñando así: Trastocar todo el sistema, dar prioridad a lo humano, balbucear el lenguaje de la sencillez, la humildad y la pequeñez. Desde ahí nos trazó el camino de la gloria, del ascenso hasta el logro de nuestras aspiraciones más hondas, más dignas. Eso es la Ascensión.

Cochabamba 28.05.17.

jesús e. osorno g. mxy

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