UNA TRIPLE RELACIÓN
Domingo 6º de Pascua. A
“Les
imponían las manos y recibían el Espíritu Santo” (Hech
8,17). Esas palabras del libro de los Hechos de los Apóstoles cierran la primera
lectura que se proclama en la celebración de la misa del sexto domingo de
Pascua. Es sorprendente ver que el anuncio de Cristo en Samaría, por obra de
Felipe, produce efectos admirables: la liberación del mal, la curación de las
enfermedades y la difusión de la alegría.
A
la vista de esos prodigios, la comunidad de Jerusalén envía allá a Pedro y a
Juan. Su presencia garantiza la autenticidad de aquella misión. Y finalmente la
completa con la imposición de las manos sobre los bautizados, que aún no han
recibido el Espíritu Santo.
El
salmo responsorial (Sal 97) nos sugiere
que también hoy la comunidad cristiana ha de alabar al Señor de forma que todos
los pueblos reconozcan su grandeza y su santidad.
Pero
la alabanza verdadera es inseparable del ejercicio del amor mutuo, que es la
auténtica revelación de ese Dios que es amor (1 Jn
4,7-10).
VER
Y VIVIR
Al
igual que el evangelio del 5º domingo de Pascua, también el que hoy se proclama
recuerda las solemnes palabras de Jesús después de la última cena. Muchas ideas se agolpan en tan pocas líneas.
•
Jesús dirige a sus discípulos una gran promesa. Pedirá al Padre que envíe sobre
ellos “otro” Paráclito, es decir, otro
Consolador o Abogado. Jesús manifiesta que esa tarea formaba parte de su misma
misión. Tarea que ha de ser completada por el Espíritu de la verdad.
•
Además Jesús establece una distinción entre sus discípulos y el mundo en el que
viven. El mundo no conoce ni puede reconocer al Espíritu. Pero los discípulos
lo conocen porque viven en sintonía y mutua habitación con el Espíritu. Por esa
señal se caracterizan.
•
Aún hay más. Jesús promete también a sus discípulos que nunca los dejará
huérfanos. A pesar de las dificultades, ellos podrán verlo y en esa visión
consistirá precisamente la vida de la comunidad. Los creyentes vivirán ya en el
que vive para siempre.
EL
CÍRCULO DEL AMOR
Todavía podemos escuchar y meditar otra promesa de
Jesús: “El que acepta mis mandamientos y los guarda, ese me ama; y el que me
ama será amado por mi Padre, y yo también lo amaré y me manifestaré a él” (Jn 14,21). Meditemos esas palabras del Señor.
• “El que acepta mis mandamientos
y los guarda, ese me ama”. En las
relaciones humanas la sintonía en los valores y los propósitos es signo de
amor. De modo semejante, la prueba del discipulado no está en repetir las
palabras del Maestro, sino en aceptar y cumplir sus mandatos.
• “El que me ama será amado por mi
Padre”. En las relaciones humanas hay un
lazo que une a las generaciones entre sí. También Jesús nos enseña que quien le
ama de verdad será amado por el Padre, que nos ha entregado a su Hijo amado.
• “Yo también lo amaré y me
manifestaré a él”. En las relaciones humanas, el amor no puede concebirse en
una sola dirección. Quien ama espera ser correspondido. Pues bien, Jesús
promete amar a aquellos que le han manifestado su amor cumpliendo sus mandatos.
- Señor Jesús, sabemos que tus
promesas no son palabras vacías. En tu despedida nos has revelado el horizonte
de una triple relación: contigo, con el Padre y con el Espíritu. Una relación
que se fundamenta en el amor, en la verdad y en la vida que perdura para
siempre. Bendito seas, Señor.
José-Román Flecha Andrés