Solemnidad.
La Ascensión del Señor
APARECER,
DESAPARECER, ENCONTRARSE
Padre
Pedrojosé Ynaraja
1.- Recuerdo habéroslo dicho en otras
ocasiones, mis queridos jóvenes lectores: la Ascensión no es más que la última
aparición de Nuestro Señor Jesucristo a sus apóstoles. Era preciso que fuera
así, para que no se quedaran encantados en Jerusalén, sin hacer nada que fuera
consecuente con lo que habían aprendido del Maestro. Era preciso que algo
cambiara y, para que así ocurriera, vino el Espíritu Santo. Pero no me voy a
detener en este último asunto, que será tema de otro día.
2.- ¿En qué consistió el hecho en sí?
es justo que os lo preguntéis y de antemano yo os advierto que seguramente, más
que respuestas, os voy a sugerir cuestiones, que yo mismo no llego a entender.
Me salgo tal vez del tema, pero no sé otra manera de continuar escribiéndoos.
Acudo a lejanos recuerdos. Era muy joven cuando explotó la primera bomba
atómica. No guardo constancia de que el común de la gente se preguntara si era
lícito el proceder de quien la había fabricado y lanzado sobre Hiroshima y
Nagasaki. Los medios añadieron a la noticia las consecuencias que se iban a
derivar de los nuevos descubrimientos. Un maestro nos decía: a partir de ahora,
se ha acabado la pobreza. Los científicos cogerán plomo, romperán sus átomos y
conseguirán así, fácilmente, oro o lo que quieran. Debo advertir que hasta
entonces el vulgo tenía presente la definición heredada de la cultura griega,
que afirmaba que un átomo era la partícula más pequeña que se podía conseguir
de cualquier materia. Átomo, significaba indivisible. Las cosas no eran como
imaginaba la cultura clásica. Una nueva visión de la realidad empezaba.
Evidentemente que lo que os explico no correspondía al saber de los expertos,
que Einstein ya era mayorcito y sus teorías, entre los entendidos, daban mucho
que hablar.
3.- Ahora pasa algo semejante. La
física cuántica, la relatividad, el estudio del universo mediante
radio-telescopios, etc. derriban muchos conocimientos, o más bien
convencimientos, que teníamos. ¿Puede un ser, que existe fuera del enrejado
espacio-tiempo, aparecerse a una persona, que ella sí que está aprisionada en
ello? Evidentemente, no. Es inconcebible e irrealizable. Se cuestionan, pues,
en nuestra conciencia religiosa, nuevas dudas.
4.- En los textos sagrados se nos
habla de que Jesús se apareció a sus discípulos en diversas ocasiones. De que
ya anteriormente, en la Montaña Santa, a Moisés y Elías, Pedro, Santiago y
Juan, los vieron conversando con el Señor, la Transfiguración llamamos. Y no
dudamos, al menos yo, que sea verdad. Tres vulgares judíos, el Hijo de Dios
hecho hombre, y dos individuos famosos que habían fallecido hacía siglos,
estaban reunidos dialogando. Algo tan inaceptable como disolver aceite en agua.
5.- Os he advertido, mis queridos
jóvenes lectores, que no dudo que el acontecimiento sucedió. Ahora bien, creo
que no está expresado correctamente, sino explicado de acuerdo con nociones
simples de aquel tiempo y en el lenguaje, que se usaba por aquel entonces. ¿Qué
fue, pues, lo que aconteció?. Vuelvo a decir, por si
alguno estaba preparando la hoguera para quemarme por hereje, que creo en ello.
Ahora bien, sería más correcto decir que hubo encuentros sensibles, reales, no
ficticios, pero tampoco físicos. Auténticos, pero no encuadrados de la manera que
ocurre nuestro devenir cotidiano Prodigiosos sí, pero no verificables en
laboratorio.
6.- ¿Por qué os explico estas
divagaciones mías? ¿No sería mejor que os diera una explicación de acuerdo con
tantas pinturas que uno recuerda haber visto? Sería para mí también sencillo,
acudir a mis muchas fotografías y recordar el lugar que tantas veces he
visitado, a unos ¾ de hora de las murallas de Jerusalén y a 8 minutos del
núcleo de Beit-Fagé, a menos de media hora de
Betania. Explicaros el recinto, muros en perímetro octogonal, carente de techo,
de la época de los Cruzados, para recordar que los Apóstoles el día de la
Ascensión, se quedaron boquiabiertos mirando al cielo. Sí, podría hacerlo, pero
lo que imaginarais, chocaría con lo que la ciencia actual afirma.
7.- Siempre digo que es preciso que un
día se encuentren un metafísico científico, un metafísico filósofo y un místico
(dejaría entrar por respeto a la historia eclesiástica, con derecho a voz, pero
sin voto, a un escolástico). Y dejarlos dialogar libremente, para que, acabada
la asamblea, nos hablaran, nos contaran, algo de sus especulaciones y nos
adoctrinaran del lenguaje que deberíamos emplear. Que correspondiera a las
verdades reveladas, pero que mereciera también el respeto de los ilustrados.
8.- Encuentro sensible, sí. De acuerdo
con ello continúo. Si hubieran continuado los encuentros, los creyentes se
hubieran apelmazado cuando ocurrieran estos encuentros. Hubieran discutido si
estaba o estuvo uno u otro, o si no lo había visto. Discusiones perversas. Se
hubieran formado también, grupos de afortunados y organizado viajes al alcance
de los ricos. A Nuestro Señor Jesucristo, hubiéramos pretendido empequeñecerlo.
Reducirlo a nuestras medidas habituales. Se acabaron, pues, los encuentros
sensibles.
9.- Vuelvo al relato evangélico.
Bajarían la pendiente hablando, alrededor de la Madre de su Señor, dialogando,
pidiéndole consejo, soñando proyectos y, en llegando a la ciudad, continuar
encerrados en casa de Juan-Marcos, o en el Cenáculo, como era su costumbre. Así
ocurrió. La comunidad estaba viviendo una fase de crisálida. Una encerrona.
Viva sí, pero inmóvil. Y Jesús les había dicho que fueran por todo el mundo…
10.- ¡Pobres de nosotros si todo
hubiera acabado en el Monte de los Olivos! Sabemos hoy, que el Señor se
encuentra con nosotros realmente, sin que lo sea sensiblemente. Y nunca debemos
olvidar el último mensaje. Y proponernos ser fieles a él. ¡Pero no seáis nunca,
mis queridos jóvenes lectores, crisálidas espirituales! La Ascensión se complementa necesariamente con Pentecostés.