CUARTO DOMINGO DE PASCUA, CICLO A
(Hechos
2:14.36-41; I Pedro 2:20-25; Juan 10:1-10)
Hoy en día hay mucha preocupación
acerca de la calidad de vida. Tengo a
una tía que se preocupa por la calidad de vida de los enfermos. Se pregunta si el enfermo que pase todo el
tiempo en cama puede tener una calidad de vida que vale. Tal vez todos nosotros temamos el dolor
crónico o, peor aún, la pérdida de mente.
Dijéramos: “¡Que Dios me lo defienda de ello!”
Los jóvenes hablan de la calidad de
vida como algo económico. Piensan en una
calidad alta de vida como tener los recursos para vivir cómodamente. En su
manera de ver una vida de calidad es comer afuera cuando les dé la gana, tener
boletos para su equipo preferido por la temporada entera, y hacer un crucero
cada dos años. En contraste, la calidad
baja de vida les restringiría a manejar un coche viejo y a trabajar dos empleos
para pagar las cuentas.
En el evangelio hoy Jesús dice que ha
venido para que sus seguidores tengan la vida “en abundancia”. Eso es, quiere presentar a sus seguidores una
calidad muy alta de vida. Pero antes de
que nos comprometamos a él, querremos preguntar ¿de qué exactamente consistirá
la vida “en abundancia”? Si nos
interesa, lo seguiremos. Si no nos llama
la atención, iremos en otro rumbo.
Yo creo el papa Francisco refleja la
vida “en abundancia” tan bien como cualquiera otra persona. Es un hombre que lleva una sonrisa en la cara
que casi parece tan larga como un río.
Aunque tiene que preocuparse por un mil millones almas; aunque se ha
limitado a sí mismo para vivir en un cuarto sencillo; aunque tiene muchos
críticos tanto dentro de la Iglesia como fuera de ella, se queda como persona
positiva. Los problemas no lo
desaniman. Más bien, ve todos los
beneficios que tiene como bendiciones de Dios y le agradece.
La vida “en abundancia” es mantenerse
tan cerca a Jesús que escuchemos su voz a través del día. Es saber muy dentro del corazón que nada o
nadie puede separarnos de su protección.
Si tenemos dificultades, la vida “en abundancia” nos asegura que estamos
avecinando a él colgado en la cruz. Allí
Jesús nos va a volver los retos en ventajas.
Una familia tiene a un hijo con el Síndrome Down. Sus padres y hermanos no lo guardan como una
copa de cristal. No lo ponen en un
rincón para que no se moleste. Más bien
lo tratan como a un niño regular que tiene que aprender cómo aprovecharse de la
vida. En recompensa el niño sirve a sus
familiares como la pegadura que les mantiene unidos. Como niño que disfruta de la atención que
reciba, él facilita a sus familiares crecer en la bondad.
En esta época cuando tantas personas
tienen una abundancia de cosas materiales nos cuesta explicar la vida “en
abundancia”. Realmente no tiene que ver
con coches y cruceros porque es realidad espiritual. Es la certeza que Jesús nos ama y que su amor
es lo que nos importa más. Aunque
tenemos que trabajar tres empleos, su amor nos pone una sonrisa en la
cara. Aunque tenemos el dolor crónico,
nos pone agradecidos a Dios.
Padre Carmelo Mele,
O.P.