DOMINGO FIESTA DE LA SANTÍSIMA
TRINIDAD - CICLO A
RETORNEMOS A LA TRINIDAD.
La Iglesia en
su liturgia ha tomado de Pablo la más bella síntesis de la Trinidad: “Salúdense
los unos a los otros con el saludo de la paz, los saludan todos los fieles. La
gracia de nuestro Señor Jesucristo, el amor del
Padre y la comunión del Espíritu Santo
estén siempre con ustedes” (segunda lectura). Gracia, amor y comunión es lo que
hace del interior de un creyente templo permanente de la trinidad; es una
propuesta digna de acoger, que amplía en la carta a los Efesios: “los exhorto a
proceder como pide su vocación” “Uno es el cuerpo, uno el Espíritu, como es una
la esperanza a la que han sido llamados, uno el Señor, una la fe, uno el
bautismo, uno el Dios Padre de todos, que está sobre todo, entre todos y en todos” (Ef. 1,4-6). La Trinidad se
ha comprometido con nuestra paz: “Vivan en paz, salúdense en paz, para que el
Dios del amor y de la paz esté con ustedes” (segunda lectura). San Agustín
recomendaba: “Siempre que las oraciones o la liturgia hayan terminado démonos un beso de paz los unos con los
otros”.
MOISÉS
DIALOGA CON DIOS.
La Primera lectura nos cuenta que en
una madrugada del monte Sinaí; Moisés llevaba las tablas de la ley cuando Yahvé
se hizo presente diciendo: “Yo soy el señor, el Señor Dios, compasivo y
clemente, paciente, misericordioso y fiel”; Moisés se postró en tierra y lo
adoró con una plegaria que se nos hace familiar a lo que encontramos en Pablo:
“Si de veras he hallado gracia a tus ojos, dígnate venir ahora con nosotros,
aunque este pueblo sea de cabeza dura; perdona nuestras iniquidades y pecados y
tómanos como cosa tuya” (primera lectura).
Moisés es el hombre que permite a Dios
estar presente en nuestra vida ya que de su pueblo es el hombre que siempre
desea escuchar más de Dios para conocerlo: “déjame ver tu gloria...” es decir,
déjame contemplar los signos del amor que me has tenido. Dios le responde como
un Dios de amor “...haré pasar ante tu vista mi bondad”.
MOISÉS
NO VINO DE LO ALTO.
Pero Moisés no vino de lo alto, por lo
que la ley no nos permite nacer de nuevo; el nuevo nacimiento es gracias a Dios
Padre que en Jesucristo nos da el Espíritu para permitirnos hacernos hijos de
Dios por el bautismo “tanto amó Dios al mundo que le envió a su Hijo único, para que todo el que crea en Él no
perezca, sino que tenga la vida eterna” (evangelio). Eterna no significa la
posibilidad más real que tiene el hombre de llegar a su plenitud personal
llevando a plenitud todas sus posibilidades. Lo contrario es la destrucción por
equivocación de la existencia. Para salvar al hombre de ese riesgo, Dios pierde
a su Hijo. Así se comprende que Dios no entra en la historia humana para juzgar
o para formular sentencias condenatorias pues su interés no es la muerte del
pecador sino una vida nueva. Todo depende de la actitud del hombre frente a esta
oferta hecha por Dios: Jesucristo.