Solemnidad.
El Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo
EL
DÍA DE CORPUS DE 2017
Padre
Pedrojosé Ynaraja
Creer en Dios es gran suerte. Los
animales no saben nada de Él. Los vegetales y las rocas, nada de nada.
Creer en un Dios que es persona, que
se nos comunica, que nos podemos comunicar con Él, es gran riqueza. Muchos
hombres carecen de este singular tesoro.
Esta comunicación personal aumenta
cuando habita durante un tiempo entre nosotros. Sus enseñanzas son sublimes, su
comportamiento ejemplar siempre, su Amor, supremo. Su sacrificio en la cruz
lava nuestros pecados.
--¿Quién da más?
--Pues, sí. Dios da más.
Para evitar que de la compañía en la
realidad espacio temporal, la gozaran exclusivamente unos pocos, para que
permaneciera en la historia realmente siempre, inventó, instituyó se dice con
acierto, la permanencia eucarística. Esto ya es inmensa fortuna.
Sabemos que cuando nos incorporamos
litúrgicamente a la proclamación de la Palabra, nos encontramos personalmente,
con el Señor verdad.
Sabemos que cuando dos o más de
nosotros nos reunimos en su nombre, Él se incorpora realmente al encuentro.
--¿Quién da más?
--Pues sí, Dios da más.
Podemos pensar mucho o poco, jugar y
divertirnos o aburrirnos, comer mucho o poco. Pero nosotros no somos biología
exclusivamente. Somos espíritu. Somos alma.
Necesitamos algo más. Y Dios acude en
nuestra ayuda, como siempre, sin defraudarnos. Existe el hambre espiritual, sin
que lo detecte el sistema nervioso, ni el vago, ni el simpático. Pero el hombre
siente a veces, con más o menos urgencia, una satisfacción espiritual. Y Dios
lo sabía. Y acudió a solucionar esta apetencia.
2.- Llegado el anochecer de un día de
primavera, situado el Señor en un ámbito propicio a las confidencias, a los
dones y a los amores. Repleto de emoción. Tomo pan y dijo: esto soy yo y es
para vosotros. Y una copa con vino y dijo: también soy yo, añado: empapo estas
realidades tan humildes de mi misma persona, en su totalidad. Soy vuestro.
Haced de mí lo que queráis, pero os pido que me tratéis con respeto, que me
améis como yo os amo, en estas realidades minúsculas e inocentes de este pan y
vino.
3.- Habló así, pronunciado en arameo.
Le entendieron ellos, seguramente, muy poco, los reunidos, debido a su escasa
erudición. Mejor sería decir que, pese a que hubieran sido enormes talentos,
tampoco lo hubieran entendido. Lo aceptaron porque se acepta lo que alguien nos
ofrece si nos ama, que nunca nos ha traicionado. Lo aceptaron, pero no lo
entendieron, vuelvo a repetir. Tampoco les preocupó mucho. Les había dicho:
Hacedlo en memoria mía y lo hicieron, sin que les causara trastorno mental el
repetirlo.
Ellos eran gente sencilla y lo
comunicaron también sencillamente. Pero les escucharon gente versada, eruditos,
sabios, filósofos, y se propusieron analizarlo, escudriñarlo, observar los
resultados, traducirlo a un lenguaje propio de sabios que se creían genios ¡y
aquí fue Troya!
4.- Vosotros, mis queridos jóvenes
lectores, y yo mismo, hemos heredado un lenguaje, una estructura mental y unos
argumentos, muy propios de la cultura clásica, del gran Aristóteles y del no
menos mayor Platón. Amén de la pléyade de ilustrados filósofos que les
rodeaban.
En estas doctrinas, las de los
clásicos, no entra, ni cabe, que a la materia le corresponda la antimateria. A
la luz, los agujeros negros. Al espacio petrificado en sus medidas, paralítico
universal, la física cuántica. Etc. etc.
5.- Cuando el Señor dijo: esto es mi
cuerpo, no estaba comunicando que allí estaba encerrado su tejido muscular, el
óseo y el nervioso, tal como lo estudiamos. Cuando dijo: esta es mi sangre, no
comunicaba que en la copa había torrente sanguíneo. Estos conceptos, encerrados
en estas palabras, son propios de la filosofía clásica, insisto.
El cuerpo humano, por ejemplo, y el
torrente sanguíneo también, están en continuo cambio físico. Incorporan agua y
la expelen, calcio, yodo, carbono, etc. y lo van perdiendo también.
Constantemente. Pero, no obstante, persiste la realidad corporal.
6.- Es imposible entenderlo, es un
misterio. Aceptar el misterio es una cualidad genuinamente humana. No es
someterse a un engaño. Los animales no son capaces de conseguirlo. Puede una
cosa ser real, pero no detectable sensorialmente ¿alguien es capaz de ver un
electrón o un fotón? Existen, dicen. Son realidades elementales, entre las
tantas, unas tienen masa y otras no, con carga o sin ella, nadie puede negarles
la existencia.
7.- Os copio de enciclopedia, algunas
nociones de estas realidades. “El fotón tiene una masa invariable cero… El
electrón es una partícula subatómica con una carga eléctrica elemental
negativa. Un electrón no tiene componentes o subestructura conocidos; en otras
palabras, generalmente se define como una partícula elemental que participa en
las interacciones fundamentales, tales como la gravedad, el electromagnetismo y
la fuerza nuclear débil…” ¡anda ya, es más difícil de entender que la presencia
eucarística! Y nadie se atreve a negarla. Como aquel que, aquella noche, decía
que no era verdad que el hombre hubiera llegado a la luna, porque él había
salido a mirarla y no había visto a nadie allí.
--Ya lo veis, la realidad no es tan
sencilla. En ella siempre hay misterio, añado. Hay que aceptarlo, si queremos
considerarnos seres humanos de hoy, para el futuro.
--En la Eucaristía existe Cristo, que,
evidentemente, no detectará ni un TAC, ni una resonancia magnética. Hay
existencias no detectables.
(No me atrevo a hablaros de mi
péndulo, que se pone frenéticamente a girar en sentido contrario al de las
agujas del reloj, en presencia de realidades espirituales, sean cuales sean. No
me atrevo a hablaros, porque no creo en la radiestesia, pero resulta que es
verdad, que compruebo, una y otra vez, el fenómeno, aunque no lo entienda.
Vosotros, seguramente, tampoco)
Pero, no lo olvidéis, mis queridos
jóvenes lectores, hay existencias que solo sabemos que prevalecen, por los
efectos que producen en nuestro interior. Existe Cristo en la Eucaristía, e
impacta su Amor en nosotros, sembrándonos de prodigios que podemos hacerlos
germinar y crecer.
8.- La Eucaristía no puede concebirse
sin la aceptación de la Trinidad. Me impresiona mucho cuando en la misa debo
decir: Padre, te presento a tu Hijo, movido yo por tu Espíritu Santo. ¡Anda ya!
¿Pretendo ser un metomentodo, cuando pronuncio esto, mirando al Cielo? A Ti
honor y gloria ¿Y qué menos decirle? En tales momentos, si recapacito, me da
miedo, o respeto reverencial, dicho en lenguaje eclesiástico. ¿Debo continuar
la misa?
9.- Pienso entonces en Santa María
saliendo de Belén, camino de Jerusalén, llevando al Niño. A su Niño, para
ofrecérselo al Padre, a su Padre. El Padre del Bebé y el padre de la Muchacha
Madre y Virgen, en el impresionante vacío del Templo, movida por el Espíritu
Santo, que la había protegido el día que se le propuso aquel cósmico proyecto.
Le pido ayuda y me siento entonces capaz de continuar.
10.- Os he hablado, mis queridos
jóvenes lectores, del misterio. No os he advertido que se realizaba en la
celebración de la misa, pero ya lo habréis notado. Es celebración, pero también
permanencia.
Ahora, inmediatamente después de
ordenar al PC donde he estado escribiéndoos, cuando se apague. Voy a pasar a mi
iglesita, distante pocos metros. Celebrare la misa. Sí, la celebraré
físicamente solo, pero realmente acompañado de una multitud de Cielo y Tierra.
Después, antes de irme, reconociendo
que en el Sagrario está Cristo, rezaré por vosotros y
por muchos. A continuación, como expresión de adoración, haré genuflexión y,
como gesto de amor, le daré un beso.
Nuestro ser y obrar está lleno de
simbolismos. O lo debería estar.