XI Domingo del tiempo ordinario/A
El programa misionero de Jesús. (Mt 9, 36-10, 8)
Este domingo nos encontramos, en el evangelio, con la vocación y la misión
de los doce. Jesús llama a sus discípulos y los envía a llevar el Evangelio: es
Él quien llama. El Evangelio dice que los llamó, los envió y les dio autoridad:
en la vocación de los discípulos, el Señor da el poder: el poder de expulsar
los espíritus impuros para liberar, para curar. Este es el poder que da Jesús.
Él, en efecto, no da el poder de proyectar o hacer grandes empresas; el poder,
el mismo poder que tenía Él, el poder que Él había recibido del Padre, se lo
entrega. Y lo hace con un consejo claro: vayan en comunidad, pero para el viaje
no lleven nada más que un bastón, ni pan, ni alforja, ni dinero: ¡siendo
pobres!
El contenido fundamental de esa misión, se resume en el “Vayan y proclamen
por el camino que ya se acerca el Reino de los cielos. Curen a los leprosos y
demás enfermos; resuciten a los muertos y echen fuera a los demonios”. Y todo,
desinteresadamente: “gratuitamente han recibido este poder, ejérzanlo, pues,
gratuitamente”. Son las dos grandes líneas de la misión evangelizadora, que
también hoy tenemos que revisar cómo la llevamos a cabo en nuestra familia, en
nuestra parroquia y en cada uno de nosotros, en nuestra vida de cada día:
predicar y curar; anunciar la buena noticia de la salvación de Dios y
concretarla en signos explícitos.
Jesús realizó la misión que el Padre le encomendó y, también enseñó a sus
discípulos cómo debían continuar esa misión. Nosotros, amigos de Jesús y
discípulos suyos, sabemos que la misión de Jesús debemos continuarla.
En efecto, no solamente son misioneros los que van lejos; lo somos “también
nosotros, misioneros cristianos, que decimos una palabra buena de salvación.
Ese es el don que nos da Jesús con el Espíritu Santo. Este anuncio: “El Reino
de Dios está cerca de ustedes porque Jesús nos ha acercado a Dios. Dios se ha
hecho uno de nosotros; en Jesús reina entre nosotros y su amor misericordioso
derrota al pecado y a la miseria humana.
Y la buena noticia que los “obreros” deben llevar a todos es un mensaje de
esperanza y consuelo, de paz y de caridad al igual que Jesús que cuando mandaba
a los discípulos a las aldeas les decía: “…curen enfermos, resuciten
muertos, limpien a los leprosos, echen demonios”. Todo esto significa que
el Reino de Dios se construye día a día y da ya, en esta tierra, sus frutos de
conversión, de purificación, de amor y de consuelo entre los hombres (Papa
Francisco, Ángelus, 3 de julio de 2016).
Refiriéndose al espíritu con que los discípulos deben desempeñar esta misión,
el evangelio advierte de que deben ser conscientes de la realidad difícil y a
veces hostil que les espera. “Jesús no ahorra palabras en este sentido cuando
dice: “Los envío como corderos en medio de lobos”. La hostilidad está siempre
en el inicio de las persecuciones contra los cristianos porque Jesús sabe
que la misión está obstaculizada por la obra del maligno. Por eso, el obrero
del evangelio se esforzará en ser libre de condicionamientos humanos de
cualquier tipo, sin llevar bolsa, ni alforja, ni sandalias, como recomendaba
Jesús, para confiar solamente en la potencia de la Cruz de Cristo. Esto
significa abandonar cualquier motivo de vanidad personal, de carrerismo o sed de poder y hacerse humildemente
instrumentos de la salvación obrada por el sacrificio de Jesús”.
La del cristiano en el mundo es una misión…destinada a todos, es una
misión de servicio; requiere tanta generosidad, y sobre todo, tener la mirada y
el corazón, dirigidos a las alturas para invocar la ayuda del Señor. Todos
estamos llamados a establecer el Reino en nuestro corazón y en el corazón de
los más próximos…
Pidamos la intercesión de la Virgen María… para que no falten en la Iglesia
corazones generosos que trabajen para llevar a todos el amor y la ternura del
Padre celestial.