Viernes después del Corpus. Sagrado Corazón de Jesús A: Mt 11, 25-30

En el viernes, después del domingo del Corpus, celebra la Iglesia la solemnidad litúrgica del Sagrado Corazón de Jesús. La fiesta litúrgica comenzó en 1670, al principio en pocos lugares, después en la Iglesia universal. El motivo último estuvo en las apariciones a santa Margarita María de Alacoque. Pero la devoción al Corazón de Jesús ya la vivían muchos santos desde varios siglos antes.

Para nosotros, en la vida normal, la palabra “corazón” no indica sólo una parte de nuestro cuerpo, sino también el centro de las emociones y sentimientos. En el tiempo de Jesús era el centro más total, incluidos los pensamientos y deseos. Pero entonces y ahora hablar de una persona con buen corazón es hablar del amor. Así llamamos a una persona que es “cordial”.

Por lo tanto la devoción al Corazón de Jesús es sobre todo devoción a su amor. El corazón, más que algo material, es algo simbólico del amor de esa persona, que en el caso de Jesús es hombre real, pero es al mismo tiempo Dios. Al pensar en el Corazón de Jesús, pensamos en la persona más noble y tierna, en Jesús, que es el más amable y digno de ser amado.

La devoción al Corazón de Jesús es la devoción a su persona bajo el aspecto principal de su amor. Por eso, al representar en imagen el Corazón de Jesús, no se debe representar el corazón aislado de la persona, sino a la persona de Jesús, en quien se realza su corazón. Este corazón, en las imágenes, tampoco debe tener sólo las características y proporciones del corazón carnal, sino como sublimado. Es decir, que es visible, pero simbólico, porque es emblema del amor.

Aunque todo el evangelio nos habla del corazón de Jesús, es decir de su amor, en el evangelio de hoy, en el ciclo A, aparece la única vez que Jesús mismo nos habla de su corazón. Nos dice que debemos aprender de él, que es “manso y humilde de corazón”. Y esto es para todos, los grandes en la tierra y los que se sienten sencillos.

Claro que los que llevan una vida sencilla están más aptos para poder ser “humildes y mansos de corazón”. Humilde no es precisamente el que se abaja, aunque muchas veces deberemos hacerlo, sino el que reconoce que todo lo bueno es de Dios. Es sobre todo el que no se apega a lo material para que sea Dios el que llene su alma.

Manso no significa apocado o cobarde. La mansedumbre tiene relación hacia los demás. Para ser manso se necesita ser valiente y esforzado; pero no para ir contra los demás, sino contra sí mismo o contra las pasiones que se pueden tener dentro. Y cuando uno ha superado y vencido, con la gracia de Dios, sus propias pasiones, es cuando puede ser para los demás misericordioso, apto para el perdón. Así que se exige a sí mismo para no exigirlo a los demás.

Esto es lo contrario de lo que hacían los fariseos. Recordamos que estamos en el evangelio de san Mateo, quien pone más de relieve el carácter interior de la doctrina de Jesús en contraposición a la de los fariseos que ponían muchas leyes, muy difíciles de cumplir para la gente sencilla. Por eso en el evangelio de este día Jesús da gracias a su Padre porque la gente sencilla va comprendiendo su doctrina.

Y algo que hoy nos dice Jesús es que su yugo es suave en comparación con el yugo opresor que era el complejo de tantas leyes que querían imponer los fariseos. Jesús nos propone el yugo del amor. Puede ser que cuando uno comienza la andadura de la vida espiritual parezca algo pesado; pero cuando uno va penetrando más y más en la bondad del Corazón de Jesús, su yugo va haciéndose más suave, lleno de paz y lleno de mayor alegría.

Cuando se presentó Jesús ante santa Margarita María de Alacoque, lo hizo quejándose amargamente por el olvido y desprecio de tanta gente a su amor. Que con nuestra vida llena de amor podamos desagraviar al amor de Jesús.