24 de Junio; Nacimiento de san Juan Bautista: Lc1, 57-66.80

  La Iglesia da mucha importancia al Nacimiento de san Juan Bautista. En la liturgia se celebra como solemnidad como las grandes fiestas. San Juan Bautista es al único santo a quien la Iglesia celebra el día del nacimiento, además del de Jesucristo y la Virgen María. A los demás santos normalmente se les celebra en el día de su muerte, que es el día de nacer para el cielo, o en otra circunstancia importante como el día en que han sido declarados santos.

Los padres de san Juan eran Isabel y Zacarías. Durante muchos años habían suplicado el poder tener un hijo, ya que entre los israelitas se daba una importancia especial al hecho de tener un hijo, por lo que llevaba en sí la esperanza de que de su linaje pudiera venir el Mesías o Salvador. Eran ya ancianos, cuando Zacarías, que era sacerdote, debía entrar al templo para hacer una oración en nombre de todo el pueblo. Allí se le apareció el arcángel san Gabriel para anunciarle de parte de Dios que iban a tener un hijo. Zacarías dudó y por eso quedó mudo hasta el día del nacimiento.

A los seis meses de nuevo el arcángel san Gabriel anunciaba a María el nacimiento de otro hijo, que iba a ser al mismo tiempo Hijo de Dios. Junto con esa gran noticia le informó que su prima Isabel estaba ya de seis meses de embarazo. María corrió presurosa para ayudarla en aquellos tres últimos meses. El encuentro de María e Isabel estuvo plagado de gracias de Dios, y el niño Juan, que estaba en el vientre de su madre, “saltó de alegría” sintiendo que estaba presente el otro Niño divino, Jesús, que comenzaba en esos días su presencia en el mundo. Esta presencia santificadora de Jesús, tan pequeño, de pocos días, es como un grito contra tantos abortos de niños que son muertos ya desde el vientre de su madre. Por eso la Iglesia cree que Juan Bautista fue santificado en el vientre de su madre, de modo que cuando nació ya no estaba bajo la ley del pecado. Y por eso la Iglesia nos invita a celebrarlo con la alegría de aquella familia y amistades, precisamente seis meses antes de la Navidad.

Había que poner al niño un nombre. Como solía hacerse, sobre todo si el padre era ya mayor, querían que se llamase Zacarías; pero Dios le había escogido un nombre: se llamaría Juan, que significa: “misericordia de Dios”. En verdad Dios había derramado su misericordia sobre aquellos padres, Zacarías e Isabel. Pero también derramaría su misericordia sobre los que aceptasen el mensaje que predicaría el Bautista.

Juan se fue al desierto para prepararse a la misión que Dios le había confiado de preparar los caminos para la venida del Salvador. Seguramente sería enseñado en unas comunidades religiosas que vivían por el desierto. Hasta que comenzó a predicar el camino de penitencia y arrepentimiento de los pecados. A Juan le llamamos Bautista, porque bautizaba con agua a los que venían arrepentidos, pero sobre todo porque anunció otro bautismo en el Espíritu que haría el Mesías. Esta era la gran misericordia de Dios hacia nosotros, que somos pecadores. De esa misericordia ya habló su padre Zacarías, cuando, al sentir que ya no estaba mudo, alabó y bendijo al Señor.

Todos debemos ser un poco como san Juan Bautista: anunciadores de la salvación de Dios y de su gran misericordia. Para ello escuchemos el gran mensaje del santo para preparar el camino del Señor en nuestro corazón. Se trata de convertirnos para disponernos mejor a escuchar y vivir las enseñanzas de Jesucristo.

San Juan fue fiel a su misión hasta dar su vida en su ministerio. Moriría cortada la cabeza, dando fin a su misión de ser testigo de la Verdad. El nos enseña a ser fieles a nuestro deber de cada día; pero sobre todo a ser fieles a los compromisos adquiridos por nuestro bautismo. Jesús un día hizo el mayor elogio que puede hacerse por una persona. Dijo que “entre los nacidos de mujer no hay ninguno mayor que Juan Bautista”. Nosotros también seremos grandes ante Dios si somos responsables en nuestros actos y los hacemos por la gloria de Dios y el bien de los demás.