XII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A

Gracia y audacia para la misión

 

Ante el drama humano del pecado, Pablo, en Rom 5,12-21, presenta la universalidad de la redención de Cristo, contraponiéndola a la universalidad del pecado desde Adán. Pablo quiere mostrar la fuerza liberadora de Cristo transmitida a cada hombre gracias a una relación de solidaridad de Cristo con el ser humano que se contrapone a la de Adán. El punto central de Pablo es el siguiente: Sólo en Cristo encuentra la humanidad el camino para salir de la esclavitud de la muerte.

 

El contraste Adán-Cristo, en la perspectiva paulina, tiene el único objetivo de exaltar el papel salvífico de Cristo. El pecado es la fuerza hostil a Dios, que, introducida en el mundo da al hombre la muerte, pero la muerte no es sólo la muerte física sino la privación de salvación, la muerte espiritual y la separación de Dios. Adán es figura del que había de venir, figura suscitada por Dios, pero imperfecta, para presentar las realidades espirituales antes del Mesías. Lo que Pablo nos muestra no es una correspondencia exacta entre Adán y Cristo. Se trata de una comparación desproporcionada, pues la situación positiva es mucho más rica que la negativa. "Cuanto más" – dice la carta- . No se puede comparar el delito de un hombre al don gratuito de Dios en Cristo. La eficacia de la gracia es muy superior a la del pecado. Pablo pone en ello todo el énfasis al subrayar la incomparabilidad de lo comparado, pues "donde proliferó el pecado, sobreabundó la gracia" de la vida en Cristo. Con este texto, densísimo en su contenido teológico, el apóstol nos introduce en la perspectiva pascual de todo este tiempo de conversión al evangelio.

 

No nos cansemos de testimoniar la perspectiva positiva de la humanidad redimida y transformada por el Espíritu de Dios, la orientación positiva hacia Dios, que formulara en su día K. Rahner, porque si bien es verdad que todos pecaron, es mucha más verdad que todos hemos sido tocados por la gracia de Dios en Cristo y hemos encontrado el camino de la salvación.

 

El segundo discurso de Jesús en el evangelio de Mateo está dedicado a las instrucciones de los doce acerca de la misión para la que han sido llamados (Mt 10,1-42). La llamada y la constitución de los doce es para cumplir la misma misión de Jesús, es decir, la de predicar la cercanía del Reino de Dios y su justicia y la de realizar las mismas actividades que el maestro. Ser discípulo es estar en comunión de vida y de destino con Jesús.

 

Según el programa misionero de Jesús, y sólo para empezar la misión, los discípulos son enviados a Israel, exactamente a las ovejas perdidas de este pueblo, pero más tarde serán enviados a todas las naciones. El evangelio subraya que los apóstoles se han de dedicar principalmente al pueblo cansado y agotado, que anda como un rebaño de ovejas sin pastor (Mt 9,36), a los que están extenuados y abatidos, a los enfermos,  a los pequeños y  los pobres (Mt 18,11.14). La función de los Doce es anunciarles la cercanía del Reinado de Dios en ellos, esto es, comunicar que los últimos de la sociedad, los que no cuentan, los marginados, los pobres y los indigentes son los predilectos del amor de Dios y ocupan el primer puesto en la misericordia divina.

 

La tarea de los discípulos prolonga la actividad mesiánica de Jesús, realizando sus mismos signos y anunciando a los pobres la buena noticia de la salvación. Para enfrentarse a los males que tienen atrapada a la humanidad abatida Jesús advierte a los discípulos cómo deben de comportarse. Su nuevo estilo de vida  debe estar marcado por el signo de la gratuidad y el don generoso de Dios, por una gran libertad que les permita ir por el mundo ligeros de equipaje, haciéndose pobres como los pobres y libres de toda atadura. Sin embargo el éxito de la misión no está garantizado: el discípulo y misionero puede ser acogido o rechazado al igual que su maestro. El verbo “entregar” (Mt 10, 17.19.21) es un hilo conductor del realismo de las instrucciones de Jesús, como también lo es en el relato de la Pasión del Señor. En la traición, el discípulo no debe defenderse. En el conflicto familiar, el discípulo debe aguantar. En la persecución, el discípulo debe seguir anunciando con fidelidad el Reino en la perspectiva de la venida del Hijo el Hombre, siendo consciente de que todo misionero está llamado a compartir el destino de Jesús, el Señor.

 

El evangelio de este domingo es la última parte de este discurso misionero y reitera la invitación a no tener miedo a los perseguidores. Jesús infunde valentía, audacia y coraje en los discípulos para afrontar las dificultades inherentes al proceso de buscar el crecimiento del Reino de Dios y su justicia en medio del mundo. La libertad del discípulo frente a las persecuciones se fundamenta en la confianza firme en el Padre, en la voluntad de Dios, según la cual no hay nada oculto que no deba ser revelado, y sobre todo en su gracia derramada sobreabundamente sobre los discípulos y misioneros.

 

Esa firme confianza en Dios es la que manifiesta Jeremías en medio de la gran tribulación y de las persecuciones en las que está inmerso (Jer 20,10-13). Su misión profética le acarrea un sufrimiento extremo. La persecución forma parte de la vida del discípulo de Jesús. El papa Francisco nos recuerda que hoy la Iglesia es más perseguida incluso que en la primitiva Iglesia y el número de mártires también es mayor.

 

La segunda invitación es a no temer a quien puede hacer perecer el cuerpo pues los misioneros sólo tienen que temer verdaderamente a Dios. Por último la confianza en Dios que vela continuamente por los suyos es la que libera de todo temor.

 

Desde la experiencia misionera y en el contexto del trabajo cotidiano con gentes extenuadas y abatidas, con jóvenes y niños pobres y marginados, podemos asegurar que la palabra de este discurso de misión se cumple día tras día y que la alegría de saber que Dios tiene contados hasta los pelos de nuestra cabeza nada ni nadie nos la puede quitar. Así pues… ¡No tengamos miedo!... sino audacia y coraje, pues donde proliferó el pecado, sobreabundó la gracia. 

 

José Cervantes Gabarrón, sacerdote misionero y profesor de Sagrada Escritura