12ª semana del tiempo ordinario. Lunes: Mt 7, 1-5

Está Jesús en el “sermón de la montaña” dando las pautas de cómo tiene que ser aquel que quiera ser discípulo suyo. Son como una especie de explicaciones de lo principal que deben tener: amor a Dios y al prójimo. Y en estas explicaciones sobre el amor al prójimo debemos tomar estas palabras acerca del juicio o no juicio que debemos tener sobre las acciones de nuestros prójimos.

Y lo primero que dice es que no hay que juzgar. Y no lo dice, porque se entiende, que no hay que juzgar injustamente o con severidad o con mentira. Jesús nos dice simplemente que no juzguemos a los demás. Claro que en una sociedad conviene que haya jueces y que se castigue a los malhechores para el bien de los demás. Aquí Jesús, como en otras muchas ocasiones, habla de una actitud.

La actitud, como en todo este “sermón”, es actuar lo contrario de lo que hacen los fariseos. Éstos se sentían tranquilos y hasta orgullosos con su actuación religiosa, porque procuraban cumplir toda la ley de la manera más perfecta, pero en el plano externo. En lo interno despreciaban a los que consideraban pecadores, aunque no lo fuesen ante los ojos de Dios. Se creían jueces en lo espiritual.

Por eso nos dice Jesús que no juzguemos. La razón principal es porque es muy fácil que nos equivoquemos. El orgullo, el egoísmo, hace que veamos hasta la paja del ojo vecino, mientras que no vemos la viga que está en el nuestro.

Esto parece ser como un refrán popular. Jesús solía hacer esta clase de expresiones que nos parecen exageradas para que les entrase más por los sentidos lo que quería decir: que es muy difícil juzgar equitativamente a los demás. Para ello necesitamos mucho amor.

La mayoría de personas tratamos peor a los otros que lo que nos tratamos a nosotros mismos. No era así entre los santos. Se cuenta con frecuencia entre santos fundadores de alguna congregación, y otros, que ellos se trataban con mucha aspereza y sin miramientos, mientras que a los demás trataban con mucha dulzura.

No es ese el pensar del mundo ni era la actitud de los fariseos. Por eso Jesús nos previene para que, antes de querer corregir al otro, comencemos con corregirnos nosotros mismos. De esta manera estaremos más preparados para poder juzgar a los demás y poderles quitar la paja del ojo.

En varias ocasiones vuelve Jesús sobre asuntos parecidos. También san Pablo lo repite cuando nos habla de no juzgar antes de tiempo. El juicio pertenece a Dios. Él es quien un día nos juzgará con toda justicia y misericordia. Mientras tanto busquemos el bien de todos y acertaremos.

Es difícil acertar, porque es difícil tener una gran vida espiritual. El Espíritu Santo nos puede ayudar con sus dones para poder juzgar rectamente. Pero estos dones están unidos al amor. Y no olvidemos que el verdadero amor todo lo excusa, no busca lo suyo, todo lo tolera. Por eso, aunque el mundo diga lo contrario, acertaremos si miramos la parte positiva de las personas y no lo negativo.

Jesús nos dice que con la medida que midamos seremos medidos. Por lo tanto si queremos que se nos juzgue con misericordia, juzguemos también nosotros con misericordia.

Habrá alguno que diga que en ese caso es mejor no preocuparse de los demás. El tratar con misericordia quiere decir que nos preocupamos de los demás. Así nos lo enseñó Jesús: Debemos preocuparnos del bien de los demás, principalmente del bien total, el futuro, sin descuidar el actual y terreno. Debemos buscar la manera de salvar al hermano y aun corregirle. Pero que todo sea hecho dentro de la misericordia, con mucho amor y perdón.