XV Semana del Tiempo Ordinario, Ciclo A

La Palabra dará su fruto 

La creación entera esta gimiendo con dolores de parto aguardando la plena manifestación de los hijos de Dios. Esta idea de la lectura paulina de este domingo (Rom 8,18-23) puede ayudarnos en Bolivia a afrontar con esperanza el dolor y la consternación que hoy vive la población cruceña por el atraco frustrado de una joyería, cuyo balance dejó cinco muertos y ocho heridos en un escenario de violencia armada en el centro de la ciudad y a pleno día como si de una película se tratara. Estamos ante un gran problema de inseguridad ciudadana que sigue sin resolverse en esta ciudad y en otras ciudades de Bolivia, propiciado por la violencia descontrolada que impera en nuestros ambientes y que anida en el corazón de los seres humanos, pero que no se llega a controlar mínimamente en individuos como los que perpetraron este hecho fatídico. Hay mucho camino que recorrer todavía para llevar la palabra de la paz, del respeto al otro y de la no violencia al corazón de nuestros ciudadanos y en ello deberíamos poner más empeño todas las instituciones sociales, educativas y directivas de este país. Como cristianos seguiremos compartiendo la Palabra del Evangelio y aguardando activamente la plena manifestación de lo que somos en nuestra identidad más profunda: hijos de Dios, llamados a vivir en el amor y en la concordia, con respeto mutuo y en paz. La palabra de este domingo puede ayudarnos a ello.

La parábola del sembrador en labios de Jesús (Mt 13,1-23; Mc 4,1-20; Lc 8,4-15), con su asombrosa sencillez, podría ser, en primer lugar, como una representación de toda vida humana y de las diversas actitudes respecto a los dones recibidos, a las virtudes que cada uno tiene, y al desarrollo de nuestras cualidades personales. Nos podemos preguntar qué calidad de semilla y de palabra hay en nosotros, por dónde va creciendo tal semilla y si, de hecho, estamos en producción, independientemente de cuánto producimos. En segundo lugar, y desde una consideración específicamente cristiana, con la explicación alegórica que el mismo evangelio presenta, podemos plantearnos en qué medida la palabra del Reino, el mensaje principal de Jesús, va calando en cada uno de nosotros, tomando cuerpo en nuestra existencia hasta el punto de convertirnos también en Palabra viva y eficaz del Reino proclamado y prometido en las Bienaventuranzas, un Reino de Dios que pertenece a los pobres y que producirá un cambio radical de la situación social de nuestro mundo con la manifestación del nuevo orden en el que impere la justicia, florezcan la paz y la libertad y toda persona pueda vivir en las condiciones de igualdad de lo que todos los seres humanos somos: hijos de Dios.

Nuestra vida como palabra, con todas las capacidades y potencialidades de cada persona, y nuestro cristianismo como evangelio pueden crecer en las diversas formas que la parábola nos describe. La palabra junto al camino es la que, por quedarse en la superficie, fácilmente se la lleva cualquier viento o la última moda. Puede aplicarse a la vida trivial y al cristianismo superficial, en los que si no penetra el rejón de labranza para dejar la tierra mullida y permeable, ésta no puede fructificar. La palabra entre las piedras es la palabra hueca, sin raíz, es una palabra chispeante, como una burbuja o como fuegos de artificio, sin ninguna profundidad. Puede referirse a la vida y a la religión light, que, a pesar de la alegría aparente, sucumbe ante cualquier dificultad, exigencia o compromiso. Si con las piedras no se hace una limpieza a fondo, tampoco es posible crecer. La palabra entre zarzas es la vida humana sometida a los agobios del sistema vigente, bien sea al imperio de los criterios consumistas, a la seducción engañosa de la riqueza y a la aspiración suprema del tener y acaparar bienes, valor primordial y sustantivo de las sociedades acomodadas, bien sea al imperio de los criterios banales como la mentira, la corrupción, la permisividad del narcotráfico, el revanchismo, el desconocimiento y minusvaloración de los diferentes, el relativismo moral, la falta de transparencia en la gestión social y política, y la falta de respeto a la dignidad y a la libertad de la vida humana. Todo ello es muestra de estilos de vida incapaces de hacer crecer el Reino de Dios y su justicia.

El mensaje de Jesús reclama la necesidad de escuchar y de comprender la Palabra, de echar raíces y de fortalecerse, para dar fruto. Éste es el talante requerido por Jesús para que nuestras vidas sean productivas. En el profeta Isaías se anuncia una palabra de esperanza y de consuelo: «Como bajan la lluvia y la nieve del cielo, y no vuelven allá sino después de empapar la tierra, de fecundarla y hacerla germinar, para que dé semilla al sembrador y pan al que come, así será mi palabra, que sale de mi boca: no volverá a mí vacía, sino que hará mi voluntad y cumplirá mi encargo» (Is 55,10-11). Del mismo modo en San Mateo el protagonismo del Evangelio lo tiene la palabra. Y esa palabra no es sólo un libro, sino el mismo Cristo en persona que camina con nosotros y nos abre las Escrituras.

El Concilio Vaticano II nos expone que la palabra de Dios constituye, junto al sacramento eucarístico, el auténtico pan de vida de la Iglesia desde su origen, recuperando así los dos elementos esenciales de la vida espiritual de los cristianos: El Pan-Cuerpo de Cristo y la Palabra-Cuerpo de Cristo (DV 21: “La Iglesia ha venerado siempre las Sagradas Escrituras al igual que el mismo Cuerpo del Señor, no dejando de tomar de la mesa y de distribuir a los fieles el pan de vida, tanto de la palabra de Dios como del Cuerpo de Cristo, sobre todo en la Sagrada Liturgia). Benedicto XVI ha desarrollado la trascendencia de la palabra divina en su exhortación apostólica “Verbum Domini llegando a proclamar que el Evangelio es el Cuerpo de Cristo (VD 56).

El texto de Pablo en la carta a los Romanos nos revela la gloria futura de los hijos de Dios y marca el horizonte de la gran esperanza a la que los seres humanos hemos sido llamados junto con toda la creación (Rom 8,18-23). Entre los sufrimientos de la vida presente y la gloria futura no hay proporción. Si bien es verdad que todavía estamos inmersos en el dolor de la vida mortal con todas las manifestaciones individuales y sociales del sufrimiento humano, es mucha más verdad que la esperanza que nos da la salvación, acontecida ya en Cristo crucificado y resucitado, nos permite vislumbrar, anhelar y esperar la liberación definitiva de toda corrupción y de todo mal que afecta al ser humano y participar en la libertad de la gloria de los hijos de Dios, pues poseemos ya las primicias del Espíritu. Pablo describe esta gran esperanza con la imagen apocalíptica de los que gimen con dolores de parto aguardando la revelación plena de lo que ya somos: hijos de Dios. La esperanza es la virtud teologal que expresa la gran alegría del Espíritu de Dios en nosotros y nos capacita para resistir con firmeza y aguantar activamente los envites del mal, pues tenemos la certeza de que “hemos sido salvados en esperanza” (Rom 8,24) y que la gloria correspondiente a esta salvación un día se manifestará en plenitud.

Para avivar el dinamismo de la esperanza cristiana y de la palabra de Cristo en la vida y la misión de la Iglesia se requiere potenciar al máximo la capacidad de escucha, el conocimiento y la comprensión del Evangelio, el cual lleva consigo la vida, la paz y la salvación para toda persona y sólo así será la Iglesia verdadero sacramento mediador al servicio del Reino en el cual está puesta la esperanza inquebrantable de los hijos de Dios. El Evangelio constituye por eso el primero de los grandes temas que vertebran el V Congreso Americano Misionero, a celebrar el próximo año en Santa Cruz de la Sierra, y que con especial énfasis estamos preparando en Bolivia, de lo cual es una muestra el Encuentro de Jóvenes Misioneros que ha tenido lugar en Santa Cruz durante esta semana.

Estamos convencidos de que la Palabra del Evangelio dará su fruto, porque así lo ha dicho el Señor.

José Cervantes Gabarrón, sacerdote misionero y profesor de Sagrada Escritura