Domingo XV/A

(Is 55, 10-11; Rm 8, 18-23; Mt 13, 1-2)

 

Diversos tipos ante la Palabra que Dios siembra a diario en el corazón

 

Y la verdadera protagonista de esta parábola es precisamente la semilla, que produce mayor o menor fruto según el terreno donde cae.

Y la verdadera protagonista de esta parábola es precisamente la semilla, que produce mayor o menor fruto según el terreno donde cae.

 

El Evangelio nos presenta a Jesús predicando a orillas del lago de Galilea, y dado que lo rodeaba una gran multitud, subió a una barca, se alejó un poco de la orilla y predicaba desde allí. Cuando habla al pueblo, Jesús usa muchas parábolas: un lenguaje comprensible a todos, con imágenes tomadas de la naturaleza y de las situaciones de la vida cotidiana.

 

La primera que relata es una introducción a todas las parábolas: es la parábola del sembrador, que sin guardarse nada arroja su semilla en todo tipo de terreno. Y la verdadera protagonista de esta parábola es precisamente la semilla, que produce mayor o menor fruto según el terreno donde cae. Los primeros tres terrenos son improductivos: a lo largo del camino los pájaros se comen la semilla; en el terreno pedregoso los brotes se secan rápidamente porque no tienen raíz; en medio de las zarzas las espinas ahogan la semilla. El cuarto terreno es el terreno bueno, y sólo allí la semilla prende y da fruto.  (Homilía de S.S. Francisco, 13 de julio de 2014).

 

No es problema del sembrador, que es magnífico. No es problema de la semilla, que tiene la potencia de germinar y dar fruto. El problema es el terreno donde cae esa semilla. Diversos tipos de personas ante la Palabra que Dios siembra a diario en el corazón.

 

Como Jesús mismo explica a sus discípulos, este sembrador representa al Padre, que esparce abundantemente la semilla de su Palabra. La semilla, sin embargo, se encuentra a menudo con la aridez de nuestro corazón, e incluso cuando es acogida corre el riesgo de permanecer estéril.

 

Esta parábola habla hoy a cada uno de nosotros, como hablaba a quienes escuchaban a Jesús hace dos mil años. Nos recuerda que nosotros somos el terreno donde el Señor arroja incansablemente la semilla de su Palabra y de su amor. ¿Con qué disposición la acogemos? Y podemos plantearnos la pregunta: ¿cómo es nuestro corazón? ¿A qué terreno se parece: a un camino, a un pedregal, a una zarza? Depende de nosotros convertirnos en terreno bueno sin espinas ni piedras, pero trabajado y cultivado con cuidado, a fin de que pueda dar buenos frutos para nosotros y para nuestros hermanos.

 

El Papa Francisco en la vigilia de oración con los jóvenes (en Río de Janeiro 2013) los cuestionaba así: Jesús nos dice que las simientes que cayeron al borde del camino, o entre las piedras y en medio de espinas, no dieron fruto. Creo que con honestidad podemos hacernos la pregunta: ¿Qué clase de terreno somos, qué clase de terreno queremos ser?

 

Quizás a veces somos como el camino: escuchamos al Señor, pero no cambia nada en nuestra vida, porque nos dejamos engañar por tantos reclamos superficiales que escuchamos. Yo les pregunto, pero no contesten ahora, cada uno conteste en su corazón: ¿Yo soy una persona seducida por las voces de las sirenas del mundo?

 

O somos como el terreno pedregoso: acogemos a Jesús con entusiasmo, pero somos inconstantes ante las dificultades, no tenemos el valor de ir a contracorriente. Cada uno contestemos en nuestro corazón: ¿Tengo valor o soy cobarde?

 

O somos como el terreno espinoso: las cosas, las pasiones negativas sofocan en nosotros las palabras del Señor (cf. Mt 13,18-22). ¿Tengo en mi corazón la costumbre de jugar a dos aguas, y quedar bien con Dios y quedar bien con el diablo? ¿Querer recibir la semilla de Jesús y a la vez regar las espinas y los cardos que nacen en mi corazón? Cada uno en silencio se contesta.

 

Hoy, sin embargo, yo estoy seguro de que la simiente puede caer en buena tierra. Pero alguien puede decir: No padre, yo no soy buena tierra, soy una calamidad, estoy lleno de piedras, de espinas, y de todo. Sí, puede que por arriba, pero haz un pedacito, haz un cachito de buena tierra y deja que caiga allí, y vas a ver cómo germina.

 

No olvidemos que también nosotros, por nuestro bautismo, somos sembradores; y también aquí podemos plantearnos la pregunta: ¿qué tipo de semilla sale de nuestro corazón y de nuestra boca?, ¿Qué he sembrado en mi familia…? (S.S. Francisco, 13 de julio de 2014).

 

Levantemos nuestros ojos hacia la Virgen. Ella nos ayuda a seguir a Jesús, nos da ejemplo con su ‘sí’ a Dios: “Aquí está la esclava del Señor, que se cumpla en mí lo que has dicho” (Lc 1,38). Se lo decimos también nosotros a Dios de todo corazón, junto con María: Hágase en mí según tu palabra.