XVI Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo
A
Lecciones de cosas
Padre Pedrojosé
Ynaraja
1.-
Durante las etapas de mi vida en las que me tocó ser discípulo, he conocido
muchos maestros y profesores. Distingo yo las dos profesiones, tal vez mejor
vocaciones.
--Llamo
profesor al que conoce su oficio, cumple con ello y es competente. No siempre los
que tuve, lo ejercieron ejemplarmente, por muchos títulos, nombramientos y
prestigio que pudieran tener.
--Llamo
maestros a los que su vocación la contagiaban y sus conocimientos los
propagaban sin esfuerzo, ni de emitirlos, ni de los alumnos asimilarlos,
cargados como iban de entusiasmo, de su interior riqueza espiritual. Una de las
características de estos últimos, es que no se ceñían totalmente a un programa
establecido. Aprovechaban, eso sí, cualquier ocasión que se presentase, para
enseñarnos algo nuevo y vivo, que nos fuese interesante y situado en terreno
conocido por nosotros.
2.-
El Señor Jesús, mis queridos jóvenes lectores, fue en su tiempo, uno de estos.
Fue un excelente Maestro. Lo de profesor tal vez sea mejor dejarlo para
Gamaliel. Os he dicho terreno conocido y de interés, evidentemente, el vuestro
no será idéntico al de los primeros oyentes, labradores de Galilea, la mayor
parte. La Galilea que habitaban era una región eminentemente agrícola, con sus
tiempos de siembra y de cosecha. De crecimiento y de barbecho. Con su
vegetación silvestre y la que germinaba y crecía gracias al esfuerzo del
agricultor que la cultivaba. El Maestro supo aprovechar las circunstancias que
le brindaba la naturaleza, para trasmitir el encargo recibido del Padre.
Nosotros, para sacar todo su jugo a las enseñanzas dirigidas a aquellas gentes,
deberemos conocer la realidad de los ejemplos que escogía. Mi mensaje-
comentario- homilía, es lo que pretende conseguir.
3.-
El trigo, supongo que todos vosotros, mis queridos jóvenes lectores, lo
conocéis. De él sale el pan de cada día. La cizaña ya es harina de otro costal.
Os confieso que hasta hace pocos días creía era un hierbajo muy abundante por
el entorno de mi casa y estudiando comentarios últimamente, he llegado a la conclusión que es otro. Poco
importa se trata de un yuyo cualquiera, como dirían en Argentina. Cuando uno
planta un vegetal en un vulgar tiesto, le salen muchas plantitas, no puede uno
apresurarse, cuando son pequeñas, casi todas se asemejan. Más tarde también hay
que tener mucho cuidado, si uno se precipita, al arrancar las malas, puede
perjudicar las raíces de las escogidas, las buenas que queremos conservar.
4.-
En cualquier ambiente se mezclan gentes buenas y malas. El primer día de
adentrarnos en él, nada nos inquieta, poco después, surgen disputas,
descubrimos que no todo es trigo limpio, como se dice vulgarmente, y nunca tan
bien aplicado. Hay que, con serenidad, reconocer la realidad, calcular si tiene
remedio, si algo podemos hacer, si nada es posible, apartarnos discretamente.
Nunca olvidar, nunca ofender. Si no hay otro remedio, rezar. Tal vez llegue un
día, Dios no tiene prisa, no lo olvidéis, la oración dé resultado. Las personas
pueden cambiar, los vegetales no. las parábolas siempre tienen un aspecto que
no es aplicable.
5.-
El grano de mostaza… ¡hay Dios mío, cuanto me ha hecho cavilar y preguntar esta
insignificancia! Después de mucho hacerlo, ya que en aquellos tiempos no
existía la nomenclatura linneana y la palabra solo
aparece en la Biblia y en el Talmud, disponiendo de tan pocas noticias, los
expertos que en Tierra Santa viven, llegan a la conclusión de que no es ningún
vegetal concreto. Ni la que proporciona la mostaza de Dijon, ni los arbustos
que crecen abundantemente por allí y nos dicen que es la mostaza evangélica y
hasta los chicuelos la venden (nicotiana glauca, se
llama). Cualquier semilla sirve para entenderlo. Yo, sin querer corregir al
Maestro, acostumbro a decir que con una
patata, por grade que sea, uno no puede hacer ni siquiera un mondadientes. Pero
un diminuto piñón, germina y crece y se convierte en un pino, del que se puede
hacer una nave y atravesar con ella el océano. No despreciéis nunca, mis
queridos jóvenes lectores, a los pequeños, a los humildes ¡quién sabe lo que
hará el Señor con ellos!
6.-
La parábola de la levadura en mi caso es muy elocuente. Me hago el pan en casa.
En la panificadora pongo 500gr de harina, 370gr de agua y solo 5,5 gr de
levadura, que son suficientes para fermentar toda la masa. Un día olvidé poner
el poquito de levadura y cuando fui a sacar la pieza, pequeño era su volumen y
duro como una piedra. No era comestible, era inservible para ofrecerlo a mis
huéspedes, hube de dárselo a los gatos, y aun así previo ablande.
7.- No penséis nunca que sois pocos, no
admiréis lo que en algunos sitios se hace, no visitéis comunidades de gran
vitalidad y penséis que allí sí que se rinde y no podéis por vuestra parte
hacer nada. Tampoco tengáis prisa. En mi máquina introduzco, como os he dicho,
los ingredientes y debo esperar 3h10m para poder recoger el
pan.
Pero,
hechas estas explicaciones que espero os sirvan, no os lo toméis como anécdotas
bonitas, dignas de admiración y nada más. Tened siempre presente la advertencia
del final, quien no hace caso, quien no quiere esforzarse y rendir, será
condenado.
(P.D.
por si os extraña el título de este mensaje, os confío que era el nombre que
daba un excelente maestro que tuve en Burgos, a las lecciones ocasionales que, con motivo de que llevara un trozo de
azufre yo o viniera una colaboradora y trajera corcho, nos dictaba. Los dos
ejemplos que os he contado, hubo muchos más, todavía los recuerdo y me son
útiles. De aquí el titular, que sea también homenaje a Don Manuel Serrano, que
así se llamaba)