DECIMOCUARTO DOMINGO ORDINARIO, Ciclo A

 

(Zacarías 9:9-10; Romanos 8:9.11-13; Mateo 11:25-30)

 

Una vez un hombre explicó cómo se conoció al Señor.  Dijo que una noche estaba deprimido.  Pues, su esposa acabó de recibir el reporte de su médico que tenía cáncer.  Necesitaba tratamientos urgentemente.  El hombre no sabía qué haría sin ella.  Después de cerrar la puerta de la iglesia como era su costumbre, se arrodilló para rezar.  Entonces sintió el brazo de Jesús en sus hombros.  También escuchó la voz del Señor diciéndole que no se angustiara, que todo resultará bien.  De ese momento en adelante el hombre recuperó la confianza.  Podia apoyar a su esposa en la luchar contra la enfermedad.  El hombre parece como Jesús en el evangelio hoy.

 

Una dificultad que tenemos por leer sólo tramos del evangelio cada domingo es que no vemos el contexto.  En la sección que acabamos de leer, por ejemplo, no tenemos cuenta que Jesús está dando gracias a su Padre Dios a pesar de que no le ha ido muy bien.  Aunque la gente se maravilla de sus sanaciones, no le sigue en grandes números.  Más frustrante, a cada paso los fariseos llegan disputando su autoridad.  Sin embargo, Jesús no permite que se quede por vencido. Más bien, halla alivio en las bendiciones que ha tenido.  Ha formado un grupo de discípulos.  Ha ayudado a varias personas con sus pruebas.  Y, sobre todo, ha sentido la cercanía de su Padre Dios. 

 

Es como un agricultor que perdió miles cuando una sequía agredió su región hace varios años.  Era difícil, pero ya siente tranquilo porque la experiencia le dio la oportunidad para recapacitar su vida.  Ahora no se preocupa de dinero porque sabe que nunca va a tener bastante.  En lugar de pensar en una fortuna, se ha dedicado a servir a Dios.  Dice que no tiene recursos para invertir en la tecnología como la mayoría de los agricultores.  Como resultado las filas de su cosecha no están tan rectas como los demás.  Pero como recompensa tiene un corazón bien cuadrado con él del Señor.

 

Sí nos cuesta dejar para atrás nuestras ambiciones para poner a Jesús en primer lugar.  Queríamos ser ricos, bellos, y apreciados.  Y la verdad es que no estábamos pecando simplemente por buscar las cosas para hacernos así.  Pero Jesús nos ofrece una riqueza, una belleza, aún un aprecio más grande cuando lo ponemos a él como número uno en nuestras vidas.  Nos hacemos más tranquilos en nuestras tareas diarias y más confiados en nuestro bien eterno.  ¿No es lo que queremos: ser más tranquilos ahora y más seguros de nuestro bien eterno?  Claro que sí.

Padre Carmelo Mele, O.P.