SOLEMNIDAD DEL CUERPO Y LA SANGRE DE CRISTO, CICLO A
(Deuteronomio 8:2-3.14-16; I Corintios 10:16-17; Juan 6:51-58)
Se pensara que una parroquia con la adoración
perpetua sería poco activa. Pues, buscar a feligreses para rezar delante
del Santísimo Sacramento ciento sesenta ocho horas por semana es en sí un reto
grande. Tal vez quisiéramos preguntar: “¿Cómo la parroquia podría
encontrar a personas para llevar comidas a la gente sin recursos o para visitar
a los asilos de ancianos?” Sin embargo, en mi experiencia sirviendo en
una parroquia con la adoración veinticuatro-siete vi a la gente participando en
muchos ministerios. Pareció que la adoración engendró una variedad de
actividades. ¿Cómo podría ser?
Creo que la razón queda en el contenido de la
adoración. Más tarde o más temprano el que adora se preguntará: “¿Qué es
esta cosa delante de mí?” y “¿Qué es el propósito de estar aquí
mirándola?” Estas preguntas le llevan al descubrimiento que el objeto en
su enfoque no es una cosa sino una persona. De hecho, da cuenta que la
hostia en el custodio es el que dice en el evangelio hoy: “’Yo soy el pan vivo
que ha bajado del cielo…’” Es Jesucristo, el Hijo de Dios que vino al
mundo para compartir la vida divina con los seres humanos.
El propósito de la vigilia es darse cuenta de
esta acción divina. Dicen algunos que la Eucaristía es para consumirse no
para adorarse. Pero ¿cómo se podría apreciar una comida rica sin tener el
tiempo para saborearla? La contemplación delante del Santísimo asemeja el
saborear la comida más rica que hay. Es revolver en la mente lo que
significa que el magnífico Dios se limitó a sí mismo para compartir nuestro
lote humano. De hecho, hizo dos sacrificios que muestran lo extenso de su
amor para el mundo.
Además de hacerse hombre, Dios se entregó a sí
mismo a una muerte horrífica. Se dice que la crucifixión era una de las
formas de tortura más crueles siempre inventadas. Causa no sólo dolor
agudo y largo sino también la muerte de la asfixia. Pues sólo un
sacrificio tan grande podría recompensar el egoísmo humano que sabemos bien es
inmenso.
Si su sacrificio nos ha quitado el pecado,
querremos preguntar cómo deberíamos responder a su gracia. También se
puede buscar la respuesta en la contemplación delante del Santísimo. San
Pablo escribe a los corintios que forman los miembros del cuerpo de
Cristo. Y así somos nosotros. Le servimos por ayudar a los demás,
particularmente a los pobres e indefensos. Un católico comprometido cuenta
de su experiencia como un entrenador de un equipo de voleibol compuesto de
jóvenes supuestamente “incapacitados”. Dice que los muchachos tuvieron
una simpatía tremenda no sólo para uno y otro sino para él también. Se le
pregunta: ¿qué les falta más a los “atletas especiales”: el interés de otras
personas o la oportunidad de competir? Contesta que sí algunos tienen el
impulso de competir pero todos responden al amor.
Hoy se celebra el Día de Padre en muchos países. Es ocasión para
honrar a nuestros padres por sus aportes a nuestro bien. Vemos en su
trabajo, su acompañamiento, y sus consejos una vislumbre del sacrificio que nos
ha hecho Jesucristo. Y vemos en nuestro aprecio de nuestros padres una
semejanza de nuestra respuesta a Jesucristo. Como somos agradecidos de
ser partes de sus familias, somos deseosos a servir como miembros del Cuerpo de
Cristo. Es cierto; somos deseosos a servir como miembros del Cuerpo de
Cristo.