17ª semana del tiempo ordinario. Miércoles: Mt 13, 44-46

Hoy Jesús nos enseña dos parábolas pequeñas, pero muy sustanciosas. Una parábola  es un relato sacado de la vida normal para dar una enseñanza religiosa. Digo que es algo sacado de la realidad, aunque alguien podrá decir que hoy no hay tesoros escondidos. Antiguamente, como no había muchos bancos o no tenían la suficiente seguridad, mucha gente, si tenía que hacer un largo viaje, enterraba sus cosas donde sólo él lo supiese. A veces podía ser un gran tesoro. Y, si esa persona moría, el tesoro quedaba desaparecido hasta que alguien lo encontraba. Hoy a veces se dan casos, como cuando uno encuentra un pozo de petróleo o un cuadro de gran valor que los demás lo ignoran o sabe que va a subir la bolsa y compra valores. Para muchos el mayor tesoro no es el dinero, sino la salud o quizá la cultura o el amor.

Hoy con Jesús nosotros decimos que el gran tesoro es el Reino de Dios que ya puede estar en nuestro corazón por medio de la gracia. Hay personas que se contentan con muy poco en esta vida. Son infelices y parece que están como destinados a la infelicidad. Pero el ser humano está hecho para más, debe tener ansia de felicidad, de plenitud de vida. Hoy queremos decir que la verdadera plenitud de vida es haber encontrado el tesoro de la gracia, la vida de Dios en lo profundo de nuestro ser. Los santos con su vida nos enseñan cosas maravillosas en este sentido. De muchos se cuenta esa ansia de felicidad de llenar el alma, como lo expresa hermosamente san Agustín. Buscan por los placeres de esta vida; pero sólo lo encuentran en la entrega al amor de Dios. Y cuando lo han encontrado, no lo quieren soltar por nada del mundo.

Podemos recordar a san Antonio abad que, siendo joven buscaba algo más y lo encuentra en las palabras de Jesús: “Deja todo”. Hace el esfuerzo de dejarlo todo y encuentra la felicidad en el alma. Y san Ignacio de Loyola que, postrado en la cama por las heridas de la guerra, al tener sólo vidas de santos, se maravilla ante los hechos de vida de san Francisco y santo Domingo, hechos más grandiosos y gratificantes que los que él deseaba seguir estando en el frente de batalla. O san Francisco Javier, deseoso de encontrar la gloria en los estudios y en las universidades, encuentra que la verdadera alegría y tesoro está en compartir la gracia con los pobres de las misiones.

Así podríamos ver miles y miles de vidas de santos. ¿Y tu, oyente? ¿Cuál es tu tesoro? Jesús nos dice: “Donde está tu tesoro, allí está tu corazón”. Porque es muy fácil decir de memoria que nuestro tesoro es el Reino de Dios. La parábola de hoy nos enseña que, si encontramos el verdadero tesoro, hay que esforzarse para conseguirlo. Y nos dice concretamente que hay que dejar todo para conseguirlo. No se puede aspirar al Reino de Dios y estar apegado a las cosas de la tierra. Es necesario un sano desprendimiento. ¿Hasta qué punto? Pongámonos en las manos de Dios. Jesús hablaba con frecuencia del desprendimiento y del aspirar al Reino de Dios, sabiendo que todo lo demás se nos dará por añadidura. No es cuestión de despreciar las cosas externas, que pueden ser muy hermosas, porque las ha hecho Dios; pero debemos saber de categorías y de valores, y aspirar a lo mejor, como nos decía san Pablo.

Hay algo común entre este gran tesoro o perla preciosa y los tesoros materiales: que tenemos que tener cuidado de los ladrones. Jesús muchas veces nos habla de vigilancia. Pero hay una diferencia esencial, porque este tesoro de los cielos, cuando llegamos a conseguirlo, no es sólo para nosotros, sino que lo podemos y lo debemos compartir, porque es infinito. Si el Reino de Dios en nosotros nos parece un gran sacrificio o una carga pesada, es que todavía no hemos descubierto su valor.

Hoy la parábola nos habla de la alegría al encontrar el tesoro. Es lo que sienten la mayoría de los que hacen un “cursillo” o algo parecido, y ven que el amor de Dios llena el alma y que la gracia no es algo triste ni sólo normas, sino que es sobre todo vida que vale la pena vivirla, porque es el encuentro permanente con Dios, nuestro Padre.