DOMINGO
XVIII - TRASFIGURACIÓN DEL SEÑOR - CICLO
A
DE
DANIEL AL TABOR.
El profeta Daniel y su comunidad judía pasaban por un
momento crítico de su historia: la
invasión griega de Antíoco Epifanes; razón para orar
y recrear la esperanza de un nuevo pueblo de Dios desde la libertad; como había
ocurrido con el Éxodo de Egipto.
En su primera visión Daniel vio que colocaban unos tronos
y un anciano se sentó vestido de blanco al igual que sus cabellos. Siguió
contemplando en su visión nocturna y vio a alguien semejante a un hijo de
hombre (en el Nuevo testamento representado por el Mesías que venía de la
humanidad, hijo del hombre) que se acercaba entre las nubes del cielo (el mundo
de Dios) siendo introducido a la presencia del anciano para recibir la
soberanía, la gloria y el reino que jamás sería destruido (primera lectura).
La experiencia de Daniel tiene su cabal cumplimiento en
la Transfiguración: Jesús sube a la montaña con Pedro, Santiago y Juan su
hermano. En una montaña Moisés y Elías habían recibido, el uno las tablas de la
ley, la alianza de vivir en el amor de Dios a los hermanos; y el otro la
revelación del Dios ternura en medio de “una ligera brisa”. Ahora la Iglesia
representada en Pedro, Santiago y Juan reciben con
igual ternura la alianza encarnada en Jesucristo, como testigos de su gloria y
sufrimiento. Los signos de transfiguración, su rostro resplandeciente como el
sol y sus vestiduras blancas como la nieve, relatan la resurrección; lo que
sigue es presencia de gracia testimoniada por la iglesia primitiva desde la
resurrección.
Puede ser que lo relativo a las tres tiendas, ofrecidas
por Pedro para quedarse, coincidiera con el ambiente de la fiesta conmemorativa
del paso por el desierto y la alianza que incluía al mismo tiempo, la petición
de una nueva revelación de Yahveh. Dicha revelación se dio de inmediato: “Este
es mi Hijo en quien tengo puestas todas mis complacencias, escúchenlo”. “Muchas
veces y de muchas formas habló Dios en el pasado a nuestros padres por medio de
los profetas. En esta etapa final nos ha hablado por medio de su Hijo, a quien
nombró heredero de todo, por quien creó el universo” (Hch
1,1-2). En la escucha se incluía lo que el siervo de Yahveh había dicho acerca
del sufrimiento. Al final la resurrección se transfigurará en gloria.
La escucha al Hijo amado les causó tal temor a los
discípulos que “cayeron rostro en tierra”; “Jesús los toca y les pide que se
levanten, no teman; alzaron los ojos y no vieron a nadie sino a Jesús”. Sanar
el temor y la angustia es el signo previo de la transfiguración final.
El Tabor se convierte en una experiencia interna de fe
que supera, aunque supone la visión geográfico-estética de un monte llamado
Tabor para convertirse en una contemplación mística, “credo ut intelligam, creer para entender” más que una experiencia
racional “Intel ligo ut crean” comprender para creer
LA
TRANSFIGURACIÓN ES CUESTIÓN DE FE NO DE FÁBULAS.
La segunda lectura de la transfiguración es la
experiencia personal de Pedro. “Y nosotros escuchamos su voz venida del cielo;
mientras que estábamos con el Señor en el monte santo” (el Tabor); desde allí
les avisamos la venida gloriosa y llena de poder (resurrección) de nuestro
Señor Jesucristo; “no utilizamos fábulas porque vimos con nuestros propios ojos
su grandeza”. Pedro concluye: “Tenemos la firmísima palabra de los profetas, la
palabra que ilumina la oscuridad y el lucero de la mañana”, con una única
finalidad según la carta de Sn Pedro, “para que amanezca en los corazones de
ustedes” (segunda lectura). La transfiguración merece la interiorización.
Pedro advierte que para escuchar a Jesús y saber por
revelación lo que quiere de nosotros no hay que utilizar fábulas, caminos
inhóspitos para conocer lo que Dios quiere de nosotros sino tener la
experiencia de la trasfiguración como signo de la resurrección de Jesús. Para
saber dónde y cómo habla Jesús ya no se requiere consultar a los astros o
escrutar las vísceras de los animales o el vuelo de los pájaros como se
acostumbraba antiguamente. Dios no habla a través de la magia, brujos, cartas,
cigarrillos, lectura de la mano, horóscopos, mensajeros extraterrestres o de
ocultismo, ni evocadores de muertos; esos son intentos de conocer la suerte o
el querer de Dios por medio de la astucia. Así arrancamos, sobre todo nuestro
futuro de las manos de Dios; agregando la irresponsabilidad ética de algo ofrecido
como pasatiempo para optar por la falsa propuesta de la vida sin esfuerzo y la
constancia del trabajo; sin necesidad de estudio para comprender los hechos por
sus causas; todos los imponderables de la vida, su valor y sentido, quedan en
manos de la suerte de poderes externos; nada depende de uno mismo sino de la
suerte adivinada. Además, ese programa de incertidumbre, con frecuencia hay que
pagarlo no de una vez sino por cuotas. Todo induce a pensar que el bien y el
mal no son responsabilidad nuestra sino de quienes les entregamos el sentido de
la vida presente y futura porque el desengaño es a largo plazo. Basta escuchar
desde la madrugada las propuestas radiales de superstición para caer en cuenta
que su crecimiento no se debe solamente a una opción libre y barata; sino a la
disminución de la fe; a menos fe más superstición. Cuando se oscurece la fe y
la razón, la vida se llena de fantasmas. En sociología existe una ley: entre
más se deja vacío el centro, más rápido se llena la periferia.
CON
LA VIDA NO SE JUEGA.
Con el imperativo de Dios "escuchadlo" se
podrían asumir tantas incertidumbres y angustias sobre la vida humana y el
incierto futuro de una forma incluso más razonable que supersticiosa, sabiendo
que quiere Dios de nosotros. Con el don de la fe, que puede pedirse, tenemos la
respuesta al sentido total de la vida humana sin tener que andar a tientas.
Escuchar a Dios en Jesucristo implica no dejar de lado la Palabra de Dios, la
comunidad y la obediencia de la fe. Si Dios quiere ser Señor de nuestra
historia es con el único fin de hacernos felices, para lo cual tiene que
asegurar nuestro destino. En la transfiguración no se trata de un espectáculo
de magia sagrada, o una expresión religiosa visual de piedad popular; sino de
un encuentro con Jesús resucitado para seres humanos que quieran escuchar y
dejarse transformar para ponerse al servicio de los otros “Cuando bajaron hacia
donde estaba la gente, uno se adelantó, se arrodilló ante él y le dijo: Señor
ten compasión de mi hijo que es lunático y sufre mucho. Se lo he traído a tus
discípulos y no han podido curarlo… a lo que los discípulos preguntaron ¿por
qué nosotros no hemos podido? por su poca fe, oración y ayuno”. La
transfiguración, toda transfiguración está en función de los enfermos de la
llanura.
BENDITO
EL QUE VIENE EN NOMBRE DEL SEÑOR.
La visita que nos hará el Papa Francisco podemos
convertirla en una transfiguración de nuestras dificultades actuales y temores
por venir; una experiencia de reconciliación hacia la paz. Si acogemos al Santo
Padre la paz que él tiene en su corazón y que nos compartirá podrá fortalecer
las intenciones que tiene el país de caminar por nuevos rumbos de convivencia,
esfuerzo social más creativo y solidario; y una justicia y reparación que se
llame “transicional” por la manera justa y equitativa como llegue a las
víctimas, no solo a los victimarios. Que ya están bien recompensados.
Dios puede
convertir todos los encuentros que tengamos con el Santo Padre bien sea por
televisión, radio, o de manera más cercana en una oración permanente,
escuchando su palabra y mirando su rostro para una transfiguración permanente.
Vamos a estar más tiempo con él, que lo que estuvieron los discípulos con Jesús
en el Tabor. El encuentro transformador de Dios está más en las relaciones
humanas que en lugares puntuales en donde estará o pasará el Santo Padre.
Jesucristo, y el Papa su vicario en la tierra, requiere
más de tiempo que de espacios para proponernos la conversión. Todas las
palabras que llevan el prefijo "tras" hacen pensar de inmediato en
las realidades que nos pueden ocurrir con motivo de la visita del Papa
Francisco: transfigurados, transformados, transparentes, transcendentes,
traspasados, trashumamos.
Las transfiguraciones o cambios pueden ocurrir con el
Papa Francisco en cualquier momento de su viaje: en una palabra, un gesto, una
celebración, un momento de oración o una de las tantas bendiciones que nos
dará. ¿Por qué en la religión los colombianos siempre nos hemos asustado y
hasta murmurado por lo que Dios nos pide; que con frecuencia es distinto a lo
que nosotros queremos? Pues llegó el momento con la visita del Papa Francisco
quien nos dará de parte de Dios lo que nuestro país requiere: “Como una lámpara
que ilumina en la oscuridad, hasta que despunte el día y el lucero de la mañana
amanezca en los corazones de ustedes”. Así diremos como el salmista: “Dios ha
estado grande con nosotros y estamos alegres”
DEMOS
EL PRIMER PASO.