DOMINGO XIX-A-

 

EL AMOR DE DIOS ES DELICADO

 

Padre Pedrojosé Ynaraja

 

1.- A veces, al leer crónicas en los medios, siento no haber nacido en otra época y así gozar de situaciones que no he podido vivir. Estos días pensaba, dando gracias a Dios, que, respecto al Sinaí, lo he podido visitar en la época más oportuna y disfrutando de los mejores medios de trasporte y residencia. Me ha tocado pernoctar en un hotel de categoría en una ocasión, de inferior calidad en otra, en un refugio y al cielo raso en las otras. La segunda vez que estuve en el desierto, dormí precisamente en una grieta, en el lugar mismo donde, según la tradición y los letreros, el profeta Elías tuvo la experiencia que se cuenta en la primera lectura de la misa de este domingo. (Pese a que durante el día quemaba el sol, por la noche hacía un frío que pelaba)

 

2.- Nos preguntamos con frecuencia cómo debe ser Dios. Nuestra mente está demasiado ajustada a realidades humanas y a teorías propias de la cultura clásica. Queremos tener una imagen exclusivamente humana de todo bicho viviente. Bien es cierto que Jesús, el Cristo, se hizo hombre, pero la Trascendente Divinidad, no puede quedar encerrada en los volúmenes de un mamífero superior y que se me perdone lenguaje tan craso.

 

3.- A Elías, que desde el Carmelo se ha desplazado hasta este rincón para recibir órdenes y sentirse acompañado, la distancia que hubo de recorrer no fue inferior a 300km, no le proporcionaron imágenes humanas. Dios acudió a fenómenos naturales. En este caso, mis queridos jóvenes lectores, no es preciso que recurra yo a explicaciones geográficas. Estoy seguro de que todos vosotros habéis ido por caminos, senderos, montañas, detenido en algún valle, o descansado en un refugio. Sabéis también lo que son los fenómenos meteorológicos.

 

4.- A unas dos horas de subida hacia la cima del Gbel Musa, encuentra uno un plácido llano. Hasta hace muy poco tiempo, en su centro crecía un ciprés de curiosa silueta. Sé que murió, no podía vivir siempre. En las laderas, media hora antes de llegar a la cúspide, debemos imaginarnos al profeta refugiado en alguna grieta, de las que todavía se ven hoy, al abrigo de la intemperie. Por la noche hace fresco, es preciso enfundarse en un buen saco de dormir. Contrariamente, cuando sale el sol, la temperatura sube mucho.

 

5.- En cualquier momento, pues, pudo ocurrir la entrevista. Imagino que pudo ser al amanecer o cuando se pone el sol. Fue una experiencia importante. El Señor que le había indicado que fuera a aquel lugar, le pregunta que hace allí. Elías se sincera, le confía que se siente sólo, desamparado, que está amenazado de muerte. ¿Puede haber mayor desolación? Sal fuera y experimenta. Necesitas compañía, confiar en alguien. Te mostraré cómo soy, le dice solemnemente la voz.

 

6.- Sopló viento huracanado, inquieto Elías miró a su alrededor, pero allí no estaba, pese a que se sintiera sumergido en una tempestad, capaz de romper peñascos. Temblaron las montañas. Nada se mantenía en pie. Pero en el terremoto tampoco estaba Dios. Sintió cerca de sí un fuego devorador. Fuego de zarzas, que quema, que destruye. Tampoco allí estaba Dios. Se inquietaba Elías, las falsas pruebas empezaban a fatigarle. Oyó un susurro y puso atención. Sintió cabe sí una suave brisa. Se emocionó, se sonrojó, se cubrió el rostro. Algo así era Dios. Dios es caricia de mano suave femenina o infantil. Baño de agua tibia. Paz. Luz tenue. Felicidad. Este episodio está colocado litúrgicamente como introducción a la lectura del evangelio del presente domingo.

 

7.- Recordaréis que Jesús había multiplicado los panes y los peces. Había triunfado. No deseaba gozar vanidosamente del éxito. Quería estar sólo. Vivir quedamente su unión con el Padre. Los Apóstoles se fueron a lo suyo. Subieron a la barca y se adentraron en el mar. Cada día al atardecer sopla viento que levanta olas. Lo he experimentado yo bastantes veces. Generalmente las olas se levantan poco, pero, en algún caso, las vi elevarse más de un metro. Por pequeño que sea el lago, tal oleaje es peligroso. Hace pocos meses, varios jóvenes murieron en él ahogados. Los Apóstoles al amanecer se sentirían fatigados y muertos de miedo.

 

8.- Aparece el Señor y les saluda. Al principio no le reconocen. Vuelve a darse a conocer. Ellos quieren, como todo quisque, pruebas. Se las quiere dar, pero el más decidido vacila y se hunde. Grita Pedro desolado. Jesús le acerca su mano y le agarra. ¿por qué no has confiado?. Se calma la tempestad. En la suavidad del agua que se mueve sin encresparse, le reconocen y se lo confían satisfechos. En la paz y salvación descubren su divinidad.

 

9.- Tal vez algunos de vosotros, mis queridos jóvenes lectores, solicitáis pruebas de laboratorio. Comprobaciones minuciosas. Aparatosos resultados. Pero el Amor de Dios es suave como una caricia, como el contacto con el terciopelo de seda. ¿Sabéis apreciarlo? O tal vez preferís algo duro como el esparto? A Dios se le encuentra en la paz, en el silencio, en la soledad. Jesús, siempre de noche, o al amanecer, se recluía para mantener constante unión con su Padre. Debemos imitarlo.

 

(Os confiaba al principio de este mensaje, mis queridos jóvenes lectores, que respecto a este desierto del que os vengo hablando, me siento feliz de haber nacido cuando Dios quiso que naciera. Estas tierras hoy sufren la epidemia del terrorismo. Lo que os cuento que aprendí en mis viajes, hoy no es posible repetirlo. Lo sé por las agencias y por alguien que le tocó desplazarse para colaborar con las fuerzas de paz internacionales. Ni un informático puede vivir allí tranquilo.)