TIEMPO
ORDINARIO – DOMINGO XX A
(20-agosto-2017)
Jorge Humberto Peláez S.J.
La
universalidad de la salvación, una propuesta a un mundo fragmentado
ü Lecturas:
o Profeta
Isaías 56, 1. 6-7
o Carta
de san Pablo a los Romanos 11, 13-15. 29-32
o Mateo
15, 21-28
ü La
comunidad internacional está muy preocupada por la agresividad verbal de las
máximas autoridades de Corea del Norte y Estados Unidos, que tienen armas
nucleares. En cualquier momento se puede pasar de las palabras a los hechos,
con gravísimas consecuencias para todo el mundo. Este peligroso enfrentamiento
es una muestra, entre muchas, de las dolorosas fracturas de la convivencia
entre los pueblos. Es una epidemia que se extiende por el mundo.
ü Estas
fracturas sociales alimentan la carrera armamentista. Los recursos que deberían
invertirse en salud, educación y acciones de mitigación ante los efectos del
cambio climático, se gastan en armas.
ü Esta
cruel realidad del desgarramiento del tejido social contrasta fuertemente con
el mensaje que propone la liturgia de este domingo, que nos habla de la universalidad
del plan de salvación. Los dones de Dios son para todos los pueblos. No hay
lugar para las discriminaciones ni enfrentamientos. Si somos hijos del mismo
Padre, deberíamos convivir, de manera civilizada, en nuestra casa común. Pero
los líderes, con sus vanidades personales, piensan de otra manera.
ü Veamos
cómo aparece este mensaje sobre la universalidad de la salvación en el texto
del profeta Isaías que acabamos de escuchar:
o Yahvé
manifiesta, a través del profeta, su proyecto: “Mi casa será casa de oración para
todos los pueblos”. Podemos imaginar que estas palabras de apertura a la universalidad
debieron producir incomodidad en algunos sectores del pueblo elegido que se
sentían dueños exclusivos de las llaves que daban acceso a la salvación.
o Las
palabas de apertura del profeta Isaías son muy claras: “A los extranjeros que
se han adherido al Señor para servirlo, amarlo y darle culto, a los que guardan
el sábado sin profanarlo y se mantienen fieles a mi alianza, los conduciré a mi
monte santo”. ¿Qué respuesta espera el Señor a este llamado? El Señor pide coherencia:
“Velen por los derechos de los demás, practiquen la justicia”.
ü Esta
apertura del mensaje de salvación, que está dirigido a todos los pueblos, alcanza
la plenitud en Jesucristo y se traduce en un mandato para ir a todos los rincones
de la tierra y anunciar la buena nueva.
ü Ahora
los invito a observar atentamente este encuentro de Jesús con una mujer cananea,
que era ajena a las tradiciones del Judaísmo e ignoraba la promesa de
salvación:
o En
el diálogo que se establece entre ellos, sorprende, por una parte, la
insistencia de esta mujer, que en tres ocasiones expresa su necesidad: “Señor,
hijo de David, ten compasión de mí”; “Señor, ¡ayúdame!”; “también los perritos
comen las migajas que caen de la mesa de los amos”; por otra parte, nos sorprende
el silencio inicial de Jesús y luego su respuesta que parece dura y descortés.
o Si
esta mujer no hubiera tenido una fe muy sólida y una absoluta confianza en el
Señor, se habría levantado furiosa y quién sabe que habría dicho… Pero no. La aparente
dureza y descortesía de Jesús era para calibrar la fe de esta mujer. El mismo
Jesús quedó sorprendido: “Mujer, ¡qué grande es tu fe!”.
ü Los
invito a avanzar en nuestra reflexión y profundizar en lo que significa la
universalidad del mensaje de salvación. El amor infinito de Dios se manifiesta
de muchas maneras y toca, de manera misteriosa, el corazón de los seres humanos.
Por eso debemos ser profundamente respetuosos de otras experiencias religiosas,
diferentes del Cristianismo, que buscan respuesta los interrogantes sobre el
sentido de la vida y cultivan modos de espiritualidad de los cuales tenemos
muchas cosas que aprender. De ahí que el diálogo interreligioso sea una
necesidad sentida. El mundo sería muy diferente si los líderes espirituales de
las diversas religiones se sentaran a dialogar y pusieran en común los valores
de humanidad que comparten. La cultura occidental, atrapada en las redes del
consumismo, tiene mucho que aprender de los valores proclamados por el budismo,
el hinduismo, el sintoísmo y otras religiones milenarias.
ü Las
tres religiones monoteístas (el Judaísmo, el Islamismo y el Cristianismo)
adoramos al mismo Dios, personal, único, trascendente. Por eso causa escándalo
que, en nombre del Dios de la vida, llamemos a la guerra santa y ofrezcamos
bendiciones, indulgencias y el acceso al paraíso a quienes derramen la sangre de
los hermanos. Y esta vergüenza cubre por igual a las tres religiones en diversos
momentos de la historia. En repetidas ocasiones, el Papa Francisco ha promovido
los diálogos entre los líderes religiosos para favorecer la paz.
ü Este
mensaje de la universalidad del mensaje de salvación también tiene profundas repercusiones
dentro de la Iglesia Católica, cuya misión es anunciar la buena noticia del Señor
Resucitado a todos los pueblos. El lenguaje utilizado por los catequistas y predicadores
debe tener en cuenta el horizonte simbólico particular de cada una de las
culturas. Igualmente, la liturgia debe apropiarse de los modos celebrativos de
estas comunidades, incorporando sus expresiones corporales y su música. En ocasiones,
los pueblos han rechazado a los evangelizadores porque los perciben como
portadores de unos modelos culturales europeos que se quieren imponer.
ü A
la luz de este mensaje sobre la universalidad del mensaje de salvación,
derribemos los muros de los prejuicios para que la Iglesia sea la casa de todos
los que buscan al Señor.