24 de Agosto. San
Bartolomé: Jn 1, 45-51
Hoy
Tanto es así que la
liturgia de este día nos trae el pasaje de la llamada de Jesús a Natanael para el ministerio apostólico. Jesús se había
encontrado con Felipe y habían estado conversando. Felipe había quedado tan
entusiasmado que dice, al encontrarse con su amigo Natanael:
“Hemos encontrado a aquel de quien habla
Pero tenía una cualidad,
que a Jesús le encantó: su sinceridad. Le costó a Natanael
un poco ir donde Jesús, pues le había dicho su amigo que era de Nazaret. De ahí
le vienen las dudas: ¿Cómo puede ser Mesías, que significa algo muy grande, si
es de Nazaret, pueblo tan pequeño? ¿Cómo se puede conjugar lo grande y lo
pequeño? Menos mal que Felipe estaba muy entusiasmado y que también era
sincero. Por eso le dijo: “Ven y verás”. Y Natanael
fue. Cuando llegaba, Jesús hizo de él un elogio: “He aquí un israelita, en
quien no hay falsedad”. Esto es algo muy importante para todos. Si uno cree en
algo equivocado, es malo, pero que actúe con su rectitud. Dios algún día le
hará ver la verdad. Como a san Pablo equivocado, a quien Jesús le hizo ver el
camino recto, porque era sincero. Lo peor es la falsedad: actuar por delante de
una manera y de otra por detrás. Ya lo expone el Apocalipsis lo que a Dios
desagrada la actitud del tibio. Es peor que el frío. Por eso hoy aprendamos de Natanael la sinceridad.
Y comienza la conversación
entre Jesús y aquel hombre sincero, que descubre la verdad en Jesús, porque le
dice la verdad de su vida, con el detalle del lugar donde estaba cuando le
encontró Felipe. Ante esta verdad, y seguramente ante otras durante la
conversación, termina Natanael por reconocer que
Jesús es el Mesías. Todavía tiene un concepto de grandezas humanas en su
expresión. Pero Jesús le dice que tendrá que aprender mucho. Llegará a
comprender un día que ser Mesías es estar al servicio de los demás hasta dar la
vida por todos. Esto lo aprendió bien san Bartolomé, yendo a predicar por
sitios lejanos. No conocemos su historia, después de Pentecostés. Sólo hay
tradiciones de su predicación por diversas regiones alejadas y sobre todo su
horrendo martirio, derramando su sangre por la causa de Jesucristo.
Aprendamos hoy de este
santo su sinceridad. Para ser santo hay que comenzar con tener virtudes
humanas. Esta de la sinceridad es muy importante. Lo es para adquirir otras
virtudes. Pero lo es muy importante cuando se habla de educación. Un niño no
podrá educarse bien, si no encuentra en su familia y en los lugares de
educación un ambiente de sinceridad. Pretender educar por medio de la mentira,
aunque creamos que está bastante oculta, es una quimera. Jesús demostró en toda
su vida ser sincero. Esto lo tuvo que inculcar a sus apóstoles, pues así lo
constataron los evangelistas al tratar a los fariseos, de quienes más le
molestaba su hipocresía.