«LA IGLESIA EN SALIDA»
Carta de monseñor Juan Rubén
Martínez, obispo de Posadas
para el 20º domingo durante el año
[20 de agosto de 2017]
Si bien en el texto del Evangelio de este
domingo (Mt 15, 21-28), el Señor plantea la elección preferencial de Israel,
también deja en claro la apertura de salvación a los paganos, como es el caso
de la mujer cananea que se acerca a Jesús para implorar con fe: «Entonces Jesús
le dijo: Mujer, ¡qué grande es tu fe! ¡Que se cumpla tu deseo!» (Mt 15, 28).
Esta actitud de apertura a los que no eran el Pueblo elegido de Israel, ya se
manifiesta incluso en el Antiguo Testamento. El profeta Isaías en la primera
lectura de este domingo nos dice: «Y a los hijos de una tierra extranjera que
se han unido al Señor para servirlo para
amar el nombre del Señor y para ser sus servidores, […] Yo los conduciré hasta
mi santa Montaña y los colmaré de alegría en mi Casa de oración» (Is 56, 6-7).
Los textos bíblicos de este domingo nos
ayudan a profundizar en un momento eclesial que puede ser muy fecundo para
nuestro tiempo, en relación a la dimensión misionera. El Espíritu Santo nos
anima sobre todo con el aporte del acontecimiento y documento de Aparecida y en
nuestra Diócesis con la gracia de integrar rápidamente dicho documento en
nuestro primer Sínodo Diocesano que nos dio como fruto las «Orientaciones
Pastorales». La providencia ha obrado en la persona de nuestro Papa Francisco
para impulsarnos decididamente en la misión.
Durante estos años nos hemos propuesto
acentuar la conversión, comunión y misión. Ser una Iglesia abierta, atenta a
los problemas y desafíos de este inicio de siglo, desde un seguimiento más
profundo como discípulos de Jesucristo, el Señor. Este es un gran don. En este
tiempo buscaremos asumir y concretar dichas orientaciones pastorales, sabiendo
que no faltarán cruces y sufrimientos para cumplir el mandato de la
evangelización.
Quizás una de las mayores dificultades en
la acción evangelizadora sea una rutina sin conversión y sin Pascua, que lleva
a una falta de fervor expresada en la fatiga y desilusión de los discípulos, en
el acomodamiento al ambiente y en el desinterés, en la falta de alegría y
esperanza. Sobre esto el Papa Francisco nos dice en Evangelii Gaudium que el evangelizar llena de gozo
el corazón del discípulo:
«La Iglesia en salida es la comunidad de
discípulos misioneros que primerean, que se
involucran, que acompañan, que fructifican y festejan. Primerear: sepan disculpar este neologismo. La comunidad evangelizadora
experimenta que el Señor tomó la iniciativa, la ha primereado
en el amor (cf. 1 Jn 4,10); y, por eso, ella sabe
adelantarse, tomar la iniciativa sin miedo, salir al encuentro, buscar a los
lejanos y llegar a los cruces de los caminos para invitar a los excluidos. Vive
un deseo inagotable de brindar misericordia, fruto de haber experimentado la
infinita misericordia del Padre y su fuerza difusiva. ¡Atrevámonos un poco más
a primerear! Como consecuencia, la Iglesia sabe
«involucrarse». Jesús lavó los pies a sus discípulos. El Señor se involucra e
involucra a los suyos, poniéndose de rodillas ante los demás para lavarlos. Pero
luego dice a los discípulos: “Seréis felices si hacéis esto” (Jn 13,17). La comunidad evangelizadora se mete con obras y
gestos en la vida cotidiana de los demás, achica distancias, se abaja hasta la
humillación si es necesario, y asume la vida humana, tocando la carne sufriente
de Cristo en el pueblo. Los evangelizadores tienen así olor a oveja y éstas escuchan su voz. Luego, la comunidad
evangelizadora se dispone a acompañar.
Acompaña a la humanidad en todos sus procesos, por más duros y prolongados que
sean. Sabe de esperas largas y de aguante apostólico. La evangelización tiene
mucho de paciencia, y evita maltratar límites. Fiel al don del Señor, también
sabe fructificar. La comunidad
evangelizadora siempre está atenta a los frutos, porque el Señor la quiere
fecunda. Cuida el trigo y no pierde la paz por la cizaña. El sembrador, cuando
ve despuntar la cizaña en medio del trigo, no tiene reacciones quejosas ni
alarmistas. Encuentra la manera de que la Palabra se encarne en una situación
concreta y dé frutos de vida nueva, aunque en apariencia sean imperfectos o
inacabados. El discípulo sabe dar la vida entera y jugarla hasta el martirio
como testimonio de Jesucristo, pero su sueño no es llenarse de enemigos, sino
que la Palabra sea acogida y manifieste su potencia liberadora y renovadora.
Por último, la comunidad evangelizadora gozosa siempre sabe festejar. Celebra y festeja cada pequeña
victoria, cada paso adelante en la evangelización. La evangelización gozosa se
vuelve belleza en la liturgia en medio de la exigencia diaria de extender el
bien. La Iglesia evangeliza y se evangeliza a sí misma con la belleza de la
liturgia, la cual también es celebración de la actividad evangelizadora y
fuente de un renovado impulso donativo» (EG 24).
En este domingo como esta mujer cananea
que nos presenta el Evangelio queremos acercarnos a Jesús con humildad y con fe,
pedir ser sus testigos y primerear
en el amor y en el servicio.
Les envío un
saludo cercano y hasta el próximo domingo
Mons.
Juan Rubén Martínez,
obispo de Posadas