XX Domingo del Tiempo Ordinario,
Ciclo A.
El diálogo y la fe en Jesús
conducen a la salvación
El dolor provocado por el abominable
atentado terrorista de Barcelona ocupa el primer plano de la realidad en este
fin de semana. Por ello expresamos nuestra indignación y rechazo ante el
terror, manifestamos nuestra solidaridad y oración por todas las víctimas, y
apelamos a la unidad de todas las personas de buena voluntad en la lucha contra
la barbarie del fanatismo islamista criminal y asesino, depurando todas las
responsabilidades directas e indirectas del mismo.
Además de esto, cuando en España
suenan tambores amenazantes de independentismo nacionalista catalán provocando
a todo el Estado español con un referéndum secesionista ilegal, cuando en
Bolivia se está agravando la fractura social, especialmente en las comunidades
indígenas, entre otros muchos motivos, por la construcción de una gran
carretera que supone un ataque brutal a la hermana madre tierra destrozando el
parque ecológico del TIPNIS, uno de los parques amazónicos de Bolivia con una
biodiversidad de las más ricas de este pulmón del planeta que es la Amazonia,
cuando Venezuela parece resquebrajarse desde dentro y cuando el mundo entero
contempla la tensión amenazadora de dos “capos” de signo político contrario en
Estados Unidos y Corea del Norte, … el mensaje del Evangelio abre horizontes de
diálogo y de apertura universal y sin fronteras en la búsqueda de la salvación
por la fe en Jesús, donde queden atrás posiciones enquistadas de fanatismos
nacionalistas, étnicos, económicos, sociales y políticos.
La palabra de Dios de este domingo
muestra la perspectiva de la universalidad de la salvación de Dios en las tres
lecturas. En Is 56,1.6-7 el anuncio de la salvación
propia del Reino de Dios lleva consigo la práctica del derecho y de la
justicia. Pero este horizonte de un nuevo orden social no es exclusivo del
pueblo de Israel sino que se abre a todas las gentes, incluidos los
extranjeros, de modo que todos podrán ver la salvación de Dios así como
el templo será casa de oración para todos los pueblos ¡Qué bien haría esta
lectura en el ámbito del pueblo de Israel de nuestros días! Sólo un horizonte
de apertura a los otros, a los diferentes y a los extranjeros, a los de otras
razas, pueblos y religiones, puede marcar nuevos rumbos en la política del
mundo actual con su diversidad cultural y étnica. En estos contextos sociopolíticos
también la Iglesia, con la Palabra de Dios en la mano, tiene mucho que aportar.
Desde Isaías hasta el Evangelio la universalidad es el camino que llevará a la
salvación y a la solución de todos los conflictos.
También Pablo interpreta el
acontecimiento de la muerte de Cristo propiciada por el pueblo de Israel desde
una perspectiva positiva y universal. La muerte del Señor en la cruz hizo
posible que la misericordia de Dios se revelase a todos los gentiles, de los
que Pablo es evangelizador. La carta a los Romanos plantea la posibilidad de la
salvación de Israel y afirma que con ocasión de la misericordia obtenida por
los gentiles, también los judíos alcanzarán misericordia (Rom
11,13-15.29-32).
En el Evangelio Jesús sale de las
fronteras de Israel por segunda vez y se adentra en territorio pagano, esta vez
en la región de Tiro y Sidón (Mt 15,21-28). Una mujer cananea, madre de una
endemoniada implora la misericordia de Jesús, el Señor. Pero todo el relato se
concentra en el diálogo que comienza con la iniciativa de la mujer que se
dirige a Jesús pidiendo su ayuda y concluye con el elogio de su fe por parte de
Jesús. Tres intervenciones de la mujer fuerzan la conversión de Jesús. La mujer
insiste en el diálogo con Jesús intercediendo a favor de su hija, su gran fe en
Jesús le permite reconocerlo siempre como “Señor”, pero en la última
intervención se aborda el tema de la salvación entre los paganos. Jesús pasa
entonces de la indiferencia y del rechazo a un elogio final de la fe. Mateo
coloca el milagro del exorcismo en un segundo plano, pues el primer plano lo
ocupa el diálogo de la mediación en la mujer extranjera y Jesús.
Una mujer, extranjera y necesitada,
pero profundamente creyente y convencida de que Jesús puede ayudarle, le ruega
ser atendida en la necesidad con la fórmula litúrgica: “Señor, ten piedad”.
Desde esta petición hasta la felicitación de Jesús “¡Mujer, qué grande es tu
fe!, culmen de todo el relato, ha ocurrido un encuentro personal y mediador en
el cual ha aparecido el diálogo con toda su fuerza interpelante, transformadora
y creadora de una realidad nueva.
Jesús es llamado “Señor” e “Hijo de
David” en reconocimiento a su señorío, vinculado a la tradición religiosa y
cultural de Israel, y utilizado como título del mesías misericordioso
especialmente en los milagros de curación. La mujer creyente es consciente en
su humildad de que las promesas de Dios se cumplen en aquel que viene de la
casa de Israel. Frente al silencio inicial de Jesús, que escucha aunque calla,
la intervención de los discípulos contribuye a reforzar y confesar la fe de
aquella mujer forastera. De este modo los discípulos cumplen también la misión
de ser mediadores en la misión de los paganos.
La respuesta de Jesús muestra su
identidad personal primera. Ha sido enviado solamente a las ovejas perdidas de
Israel. Notemos que al hablar de identidades étnicas y religiosas, y en
concreto, la de Israel, Jesús muestra su misión primera, pero no la última y
principal, pues frente a la humanidad “perdida” ya no hay identidades
culturales o nacionales que nos diferencien. La miseria humana, el sufrimiento
de la enfermedad, el tormento de los endemoniados, los déficits de justicia y
derecho en cualquier lugar de la tierra nos hermanan y rompen las fronteras.
Entre las ovejas perdidas de Israel y la mujer, también perdida, de la región
de Tiro hay un denominador común y éste es la perdición, la situación
lamentable en que se encuentran. Establecida esa conexión entre Jesús y la
mujer, reconociendo esa identidad profunda de ambos por sintonizar en la
experiencia común de quien está perdido, el diálogo se convierte en un
mecanismo transformador y creador de una realidad nueva.
La respuesta de Jesús: “No es
lícito tomar el pan de los hijos y echárselo a los perros” refleja la
concepción de una salvación que históricamente estaba vinculada a los “hijos” de
Israel en primer lugar y de la cual estaban excluidos los paganos, denominados
familiarmente como “perritos”. Pero la fe de aquella mujer cananea, tan
convincente como atrevida, arranca de Jesús lo que ya estaba latente en su
misión fundamental de salvar lo que estaba perdido. Sin embargo, el diálogo
crea una realidad nueva, hasta en las concepciones de Jesús. El ha venido a salvar lo que estaba perdido, no solamente
en Israel sino en cualquier parte del mundo. Una mujer creyente forastera
consigue adelantar la manifestación de la identidad última del que no sólo es
Hijo de David, sino el Señor e Hijo de Dios. La fe de aquella mujer consigue lo
que pretendía: Qué grande era su fe.
Ante el dolor por el atentado de
Barcelona, ante los diferentes focos de conflicto de nuestra tierra, ante las
actitudes xenófobas, racistas y persecutorias de los “otros” cuando éstos son
diferentes, forasteros, de otras culturas, etnias y naciones, es necesario
recuperar el carácter universal de la salvación de Dios y el valor y la fuerza
del diálogo y de la fe en Jesús, que siempre son generadores de una vida nueva.
Éste es el mensaje clave de la palabra de Dios y del Evangelio de este
domingo.
José Cervantes Gabarrón, sacerdote
misionero y profesor de Sagrada Escritura.