Domingo 21 ordinario, Ciclo A

Mas  hace una hormiga arriera, que un buey echado.

Hoy me levanté con inquietud por conocer las estadísticas de las religiones en el mundo y me encontré con que los cristianos somos apenas un sector de la población, y no precisamente el más numeroso, con posibilidades de disminuir, si estamos pendientes de la actitud de los musulmanes, pues  se dice que de seguir así las  cosas, en el año 2035 habrá más niños musulmanes que cristianos. Pero no podemos olvidarnos de que además, están los hindúes, los budistas y las religiones indígenas, los judíos mismos, nuevas religiones que van surgiendo en muchos lugares de nuestro mundo y también el número de los que se declaran no creyentes o ateos, lo que se da un colorido muy especial al panorama de las religiones. Esto nos hace consientes, por una parte de que no somos únicos en el mundo, y de que definitivamente fuera de nuestra fe habrá gentes de buena voluntad que han contribuido definitivamente a hacer un poquito mejor el mundo en el que nosotros nos encontramos, de la misma manera que hay otros que se dedican a meter miedo en el mundo con atentados terroristas donde mueren gentes inocentes e indefensas, como ocurrido apenas en Barcelona.

Esto mismo nos hace volver nuestra mirada a Cristo Jesús, que en un momento de su vida preguntó a sus apóstoles sobre su vida y su obra e insistió de nuevo en una pregunta dirigida precisamente a ellos.  Es una pregunta que una y otra vez tenemos que hacernos nosotros los cristianos, pues efectivamente llamamos Padre a nuestro Dios, pero no amamos a nuestros  hermanos los hombres; llamamos SALVADOR  a Cristo Jesús, pero vivimos al margen, como si él no nos hubiera salvado y aún se preguntan los hombres de qué nos tendría que salvar y también clamamos a la Iglesia como Madre de los creyentes, pero muchos cristianos lo son apenas una hora a la semana e incluso hemos llegado a acuñar aquella frase de “Dios sí, Iglesia no, Cristo sí, pero curas no”, como si fuéramos algo totalmente independiente, como si no hubiéramos recibido el bautismo que nos incorporó definidamente a la obra salvadora de Cristo. En nuestro ánimo tendría que pesar la respuesta de Pedro a la pregunta de Cristo: “¿Quién dice ustedes que soy yo?”  Oyendo a Pedro que respondió acertadamente: “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo”, una respuesta llena de fe, que dejó a Cristo con un agradable sabor de boca aunque un poco después, cuando anuncio a los suyos que tendría que padecer e incluso sufrir la muerte a manos de sus enemigos, Pedro se opuso  radicalmente ganándose entonces uno de los calificativos más duros que le conocemos a Cristo Jesús.

Tenemos que plantearnos una y mil veces la misma pregunta, que exige una respuesta de parte nuestra y que implica entonces la exigencia de nuestra propia salvación y nuestra pertenencia a la Iglesia Santa de Dios, pero la respuesta  no se la vamos a preguntar al catecismo, a lo que aprendimos de chicos, sino a nuestras costumbres, a nuestra vida, a la manera con la que tratamos a los hombres nuestros hermanos, incluso a la manera en la que conducimos el auto con el que manejamos a diario por nuestras ciudades, “dime cómo manejas, y te diré que clase de cristiano eres” una frase que yo me he inventado y que ojalá nos la adjudicáramos cada uno de nosotros.

En su respuesta, Pedro tuvo en cuenta la revelación que el Padre le confió: “Tú eres el Hijo de Dios vivo", pero sin duda alguna que también él apelaría a su amor, a su cariño, a su dedicación a Cristo Jesús, pues éste le confió el cuidado de su Iglesia, de su familia, de aquellos que circularían por el mundo rumbo a la casa del Padre, guiados, orientados, y dirigidos por la mano de la Iglesia, la que tiene toda la confianza de Cristo el Salvador. ¿Podríamos pasar entonces por éste mundo, ya como bautizados, como si la Iglesia del Señor no existiera?

El Padre Alberto Ramírez Mozqueda espera sus comentarios en alberami@prodigy.net.mx