XXIII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A
DENUNCIA PROFÉTICA
Padre Pedrojosé Ynaraja
1.- Cada uno de nosotros
tiene defectos que le inclinan a obrar mal. Cada uno a su manera y de acuerdo
con su talla. Que nadie crea que puede compararse con los criminales nazis y
que, si así lo pensase un día, antes que de asesino, pecaría de orgulloso. Cada
uno comete sus pecados, que son muy suyos, y siempre nos parece que los de los
demás son mayores que los nuestros, como cuando conduce de noche, siempre cree
que los faros de los otros, deslumbran más que los propios.
2.- Dicho esto, hay que
advertir que el consejo que a veces se da: no te metas con los demás, olvida
sus faltas, sé comprensivo, acepta a la gente tal como es, cállate… tampoco es
el correcto. Tal proceder ensucia a la sociedad y a la misma Iglesia. Tal conducta
es recriminada en dos lecturas de la misa de hoy. Antes de continuar debo
advertiros, mis queridos jóvenes lectores, que profeta es aquel que actualiza
el contenido de la Ley y sus preceptos, más bien restaura con oportunidad el
lenguaje, sin modificar su esencia, de acuerdo con la coyuntura que se vive,
las circunstancias que le rodean, fiel a su esencia, es decir, fiel por
completo a Dios y a su programa y nunca lo hace por capricho.
3.- En la Biblia
aparecen diversos profetas. Elías y Eliseo son los de más categoría, aunque
nada escribieran. Los otros, los que fueron escritores, se clasifican de
acuerdo con la extensión de lo que nos legaron. A cuatro se les llama mayores y
a los doce restantes, menores. Sin que sea referencia a su categoría personal.
Pero si este es el nomenclátor que les da el Canon bíblico establecido, no es a
la función exclusiva de los tales, a los que se refieren los textos litúrgicos
de este domingo. Ezequiel, recibe y comunica el encargo de Dios dirigido a los
que ocupan un lugar elevado, mayor o menor, de denunciar procederes incorrectos
y animar o exigir la conversión de quienes, de cualquier manera, infringen la
Ley. El encargo es un deber al que no puede renunciar el mismo profeta.
4.- Pienso que tal
situación, equivalente responsabilidad, correspondería ahora entre vosotros a
un delegado de curso, o de facultad, a un sindicalista, o a un voluntario de la
Cruz Roja. En otro nivel, en el que también podéis estar incluidos, incumbiría
a periodistas o aquellos que regularmente se ofrecen a recoger firmas en favor
de una causa justa o a aceptar aportaciones económicas para fines benéficos. A
vosotros se os ocurrirán sin duda muchos más ejemplos. Es más fácil complacer,
sonreír, aceptar, buscar quedar bien con todo el mundo, ponerse siempre “de
cara al sol que más calienta”, chaquetear si conviene, que atreverse a publicar
y denunciar comportamientos notoriamente malos.
5.- Ser profeta,
evidentemente, incomoda. Es una vocación a la que hay que ser fiel, tenga uno
la edad que sea. Que una jovencita en Francia que escuchó en su interior
mensajes, les dio crédito y obró en consecuencia, en poco tiempo consiguió
acabar una guerra que sufría su país desde hacía 100 años. Leal al deseo de
Dios, como siempre proclamó y comportándose personalmente de acuerdo con su
Ley. Me he referido, evidentemente, a Juana de Arco. Otro ejemplo, este
masculino, es el Daniel protagonista del juicio de la casta Susana, como se
cuenta en el libro bíblico que lleva su nombre.
6.- El contenido de la lectura
evangélica del presente domingo, se mueve en un ámbito más personal, reservado,
íntimo y casi oculto. Cuando Jesús dice “tu hermano”, tú debes entender
compañero, amigo o colega. Con él, con el que obra mal, próximo a ti, no pases
de largo, no esquives o trates de ignorar su mal comportamiento. Resulta
siempre incómodo, pero hay que reprochar discretamente su proceder. Si no te
hace caso, háblalo en compañía de otros, tal vez condiscípulos o miembros del
mismo equipo. Se cauto y no te precipites, pero tampoco te evadas. Si se
convierte, será un éxito. Ahora bien, si no modifica su conducta, debes
reprocharle su ignominia, dándole la publicidad de que dispongas.
7.- Tal vez no sea
tu amigo o camarada, tal vez no esté íntimamente relacionado contigo, pero si
estás seguro de su mal obrar, se precisa la denuncia pública de la que habla el
Maestro. A lo mejor, más que a la autoridad pública, o a un juez, te tocará
redactar una “carta al director” de la prensa más leída. Os he explicado estas
cosas, mis queridos jóvenes lectores, porque yo mismo me veo obligado a veces a
obrar como os decía, sabiendo que lo que digo no caerá bien, que resultaré
antipático, que perderé prestigio, pero no puedo ignorar una realidad que otros
ya conocen, sin atreverse a decirlo y que perjudica a l comunidad
desorientándola. Si me callara “por caridad” engañaría y sin el silencio fuera
auténtica Caridad.
8.- Pero sin que sea
explícitamente enseñanza de hoy no os puedo ocultar ciertas conductas que
invalidan las exigencias del Maestro. Se trata de los que protestan, acusan y
condenan a todo el mundo. Que se valen de la sátira punzante o de la ironía caústica, para humillar a quien a ellos les parece. Que
saben usar su simpatía y cierto don de gentes, para hacer quedar mal a quien
deseen, principalmente si gozan de algún prestigio, por alguna buena labor que
están haciendo. Son personas de aparentes cualidades, capaces de llamar la
atención, se expresan bien y no dejan pasar ninguna ocasión para desprestigiar
y desacreditar a quien esté a su alcance. Lo peor es que su proceder se reduce
a esto: a imputar, a reprochar, a hacer quedar mal a los demás, sin que, en
acabando su imputación acusadora, sean capaces de hacer algo positivo, algo a
favor de la comunidad. Llega un día en que se descubre su mezquindad o que se
cansan, abandonan, huyen y caen en los vicios que habían estado condenando
anteriormente, sin ser capaces de entregarse a algo positivo, sin saber ya qué
hacer. Uno piensa que los tales, el desprestigiar a los demás, es su deporte
favorito.
9.- La segunda lectura
es muy oportuna. Ciertamente la esencia del mensaje de Jesús, de su doctrina,
es el Amor. Pero a cualquier cosa, antes y hoy en día, la gente se atreve a
llamar amor, de aquí que sea oportuno advertir que amar implica cumplir los
mandamientos, que, para que nadie se escabulla, se mencionan sucintamente. No
me alargo