XXII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A

 

Apasionados

 

Padre Pedrojosé Ynaraja

 

1.- Apasionado el profeta y apasionado el Maestro, lo comprobaréis, mis queridos jóvenes lectores. Por Jeremías siento enorme simpatía. Era célibe como yo y mucho más sensible y apasionado que lo pueda ser yo nunca. Me meto ya en el texto que nos ofrece la liturgia de la misa de este domingo.

 

2.- Daos cuenta que nosotros siempre deseamos poseer. Poseer riquezas o cautivar corazones. La fortuna interesa, generalmente, más a los hombres. La sicología femenina tal vez esté más inclinada a lo segundo. Y que nadie me tilde de machista, que es muy legítima y simpática, esta tendencia. Y que tampoco se tome nadie a rajatabla mi opinión.

 

3.- Con frecuencia se siente el deseo de poseer a Dios, así se pretende ingenuamente. Es intención antigua e inalcanzable. Los amuletos son buena prueba de ello. Conservar en la intimidad del domicilio o entre la ropa escondida, alguna estatuilla de dioses lares, o espíritus de pretendida protección, es costumbre ancestral. Pero el sentido de esta actitud trascendente debe ser inverso. Es preciso dejarse poseer por Dios y no al contrario. ¿Qué pasa entonces?.

 

3.- Yo no sé si algunos de vosotros, mis queridos jóvenes lectores, estáis enamorados. Ni lo sé, ni, en todo caso, sé de qué manera, ni de cómo se inició vuestro amor. Imaginemos que hubo lo que vulgarmente se llama flechazo. Sin determinar quien lanzó el dardo. Quien tuvo la primea iniciativa.¿Qué pasó entonces? Vuelvo a preguntar. Dios se enamoró de él, dice Jeremías. El profeta se dejó amar. A nadie amarga un dulce, nos confiaría irónico, para esconder su actitud interior.

 

4.- Pues, no, no nos dice eso. No se avergüenza de confesar su experiencia. Se dejó seducir. El Amor de Dios se hizo violento y se sintió felizmente derrotado. ¿No os ha ocurrido a vosotros que en un encuentro, alguien dice de alguno de los compañeros, que está enamorado y de inmediato el aludido se vuelve colorado y los demás se ríen todos de él? Mucho más grave, nos confiesa el profeta, es lo que a él le ha pasado.

 

5.- Ciertos enamoramientos incomodan a la familia o a las amistades. El que lo está, puede sufrir marginación, tal vez insultos, o hasta agresiones. En su interior se pregunta si no será mejor abandonar, olvidar. Por más que piense que sería decisión cómoda, le es imposible tomarla. Y el amor entonces se torna dolor insoportable. Pero se siente atrapado y es incapaz de librarse de aquella pasión. No obstante, lo reconoce con sinceridad, no ha dejado de ser feliz, que es otra cosa. El texto es del profeta Jeremías, todos los místicos lo suscribirían sin dudar. No añado más que el deseo de que lo meditéis y lo completéis con la continuación del texto, que la liturgia de hoy no prolonga. (Je 20, 7 ss).

 

6.- Cambio de tercio. El corazón tiene razones que la razón no entiende, reza la sentencia de Blaise Pascal. El Señor, cerebralmente, les habla a sus discípulos, del futuro que le espera en Jerusalén, hacia donde se dirigen. Pedro, apasionado, indignado, se lo lleva aparte y le da buenos consejos, fruto del amor que por Él siente. Sorprende la brusquedad con que Jesús le interrumpe. Llega a insultarle. Y continúa impávido su discurso, acentuando aún más su sentido paradójico. Perder, pretender, desear, ambicionar, son actitudes que en el sentido que les da Cristo, chocan con el parecer de la buena gente, de aquel entonces y de hoy. Apela, como última razón a la Eternidad.

 

Y os digo yo ahora y en su nombre, a vosotros, mis queridos jóvenes lectores ¿de qué os servirán los títulos, los idiomas, los sueldos, los éxitos, las propiedades y el dinero, si nada de esto es capaz de atravesar la barrera de la muerte?

 

 

9.- Hay otro tiempo que también me encanta de su vida. Empezó en la bajada del Olivete, camino de la ciudad. Solicitaron los Apóstoles su ayuda. Les ofreció Ella su compañía. No los abandonó. Llegó el momento de Pentecostés. Eran muchos. Con Ella estaban también, además de ellos, las mujeres amigas, las que ni a Ella ni a Él, habían abandonado en el triste momento del Calvario.

 

10.- Pentecostés es el Nazaret de la Anunciación, extendido a todos. Se lo decían y Ella lo confirmaba. Nunca habían sentido tal gozo, Ella sí. Se lo decía y repetía: lo que vosotros notáis hoy, vengo yo percibiéndolo desde hace tiempo. Se alegraban juntos. Compartían. Pasó tiempo. Se alejaron unos, permanecieron otros en Jerusalén. ¿Cuándo acabaría aquella vivencia? Ella también se lo preguntaba. Ella también dudaba, pero Ella era la Esperanza y no temía.

 

11.- Murió o se durmió. Llamadle como queráis. Despertó o fue sublimemente asumida por el Eterno. Como os guste llamarlo. A mí me gusta considerar que es su paso, su pascua. Se lo digo y pido, enséñame a esperar sin miedo.

 

 ¡Millones de veces he repetido: y en la hora de nuestra muerte! Estoy seguro de que no me defraudará.  Santa Maria, ora pro nobis. En la lengua que escucho de militares romanos, ya que la suya, el arameo, la desconozco. Espero que vosotros, mis queridos jóvenes lectores, elevéis la misma súplica.