24ª semana del tiempo ordinario. Lunes: Lc 7, 1-10

También entre los paganos había buena gente. Así lo certifican aquellos ancianos que de parte del centurión van donde Jesús a pedirle un favor: que vaya a casa del centurión porque se lo merece, ya que les ha construido una sinagoga.

La palabra “centurión” significa quien manda sobre cien soldados. Sería el representante romano en aquella zona. Es pagano por tradición y quizá por conveniencias, pero en su corazón se ha despertado la fe en ese Dios creador a quien adoran los judíos. Y como la fe se muestra en obras, era extraordinario el hecho de haber construido una sinagoga él que era romano.

Los ancianos que fueron donde Jesús seguramente tenían un dilema. Por una parte querían ayudar al buen centurión, pero por otra parte verían mal que Jesús fuese a casa de un pagano. Pero vieron que era más importante lo primero y por eso le pidieron a Jesús que fuese a casa del centurión.

Ellos habían oído o habían visto milagros de Jesús y no tenían la experiencia de un milagro “a distancia”. En realidad, cuando Jesús hacía algún milagro sobre un enfermo, además de alguna palabra, le tocaba al enfermo o imponía las manos sobre él. Es curioso constatar que los dos únicos milagros que hace Jesús “a distancia” son atendiendo a la fe de dos paganos, a éste y a la mujer cananea.

Una consideración podemos hacer, sobre esta unión que solía hacer Jesús de palabras y gestos, al pensar en los sacramentos. De hecho cada sacramento es como un milagro de Jesús al darnos su gracia, totalmente sobrenatural. Al realizar un sacramento el sacerdote o quien esté autorizado, es necesaria la unión de las palabras con un gesto externo y una materia cercana. No se puede realizar con las palabras dichas a distancia. A no ser que sea por un verdadero milagro, como a veces ha sucedido al recibir algún santo la Comunión eucarística.

Aquel centurión se entera que Jesús estaba acercándose a su casa y siente que su corazón no está tranquilo porque va a molestar a muchos judíos, como los fariseos, ya que no les gustaba que Jesús, un maestro judío, entrase en casa de un pagano. Y tuvo un gesto de delicadeza y de mucha fe. Vuelve a enviar otros amigos para decirle a Jesús que no es necesario que vaya a su casa.

Sigue pidiendo la curación de su criado; pero muestra la delicadeza ante los que no les gustaría que él mismo vaya a pedírselo a Jesús. Sin embargo tiene fe y da a Jesús las razones de su fe. Tiene fe en el poder de Jesús, de la misma manera que él ordena a sus soldados para que realicen alguna acción.

Ahora es Jesús quien se admira por esa gran fe y le concede lo que pide. Al mismo tiempo nos pone Jesús como modelo a imitar esa gran fe del centurión. Es una fe más grande que lo que ha podido encontrar en Israel. Para Jesús sería muy reconfortante experimentar la fe del centurión, después de ver el rechazo de muchos israelitas, especialmente de los fariseos.

Una enseñanza que nos da hoy Jesús es la apertura de corazón ante las diferentes razas y pensamientos en el mundo. Una vez más nos enseña que Dios es Padre de todos, que para Él no hay distinción de razas, sino que es más estimado quien tiene más fe, quien sabe humillarse más, sobre todo buscando el bien de aquellos que están cerca o que vivan en el otro extremo del mundo.

Esta frase del centurión, de que no es digno de que Jesús entre en su casa, la Iglesia la ha santificado proponiéndola para ser dicha con mucha fe y humildad antes de recibir la comunión.

Recordemos esta fe. Recitemos esta oración con mucha humildad y Jesús entrará en nuestro corazón con mayor alegría, llenándonos el alma de las gracias abundantes que la Eucaristía nos dará.