25ª semana del tiempo ordinario. Domingo A: Mt
20, 1-16
Eran las semanas últimas de
la vida de Jesús, cuando en sus enseñanzas muestra más claramente que su
mensaje es para todos y que, precisamente por culpa de los jefes religiosos del
pueblo de Israel, éstos, que habían sido elegidos por Dios, serían puestos al
mismo nivel o estarían por detrás de otros muchos venidos a la fe después.
Esto es algo de lo que
Jesús nos enseña en esta parábola. Para muchos sorprende el final. Esto suele
pasar en varias parábolas. A veces habla Jesús de forma sorpresiva para que se
capte mejor el mensaje que quiere darnos. Por de pronto Jesús no está hablando
de relaciones económicas o laborales. Cuando alguien se sorprende o se
escandaliza es porque no ha comprendido el sentido del Reino de Dios. Nosotros
tenemos un concepto de justicia que no es lo mismo que la justicia de Dios. Hoy
en la primera lectura el profeta Isaías, hablando de parte de Dios, nos dice:
“mis pensamientos no son vuestros pensamientos, mis caminos no son vuestros
caminos”. Él mismo nos dice que los caminos de Dios son más altos, como los
planes de Dios son más altos. Claro que debemos trabajar para tener justicia;
pero no debemos quedarnos ahí, sino que por encima está la caridad, y la fraternidad,
la generosidad, la gratuidad, el compartir.
Hay quienes sólo hacen tratos con la fórmula: “te doy para que me des”.
Y normalmente somos muy mezquinos, porque somos egoístas.
Hoy nos enseña Jesús que
Dios llama a todos. A veces se le escucha de pequeño, a veces en la juventud o
de mayor o en la vejez. Lo importante es decirle que sí mientras haya tiempo,
“mientras es de día”. Para el que responde a su llamada Dios es generoso, sin
que lo merezcamos, porque la salvación es un don de Dios. Si Dios nos da lo
suficiente e infinitamente más ¿Por qué vamos a juzgar su acción con los demás?
Esta parábola en primer
lugar estaba dirigida a los jefes judíos que no veían bien el hecho de que
Jesús tratase con igual o más benevolencia a los publicanos y pecadores. Quizá
cuando esto escribía san Mateo tenía muy en cuenta algunas disputas que había
entre los judeocristianos y los paganos recién convertidos. A algunos judíos
convertidos no les parecía bien que se tratase igual a los paganos recién
convertidos. Sobre esto tuvo que hablar y escribir bastante san Pablo. Es la
envidia y mezquindad que Jesús había lamentado: la del hermano mayor del “hijo
pródigo”, la de Judas ante el “despilfarro” de María, la hermana de Lázaro, o
el fariseo Simón cuando ve a Jesús perdonar a la pecadora, o como Jonás que se
lamenta cuando Dios perdona a la ciudad de Nínive. La justicia de Dios no es
como la humana sin amor. Él no hace
cálculos, sino que ama, como quiere que hagamos nosotros.
Nosotros calculamos
demasiado, como aquel sacerdote y el levita de la parábola del buen samaritano;
pero éste no calculó y fue alabado por Jesús. Hoy los últimos de la parábola
tampoco calculan, sino que se fían del dueño, y esta confianza les valió una
buena recompensa. Igual que los que habían trabajado mucho sin tanta confianza.
Por eso en el trabajo que hacemos por el Reino de Dios no se trata de calcular
cuánto premio tendremos, sino de trabajar con amor y confiar en Dios, que es
mucho más espléndido de lo que pensamos. No se trata de recibir un sueldo, como
los que sólo saben pedir por su salvación, aunque no es que sea malo, sino que
lo importante es que el “Reino de Dios venga sobre nosotros” y las demás
intenciones que Jesús nos enseñó en el Padrenuestro. Después el premio vendrá
por añadidura.
Ante esta parábola nuestra
actitud cristiana debe ser de agradecimiento, alabando al Señor por su bondad y
magnanimidad. A todos nos da una esperanza de eternidad feliz, aunque no hay
que estar obsesionados con el final. Lo importante es trabajar en el oficio que
tengamos, sabiendo que el trabajo es una colaboración con Dios para llevar al
mundo adelante hasta la mayor plenitud posible; pero sabiendo que esa plenitud
será verdad si el mensaje de amor y de paz nos llena el corazón.