DOMINGO
XXVI TIEMPO ORDINARIO - CICLO A
A
QUIENES INTERESE VIVIR EN CRISTO
Pablo quiere enseñarnos en esta
lectura “como se vive en Cristo”. Por el bautismo hacemos parte de la vida de
Cristo; y esto para un creyente ,es lo más importante en la vida humana; todo
el resto son diversidades y no todas de igual importancia en relación al
bautismo que nos hace hijos de Dios y “nos une un mismo Espíritu y si ustedes
me profesan un afecto entrañable, llénenme de alegría teniendo todos una misma
manera de pensar, un mismo amor, unas mismas aspiraciones y una sola alma… y
para que mi alegría sea cumplida, tengan la misma disposición, el mismo amor y
los mismos sentimientos… por tanto no hagan nada con espíritu de rivalidad, ni
presunción; más bien con humildad, cada uno considera los demás como superiores
a sí mismo y no busque su propio interés sino el del prójimo”. Todo lo anterior
significa e implica “vivir en Cristo”, Lo que Pablo ratifica diciendo: “Tengan
los mismos sentimientos que tuvo Cristo Jesús”. (segunda lectura).
¿Quién es ese Cristo? Pablo lo
presenta con un himno antiguo que se cantaba en la liturgia. No es porque se
haya comportado bien que fue exaltado, en términos de recompensa, mérito o
cálculo, contrario a la gracia y don de Dios para Jesús que es gratuito.
Siempre en la vida humana corremos la tentación de hacerlo todo por mérito o
retribución. La maravilla del amor de Dios es nunca esperar en nuestros méritos
para colmarnos. Este criterio fundamental de la fe lo dice y explica la palabra
de Dios en todos los tonos, sin nosotros caer en cuenta de su profundidad en la
fe. Así el texto de Pablo a los filipenses debe ser leído en términos de
“gratuidad”. Todo es gracia. Si el don de Dios es gratuito, pero nosotros lo
tomamos en términos de reivindicación, somos nosotros mismos quienes nos
excluimos de Jesucristo, al contrario, no ha hecho más que acoger lo que Pablo
llama a “obedecer”. Ob-audire, es poner un oído delante de la Palabra; es la
actitud de dialogo en la fe, donde se puede escuchar sin temor; porque no ha
hecho sino asumir el amor de Dios, para colmarlo. Es un regalo que no se
amerita; con Dios todo es don, todo es regalo; si fuera algo debido; ya no
seriamos creyentes y Dios dejaría de ser Dios; es decir, todo se echa a perder.
La condición divina de Dios es que su amor es gratito; y así trata a sus hijos.
El himno termina “toda lengua proclame que “Jesucristo es el Señor para gloria
de Dios-padre”. La gloria es la manifestación del amor de Dios personificado en
Jesucristo y que nosotros compartimos en el servicio a los hermanos.
¡A
QUÉ GRUPO DEBEMOS PASARNOS!
Mateo conociendo a Pablo imaginó una
parábola para escrutar los dos hijos de una misma familia judía en relación a
si tenían o no los mismos sentimientos de obediencia a su padre, Dios. A diario
ocurren en las familias que un papa o una mamá piden a sus hijos hacer o
colaborar en algo; y uno obedece de palabra y otro hace lo que digan sus
padres; a pesar de haber dicho en un primer momento que no. Este hijo, el
segundo, fue el que tuvo los mismos sentimientos de sus padres al obedecer. La
parábola de los dos hijos muestra que la verdad del hombre se revela más por
los actos que por los propósitos: “Yo voy Señor, pero no fue”.; “No quiero ir,
pero se arrepintió y fue” (evangelio)
Cuando ellos, los sumos sacerdotes y
los ancianos, jefes y representantes oficiales de Israel de quienes dependía
toda la ley a cumplirse; se ubicaron en el grupo del primer hijo que había
rechazado. Desde Juan, las promesas de Jesús. “los dirigentes ni siquiera
después de haber visto, se han arrepentido ni han creído en Jesús; mientras que
los publicanos y las prostitutas”, haciendo parte del segundo hijo, segundo
grupo, “se les han adelantado en el camino del reino de Dios” por haberle
creído a Juan la predicación acerca de la justicia. Sin duda alguna que los
publicanos y las prostitutas tenían más posibilidad de abandonar sus
ocupaciones deshonestas y sus ganancias ilícitas para entrar a hacer parte del
Reino de Dios que es Jesús; en cambio los dirigentes, pertenecientes al primer
hijo no les fue suficiente la capacidad de cambiar, convertirse, ponerse al
servicio de los demás como lo hicieron los publicanos y las prostitutas; ellos
preceden, pero sin sustituir una posible conversión del primer hijo; máxime
cuando le respondieron a Jesús que el segundo hijo había cumplido la voluntad
del Padre. Así quedó dividido Israel, la élite autoexcluida por endurecer su
corazón y los marginados de la ley incluidos por creer. ¿A qué grupo
pertenecemos nosotros? La respuesta nos puede indicar de lejanía o cercanía al
Reino de Dios que pasa por el servicio a los hermanos.
BUENAS
NOTICIAS.
En el texto de Ezequiel (18,25-28) se
combate una mentalidad que representa una defensa o resistencia clásica a no
convertirse, no querer cambiar: “Yo soy así y no me cambia nadie”. Sabiendo que
es Dios el que convierte, cambiar lleva enormes beneficios, dones de Dios:
“Cuando el pecador se arrepiente del mal que hizo y practica la rectitud y la
justicia, él mismo salva su vida. Si recapacita y se aparta de los delitos
cometidos, ciertamente vivirá y no morirá” (primera lectura).
Pablo piensa que la responsabilidad de
los dos hijos de Israel y nosotros es tener o no los mismos sentimientos de
Jesús. (Fil 2,1-11). La súplica del Salmo 24 es común para los dos hijos:
“Porque el Señor es recto y bondadoso, indica a los pecadores el sendero; guía
por la senda recta a los humildes y descubre a los pobres sus caminos”