La viña amada

 

Allá en “un rincón del alma” de todo ser humano hay una lucecita votiva que  no se apaga en culto y devoción a un Alguien amado, preferido en exclusiva. Es razón y motivo para gastar la existencia, para darle sentido, y arrancar del corazón una opción que envuelve toda la vida. Es el canto de los enamorados, la vena poética en el romance y, muy en serio, el éxtasis de los contemplativos, de quienes decimos seguir a una persona, Jesucristo.

La palabra ‘Amor’ es de uso corriente en todas las lenguas, culturas, religiones. Ella mueve la fe y la fe, las montañas. Si decimos que Dios es Amor y que el ser humano ha sido cocido en el fuego de ese Amor, estamos expresando no una imagen, sino la realidad más honda que explica nuestras vidas. Dios también es un ‘enamorado’ y en el horizonte de sus sueños, mejor, en el centro de su Ser, opción primera y última, están el hombre y la mujer.

La Biblia es el canto de Dios a su Viña. La ha rodeado de caricias y ternuras infinitas. Su sueño y, Dios tiene sueños, es esta Viña fecunda, rodeada de baluartes para defenderla, elevada sobre la colina y en preparación un lagar que promete cosecha sazonada. Y esa Viña eres Tú, soy Yo, es la humanidad entera. Cada ser humano personalizado, amado, identificado, perdonado.  No se podía pedir más en cuidados y atenciones preferenciales.

Lo bueno y santo del Amor es que exige la libertad como su hábitat natural. Podemos decirle a Dios un SÍ como también un NO. Las consecuencias son diferentes. El SÍ nos permite participar de su mesa, ‘beber de sus torrentes’ como ‘fuente viva’. Pero es tanto el Amor de Dios que aún con un NO de nuestra parte, espera prodigándonos todas la posibilidades de reacción de nuestra parte a fin de igualarnos en la cosecha generosa y fecunda.

Cochabamba 08.10.17

jesús e. osorno g. mxy

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