XXVII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo A.

INJUSTOS DESAGRADECIDOS

 

Padre Pedrojosé Ynaraja

 

1.- Con frecuencia lo somos nosotros, como veréis enseguida, mis queridos jóvenes lectores. Ahora bien, antes de referirme al contenido, permitidme que os comente algún detalle de los relatos, aunque carezca de importancia teológica o bíblica.

 

2.- La vid no es una planta cualquiera. Es un vegetal aristocrático. Cuando llegué a la casa donde habito ahora, al lado de la puerta de entrada, crecía una vieja parra que me dicen tiene más de 100 años, su altura es aproximadamente de 8 metros. Quise tener el honor de plantar otro ejemplar. Hacerlo es muy sencillo. Se toma un esqueje, sarmiento, que es lo mismo, lo llamamos, y lo planté. Brotan siempre a poca tierra y humedad tengan, pero su crecimiento es lento. Espera uno cada primavera para ver si salen pámpanos, preludio de las tímidas flores de color verde que se confunden con el de las hojas. Cuando empieza uno a distinguir entre ellas algunos granos, sueña uno con que madurarán y, en mi caso, que los pájaros no se las coman y pueda saborear algunas. Que una cepa no dé uva le decepciona a uno. El granizo puede malbaratar las esperanzas. Tener un majuelo es una aventura, os lo digo por experiencia, imaginad pues, lo que será poseer un viñedo. Hoy en día existen enólogos, gente experta, y maquinaria que tecnifican el cultivo, pero siempre queda el pequeño agricultor que dedica un pequeño terreno a la vid y goza del mosto, aquel que alegra a los dioses y a los hombres, como se dice en el libro de Josué. Disfruto yo contándoos esto y a algunos de vosotros, mis queridos jóvenes lectores, posiblemente también os satisfará, imaginad el gozo de Isaías, redactando el canto que por inspiración de Dios ofrece a los lectores de su tiempo, conocedores mucho más que yo de los avatares del cultivo de la vid. La experiencia de buscar entre las hojas algún racimo y, al encontrarlo y llevárselo a la boca, gustar algo amargo y ácido, también la conozco, son granos agraces, no madurados, desagradables, sin ninguna utilidad ni provecho.

 

3.- Si Isaías se dirige al pueblo de Israel, hoy podemos pensar que nos lo dirige a nosotros, que creemos ser cultura cristina. Si hay un juicio personal de Dios, también un juicio histórico de las comunidades humanas. Nosotros, miembros de la occidental cristiana, debemos sentirnos interpelados. Vosotros, queridos jóvenes lectores, que seguramente os reunís formando equipos, comunidades, pandillas, agrupaciones, o como queráis llamarlas, debéis someteros a riguroso examen. Vuestras actividades y proyectos ¿siguen directrices y buscan ayudar a conseguir el bien o por lo menos el mejoramiento de la sociedad que os envuelve? u ¿os entregáis al consumo imprudente e injusto de la mejor mentalidad capitalista?

 

4.- El protagonismo de la parábola que explica Jesús a los notables que ha encontrado en el amplio atrio del Templo, aunque se centre en una viña como objeto, se ciñe más bien al comportamiento del amo y los arrendatarios. ¡Disponemos de tanto recibido y no ganado con nuestro esfuerzo! ¿Sabemos ser agradecidos y, en consecuencia, colaborar con quien nos lo ha proporcionado?

 

5.- Antiguamente se insistía mucho en que cada uno, antes de irse a dormir, hiciera examen de conciencia. Pensara unos momentos en los posibles pecados que durante el día hubiera podido cometer y se arrepintiera y para acabar rezara el “Señor mío Jesucristo”. No estaba mal y lamento que tal práctica, por lo que yo sé, no se practique. Ahora bien, es preciso ser más rigurosos. Dios, propietario del espacio/tiempo que nos ha cedido, con sus riquezas minerales, vegetales y animales, amén del agua imprescindible y otros gases atmosféricos, nos pide cuentas. Es generoso y quiere compartir con generosos. Ama y desea ser correspondido, no como paga, sino para al amarle a Él, enriquecernos nosotros más y más. El pecado es pretender frustrar los planes de Dios. Es querer malograrlo, aunque ningún mal podamos causarle.

 

6.- De nuevo sentirnos conscientemente sumergidos en la cultura occidental cristiana y preguntarnos si respondemos a la herencia recibida por anteriores generaciones, proporcionando nuevas riquezas con nuestro bien obrar, con nuestra expresión de belleza actual, sea del arte o artesanía que sea, con nuestro estudio que engrandezca los conocimientos de nuestro entorno y su futuro.

 

No os digo que aspiréis a recibir premios de investigación, arte o filantropía. Contentaos con una pequeña buena obra diaria, con algo que habéis dejado más bello, con algo que habéis aprendido o enseñado a alguien. De no hacerlo el justo juicio llegará y cada uno escuchará sentencia.

 

Lo bueno del caso es que como la justicia divina es misericordia, sin tener que recurrir a tribunales de instancia superior, podemos ser absueltos y continuar siendo agraciados por su bondad.