«LA MISIÓN EN EL CORAZÓN DE LA FE
CRISTIANA I»
Carta de monseñor Juan Rubén
Martínez, obispo de Posadas,
para el 27° domingo
durante el año
[8 de octubre de 2017]
En la Argentina, este
domingo celebramos la Jornada Mundial de las Misiones. Como cada año, el Papa
Francisco envía un mensaje que en esta ocasión se titula «La Misión en el
corazón de la fe cristiana».
El Papa nos propone para
este año «reflexionar de nuevo sobre la misión en el corazón de la fe
cristiana. De hecho, la Iglesia es misionera por naturaleza; si no lo fuera, no
sería la Iglesia de Cristo, sino que sería sólo una asociación entre muchas
otras, que terminaría rápidamente agotando su propósito y desapareciendo. Por
ello, se nos invita a hacernos algunas preguntas que tocan nuestra identidad
cristiana y nuestras responsabilidades como creyentes, en un mundo confundido
por tantas ilusiones, herido por grandes frustraciones y desgarrado por
numerosas guerras fratricidas, que afectan de forma injusta sobre todo a los
inocentes. ¿Cuál es el fundamento de la misión? ¿Cuál es el corazón de la
misión? ¿Cuáles son las actitudes vitales de la misión?
La misión de la Iglesia,
destinada a todas las personas de buena voluntad, está fundada sobre la fuerza
transformadora del Evangelio. El Evangelio es la Buena Nueva que trae consigo
una alegría contagiosa, porque contiene y ofrece una vida nueva: la de Cristo
resucitado, el cual, comunicando su Espíritu dador de vida, se convierte en
Camino, Verdad y Vida por nosotros (cf. Jn 14,6). Es
Camino que nos invita a seguirlo con confianza y valor. Al seguir a Jesús como
nuestro Camino, experimentamos la Verdad y recibimos su Vida, que es la plena
comunión con Dios Padre en la fuerza del Espíritu Santo, que nos libera de toda
forma de egoísmo y es fuente de creatividad en el amor.
Dios Padre desea esta
transformación existencial de sus hijos e hijas; transformación que se expresa
como culto en espíritu y en verdad (cf. Jn 4,23-24),
en una vida animada por el Espíritu Santo en la imitación del Hijo Jesús, para
gloria de Dios Padre. La gloria de Dios es el hombre viviente. De este modo, el
anuncio del Evangelio se convierte en palabra viva y eficaz que realiza lo que
proclama (cf. Is 55,10-11), es decir Jesucristo, el
cual continuamente se hace carne en cada situación humana (cf. Jn 1,14).
La misión de la Iglesia
no es la propagación de una ideología religiosa, ni tampoco la propuesta de una
ética sublime. Muchos movimientos del mundo saben proponer grandes ideales o
expresiones éticas sublimes. A través de la misión de la Iglesia, Jesucristo
sigue evangelizando y actuando; por eso, ella representa el kairos, el tiempo propicio de la
salvación en la historia. A través del anuncio del Evangelio, Jesús se
convierte de nuevo en contemporáneo nuestro, de modo que quienes lo acogen con
fe y amor experimentan la fuerza transformadora de su Espíritu de Resucitado
que fecunda lo humano y la creación, como la lluvia lo hace con la tierra. Su
resurrección no es algo del pasado; entraña una fuerza de vida que ha penetrado
el mundo. Donde parece que todo ha muerto, por todas partes vuelven a aparecer
los brotes de la resurrección. Es una fuerza imparable.
Recordemos siempre que no
se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el
encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a
la vida y, con ello, una orientación decisiva. El Evangelio es una persona, que
continuamente se ofrece y continuamente invita a los que la reciben con fe
humilde y laboriosa a compartir su vida mediante la participación efectiva en
su misterio pascual de muerte y resurrección. El Evangelio se convierte así,
por medio del Bautismo, en fuente de vida nueva, libre del dominio del pecado,
iluminada y transformada por el Espíritu Santo; por medio de la Confirmación,
se hace unción fortalecedora que, gracias al mismo Espíritu, indica caminos y
estrategias nuevas de testimonio y de proximidad; y por medio de la Eucaristía
se convierte en el alimento del hombre nuevo, medicina de inmortalidad.
El mundo necesita el
Evangelio de Jesucristo como algo esencial. Él, a través de la Iglesia,
continúa su misión de Buen Samaritano, curando las heridas sangrantes de la
humanidad, y de Buen Pastor, buscando sin descanso a quienes se han perdido por
caminos tortuosos y sin una meta».
Les envío un saludo cercano
y hasta el próximo domingo.
Mons.
Juan Rubén Martínez,
obispo de Posadas