D O M I N I C A   XXVIII    (A)  (Mateo, 22, 1-14)

¡Que respondamos, Señor, a tu invitación, y que nos afanemos en llenar tu Casa!

 

-  El Señor se sirve de la fiesta que prepara un Rey para la Boda de su hijo, para  poner de manifiesto los motivos que tenemos de “hacer fiesta” ya que, por la vocación cristiana, hemos sido invitados al gran festín del Reino de los Cielos.

-  La imagen utilizada por el Señor no ha perdido actualidad. La Boda del hijo de un Rey sigue siendo un extraordinario acontecimiento social en el que, ser invitado, constituye un honor y un  apreciado privilegio.

-  Varias consideraciones nos quiere transmitir el Señor a través de su Parábola:

            1ª) La ingratitud e indiferencia de muchos a su generosa invitación.

- Resulta chocante y llamativa aquella indiferencia de los invitados ante la indudable magnanimidad de aquel rey. ¿Cómo se explica esta actitud de desprecio? La única explicación que podría darse es: que aquellos invitados, con su personal  jerarquía de valores, estarían tan embebidos en sus propios planes e intereses que los incapacitaba para apreciar el don que se les hacía.

-  Desgraciadamente, no es muy diferente la razón por la que hoy el Señor encuentra el mismo desdén, de parte de tantos bautizados, a los que, por la vocación cristiana, Dios ha llamado con su inmenso amor, al gran festín del Reino de los Cielos, con el que El quiere colmar nuestras más ambiciosas aspiraciones de felicidad y el Señor, lamentablemente, se encuentra con que, tantos y tantos hombres, ofuscados también por los efímeros bienes de esta vida, (con los que pretenden colmar sus ansias de felicidad), menosprecian y tratan con desdén, la amorosa invitación divina.

            2ª) La universalidad de esta llamada.

- El Señor también, a través de la Parábola, (tanto por las reiteradas llamadas que hace el Rey, como por la  diversidad de personas a las que convoca), nos quiere dejar claro que la vocación cristiana, esa su invitación al festín del Reino de los Cielos, es una llamada universal, porque su Reino no es exclusivo de ningún pueblo o raza, o sólo para los hombres de su época: 

            -  Ni tenían entonces la exclusividad de la salvación el pueblo judío.

            -  Ni la tienen hoy los católicos. ¡Dios quiere que todos se salven!

¡Todos los hombres estamos invitados a ese festín del Reino de los Cielos! Así lo proclamó Jesús y así nos lo recordó solemnemente el Concilio Vaticano II.

            3ª) Que, todos los cristianos estamos llamados a ser “vocantes”.

- Finalmente, el Señor, (a través de aquellos servidores del rey) nos recuerda que, su llamada, no es sólo un derecho a participar en su banquete, sino que incluye también la obligación de hacernos, por el apostolado, portavoces de su invitación. Hemos de hacerla llegar a cuantos nos encontremos en los “cruces de nuestros caminos”: A todas las personas con las que nos relacionamos y que pueden desconocer esta inefable invitación de Dios a ¡ser Felices!  Guillermo Soto