DOMINGO
XXVIII TIEMPO ORDINARIO - CICLO A
EL
REINO ES JESUCRISTO.
Pablo quiere agradecer el recibo de
una ayuda enviada por los fieles de Éfeso, para poder subsistir después de
haber estado encarcelado. Su gratitud es motivo para compartir con la comunidad
su experiencia de libertad de los bienes materiales: “Yo sé lo que es vivir en
la pobreza y también lo que es tener de sobra. Estoy acostumbrado a todo; lo
mismo a comer bien que a pasar hambre; lo mismo en la abundancia que a la
escasez”. La razón de su experiencia es ésta: “Todo lo puedo unido a aquel que
me conforta… sin embargo han hecho ustedes bien en socorrerme cuando supieron
de mis dificultades” (segunda lectura).
Poco antes había dicho en esta misma
carta a los filipenses: “Lo que aprendieron, recibieron, escucharon y vieron en
mí, pónganlo en práctica. Y el Dios de la paz estará con ustedes” (Flp 4,9).
En la primera carta a Timoteo envía
este mensaje: “A los ricos de este mundo recomiéndales que no se envanezcan,
que pongan su esperanza no en riquezas inciertas, sino en Dios, que nos permite
disfrutar abundantemente de todo. Que sean ricos de buenas obras, generosos y
solidarios. Así alcanzarán un buen capital para el futuro y alcanzarán la vida
eterna” ( 1 Tm 6,17-19).
PABLO
LEE EL SALMO 23.
Pablo hace, por la liturgia, una
expresión ampliada de su experiencia de fe, “El Señor es mi pastor, nada me
falta”, todo lo puedo en aquel que me conforta; en verdes praderas me hace
reposar; y hacia fuente tranquilas me conduce para reparar mis fuerzas… Tú
mismo me preparas la mesa, a despecho de mis adversarios; me unges la cabeza
con perfume y llenas mi copa hasta el borde” (Sal 23) “Mi Dios, pastor, por su
parte con su infinita riqueza, remediará con esplendidez todas las necesidades
de ustedes, por medio de Cristo Jesús. Gloria a Dios nuestro Padre, por los
siglos de los siglos Amén”.
MATEO
INTÉRPRETE DE PABLO
En el relato del Evangelio aparecen
dos parábolas unidas: La primera narra la invitación de un rey a la boda de su
hijo (Mt22,2-10); la segunda se refiere a lo ocurrido en la sala del banquete,
el problema del vestido y la reacción del rey (22,11-13).
La experiencia de fe de Pablo, el
kerigma, la interpreta Mateo en el evangelio de hoy como: el Reino de los
cielos semejante a un rey que envía mensajeros; preparando un banquete de bodas
para su hijo.
El propietario del domingo pasado y el
rey de hoy hacen alusión al mismo Padre y al mismo Jesucristo. Allí aparecía el
propietario severo, encerrado en su derecho de resultados; aquí el rey
magnánimo, que quiere que sean muchos los que participen en la alegre boda de
su hijo. La mayor gravedad es el desinterés de los invitados a la fiesta por el
compromiso diario en el campo y el cuidado exagerado con los negocios. Esta
falta de interés se convierte en enemistad de forma inexplicable; La gente
incluso se siente molesta con los mensajeros y sin reflexionar les da muerte.
EL
ERROR DE LOS INVITADOS.
Los invitados de derecho son los
hebreos que habían esperado durante siglos la venida del reino mesiánico, el
banquete nupcial, mientras que los invitados en los cruces de los caminos son
los excluidos en un tiempo (publicanos y pecadores) y, sobre todo, los
convertidos del paganismo, los trabajadores de la ultima hora.
El error de los invitados, que sigue
siendo el riesgo nuestro, es dejar lo importante por lo urgente, lo esencial
por lo relativo: Se deja lo importante de la familia, la formación de los
hijos, por la vida social o profesional; se deja lo humano por lo material y lo
serio por lo light; se deja lo absoluto por lo relativo y la fe por la
religión. Ni siquiera la paz se hace reloj en mano porque esa sí que necesita
de paciencia.
LOS
INVITADOS SOMOS TRIGO Y CIZAÑA
“Entonces el rey se enfureció y,
enviando sus tropas, acabó con aquellos asesinos y les incendió la ciudad.
Luego dice a sus criados: El banquete de bodas está preparado, pero los
convidados no se lo merecían. Salid, pues, a las encrucijadas de los caminos, y
a todos cuantos encontréis, convidadlos al banquete. Salieron los criados a los
caminos y reunieron a todos los que encontraron, malos y buenos, y la sala del
banquete se llenó de comensales”.
Es muy probable que el evangelista
piense en la destrucción de Jerusalén, que ya había ocurrido cuando redactó el
evangelio, no solo por los asesinos se comprende la parábola sino también por
los viñadores que se han puesto de acuerdo para matar al Hijo (21,38s). Al
final tuvo que realizarse el banquete con una mezcla de invitados malos y
buenos aceptados como nuevo pueblo de Dios en lugar de Israel. que no mereció
la invitación.
Las dos clases de invitados, desde
Pablo hasta nosotros nos hemos encontrado en la Iglesia. “salgan, pues, a los
cruces de los caminos y conviden al banquete de bodas a todos los que
encuentren” así como en el campo la cizaña no está separada del trigo. La sala
se ha llenado y la invitación ha logrado su objetivo. Pero con la invitación no
se ha celebrado ya la boda, para mantenernos en el lenguaje de la parábola.
“Cuando entró el rey a ver a los
convidados, descubrió allí a uno que no estaba vestido con traje de ceremonia,
y le dice: Amigo, ¿cómo entraste aquí sin traje de ceremonia? Pero él se quedó
callado. Entonces el rey dijo a los sirvientes: Atadlo de pies y manos y
arrojadlo a la obscuridad, allá afuera. Allí será el llanto y el rechinar de
dientes. Porque muchos son los llamados, pero pocos los escogidos.
A cualquiera se le puede ocurrir
preguntar ¿cómo a un habitante de la calle o al hombre que duerma en una manga
se le va a exigir un vestido de fiesta? No podemos olvidar que la sala está
colmada de gente buena y mala; y el que no tiene el vestido de fiesta hace
parte de los malos; ¡ése es echado a la perdición!
¡Como mínimo es un mal trato para el
huésped!
El vestido de la fiesta son los frutos
del reino en la parábola de los viñadores; sin los frutos de las obras “el
árbol será cortado por estéril y arrojado al fuego” Estando ubicado este texto
como una parábola pedagógica de misericordia, nos indica la compasión final que
tendrá el Rey, Jesús, con quienes hasta ahora no hemos dado el fruto requerido
a los dones que hemos recibido de Dios para el bien de los demás. Por la
conversión al servicio y la solidaridad el Espíritu del resucitado hará nuestra
la intuición profética de Isaías: “En aquel día el Señor destruirá la muerte
para siempre, el Señor Dios enjugará las lágrimas de todos los rostros y
borrará de toda la tierra la afrenta de su pueblo. En aquel día se dirá: “aquí
está nuestro Dios, de quien esperábamos que nos salvara. Alegrémonos y gocemos
con la salvación que nos trae, porque la mano del Señor reposará en este monte”
(primera lectura)