XXIX Domingo del tiempo ordinario, Ciclo A
FE, ESPERANZA Y CARIDAD
Padre Pedrojosé Ynaraja
1.- Escribe Pablo su epístola a
los cristianos de Tesalónica, ciudad próspera ya en aquel tiempo, situada hoy
en la actual Grecia. Según leo, posee atractivos museos que recrean al turista
y un aeropuerto a punto de conseguir que lleguen y marchen vuelos
intercontinentales. De su pasado de tiempo apostólico quedan suficientes
monumentos para no dudar de su autenticidad. Os cuento esto, mis queridos
jóvenes lectores, confesándoos que nunca he visitado este lugar. He cruzado por
encima, una azafata de mi primer viaje a Tierra Santa, me aseguró que lo estaba
viendo abajo era Salónica, recuerdo que le pregunté si se trataba de Salónica o
Tesalónica y no supo contestarme. Hoy ya sé que la ciudad recibe los dos
nombres.
2.- San Pablo se dirige a esta
comunidad iniciando su misiva con un saludo y una referencia a los que le
acompañan Silvano y Timoteo. Os señalo esto para que veáis que, aunque el
documento es Palabra Revelada, está anclado en el espacio/tiempo, y el apóstol
lo señala explícitamente, aunque en estos parámetros no se comprometa la inerrancia bíblica. Imitándole yo, cuando os escribo, sin
que sea movido por instancias inspiradas, también me gusta referirme a
realidades o experiencias personales sin ignorar, ni ocultar, las verdades
eternas fundamentales.
3.- Les informa que reza por
ellos, como a mí me gusta comunicaros que junto al
Sagrario también yo rezo por vosotros, mis queridos jóvenes lectores. Empieza
por hacer referencia a las virtudes que les deben mover, las deben cultivar y
ser testimonios de ellas. Porque si los cimientos donde se asienta toda vida
espiritual son la oración, el ayuno y la limosna, sobre ellas debe elevarse la
Fe, la Esperanza y la Caridad, paredes maestras del edificio cristiano.
4.- Tal vez hayáis observado que
algunas palabras las escribo con mayúscula, pese a que esta no sea la norma
establecida por la Real Academia. A mí me gusta señalar de esta forma que no se
trata de una fe cualquiera, como la pueda tenerse en cualquier persona, cosa o
teoría. Ni una esperanza, como tantas se tienen, en un
posible y quimérico deseable futuro. Ni un amor como el atractivo espontaneo
que surge entre personas, o hacia una apreciada mascota fiel acompañante. La
Fe, la Esperanza y la Caridad, son otra cosa. ¿Habéis meditado en ello? Les
recuerda, como final del saludo, que lo que recibieron no eran teorías, sino la
predilección personal de Dios y la fuerza del Espíritu Santo. Vuelvo a
preguntaros ¿pensáis en ello? ¿Os sentís imbuidos, impregnados por la fuerza
divida, por su fuego abrasador?
5.- El texto del evangelio que se
proclama en la misa de este domingo es muy conocido. La sentencia solemne de
Jesús muy celebrada y repetida, pero será preciso que nos preguntemos ¿obramos,
decidimos, hablamos y pensamos de acuerdo con lo que dice el Maestro? Ya desde
el principio debemos reconocer que con subterfugios, movidos por intereses más
o menos generosos o egoístas, no sabemos muchas veces distinguir los dos
niveles: el político del sobrenatural.
6.- Abro paréntesis. Antes de
proseguir me detengo un momento en algún detalle del marco en el que se
describe el encuentro personal. La escena, seguramente, se desarrolla en uno de
estos inmensos patios que rodeaban el Santuario y que llamamos atrio de los gentiles.
No porque fuera exclusivo de ellos, sino que, a diferencia del anterior Templo,
el de Salomón, que era exclusivo de los fieles judíos, en este que reedifico
Herodes el Grande, el de los Inocentes, el espacio sagrado, el Santuario,
estaba rodeado por un extenso, inmenso, grandioso, campus abierto a la entrada
y permanencia de quien quisiera estar allí. Los actores de la escena
evangélica, el cuerpo de instigadores, no era ideológicamente compacto. Unos
eran fariseos, hombres de categoría intelectual, o que así se lo creían,
fanáticos de la Ley del Sinaí y de múltiples preceptos que habían añadido, y un
grupúsculo de adheridos sin escrúpulos a las disposiciones normativas dictadas
por el reyezuelo Herodes. Poco intelectuales, más bien eran de aquellos que están siempre
al sol que más calienta. Cierro el paréntesis.
7.- Con seguridad el guion lo
habían preparado astutamente los primeros. No tenía escapatoria, imaginaban. Si
decía que debía pagarse el tributo, no era ni buen patriota, ni buen judío. Traicionaba
la vivencia que escocía interiormente al pueblo, que aspiraba a libertad total,
rechazando cualquier dominio ajeno. Si se atrevía a proclamar su adhesión
exclusiva a las tradiciones, aunque incomodasen al gobierno de la Ciudad de
Roma, imperio ocupante, podían denunciarlo como revolucionario, compinche de
zelotes o sicarios, las sectas más o menos terroristas, que por aquel entonces
tenían más notoriedad. En fin, y acabo, el denario era la moneda más
generalmente aceptada y usada. Si al principio en una cara estaba acuñada una
figura simbólica, pronto fue la figura, la faz del correspondiente emperador
que la avalaba.
No quiero continuar, deseo que seáis vosotros, mis queridos j