Domingo 29 del Tiempo Ordinario (A)
PRIMERA LECTURA
Llevo de la
mano a Ciro para doblegar ante él las naciones
Lectura del
libro de Isaías 45, 1. 4-6
Así dice el Señor a su Ungido, a Ciro, a quien lleva de la mano: «Doblegaré
ante él las naciones, desceñiré las cinturas de los reyes, abriré ante él las
puertas, los batientes no se le cerrarán. Por mi siervo Jacob, por mi escogido
Israel, te llamé por tu nombre, te di un título, aunque no me conocías. Yo soy
el Señor y no hay otro; fuera de mi, no hay dios. Te pongo la insignia, aunque
no me conoces, para que sepan de Oriente a Occidente que no hay otro fuera de
mi. Yo soy el Señor, y no hay otro.»
Sal 95, 1 y 3. 4-5. 7-8. 9-10a y e R.
Aclamad la gloria y el poder del Señor.
SEGUNDA LECTURA
Recordamos
vuestra fe, vuestro amor y vuestra esperanza
Lectura de la
primera carta del apóstol san Pablo a los Tesalonicenses 1, 1-5b
Pablo, Silvano y Timoteo a la Iglesia de los tesalonicenses, en Dios
Padre y en el Señor Jesucristo. A vosotros, gracia y paz. Siempre damos gracias
a Dios por todos vosotros y os tenemos presentes en nuestras oraciones. Ante
Dios, nuestro Padre, recordarnos sin cesar la actividad de vuestra fe, el
esfuerzo de vuestro amor y el aguante de vuestra esperanza en Jesucristo, -nuestro
Señor. Bien sabemos, hermanos amados de Dios, que él os ha elegido y que,
cuando se proclamó el Evangelio entre vosotros, no hubo sólo palabras, sino
además fuerza del Espíritu Santo y convicción profunda.
EVANGELIO
Pagad al César lo que es del César y a
Dios lo que es de Dios
Lectura del
santo evangelio según san Mateo 22, 15-21
En aquel tiempo, se retiraron los fariseos y llegaron a un acuerdo para
comprometer a Jesús con una pregunta. Le enviaron unos discípulos, con unos
partidarios de Herodes, y le dijeron: -«Maestro, sabemos que eres sincero y que
enseñas el camino de Dios conforme a la verdad; sin que te importe nadie,
porque no miras lo que la gente sea. Dinos, pues, qué opinas: ¿es licito pagar
impuesto al César o no?» Comprendiendo su mala voluntad, les dijo Jesús: -«Hipócritas,
¿por qué me tentáis? Enseñadme la moneda del impuesto.» Le presentaron un
denario. Él les preguntó: -«¿De quién son esta cara y esta inscripción?» Le
respondieron: -«Del César.» Entonces les replicó: -«Pues pagadle al César lo
que es del César y a Dios lo que es de Dios.»
A Dios y al César
Si los fariseos y los herodianos se han aliado para
pillar a Jesús, puede pensarse que la situación de éste es desesperada y sin
salida. De hecho, la alianza de los dos grupos no puede ser más antinatural:
los fariseos, partidarios del sistema teocrático judío, no podían aceptar
ninguna forma de colaboración con el poder pagano de los romanos. Los
herodianos, por el contrario, eran colaboracionistas sin escrúpulos, que
trataban de sacar ventajas de la ocupación. La actitud hacia el impuesto al
César indicaba bien a las claras la posición de cada uno. La trampa era
perfecta: si Jesús aceptaba el pago del impuesto, era un enemigo de Dios, un
blasfemo, un renegado que no aceptaba el único reinado de Yahvé. Si rechazaba
al impuesto podía ser acusado de sedición y rebeldía contra el poder
establecido. En los dos casos había causa contra él, que es lo que, en el fondo,
interesaba a unos y otros: encontrar un motivo para acusarlo y quitarlo de en
medio.
Las dos posiciones, más allá de las peculiaridades
culturales de la época, expresan tendencias universales, presentes de un modo y
otro en todo tiempo. La tendencia teocrática quiere someter todo el orbe de la
actividad humana al poder religioso, negando todo espacio de autonomía para el
hombre, la que el mismo Dios le ha dado en el acto de la creación. El
fundamentalismo es una religión excesiva, asfixiante, que se niega a reconocer
la madurez del hombre y el ejercicio de su libertad responsable. La otra
tendencia diviniza idolátricamente realidades humanas, demasiado humanas: el
poder político, la riqueza económica, el éxito social. A esos ídolos han de
sacrificarse todas las demás realidades, incluidas las más sagradas, como la
fe, la propia conciencia, la justicia, la caridad.
Que estos dos extremos viciosos se unan contra Jesús da
que pensar. Por una lado, no es infrecuente que formas del mal entre sí
contradictorias unan sus fuerzas para lograr sus turbios objetivos: carentes de
escrúpulos, para ellas el fin justifica los medios. Pero, por el otro, no es
que la verdad se encuentre en un mediocre término medio, hecho de compromisos.
Al contrario, Jesús no se inclina ante el poder, pero tampoco gusta de
imposiciones, ni siquiera en nombre de Dios. En su respuesta, sencillamente
genial, no sólo sale del aprieto en que querían ponerle, sino que, además, nos
muestra meridianamente qué significa la libertad del Hijo de Dios, una libertad
que, por ser también hijo del hombre, quiere compartir con nosotros. Jesús no
necesita negar al hombre para afirmar a Dios, ni negar a Dios para afirmar la
libertad del hombre, sino que su afirmación de Dios es la perfecta confirmación
de la libertad responsable del hombre y de su ámbito de autonomía.
¿Qué significa esta respuesta: “dadle al César lo que es
del César y a Dios lo que es de Dios”? Significa, en primer lugar, la distinción
de las esferas religiosa y secular. Es una novedad absoluta en la historia de
la humanidad. Existen áreas en las que el hombre debe decidir por sí mismo, resolviendo con autonomía sus problemas. Jesús
llama a la responsabilidad y, al mismo tiempo, exige que no tratemos de
manipular a Dios, haciendo de Él la justificación indebida de aquello que nos
corresponde resolver por nosotros mismos (como el modo de organizar la
política, la economía, la investigación de la naturaleza, etc.). Dios no es ni
debe ser el talismán mágico de nuestros problemas. Bajo la teocracia se
encuentra también con frecuencia la voluntad de dominio de algunos, que se sirven
de Dios y apelan a su autoridad para oprimir al hombre. Jesús desdiviniza así
el poder político (y todo otro poder humano), que podrá exigir el impuesto,
pero nada más: no puede exigir la conciencia de los hombres.
Ahora bien, ¿no existe en esta distinción de esferas el
peligro de espiritualizar en exceso la dimensión religiosa, hasta el punto de
recluirla en la sacristía y ponerla de espaldas a los problemas reales del
hombre? ¿Está acaso diciéndonos Jesús que “no nos metamos en política”, que
permanezcamos mudos ante la injusticia, y nos limitemos a darle a Dios el culto
debido en la oración?
Desde luego que no. La pregunta sobre el impuesto lleva a
la pregunta sobre la cara y la inscripción de la moneda; eso es “lo del César”.
Pero queda en el aire la cuestión de qué es “lo de Dios”. ¿Dónde está el rostro
y la inscripción que hay que darle a Dios? Cualquier judío medianamente
instruido y conocedor de la Biblia sabía la respuesta: la imagen de Dios es el
hombre, el rostro del hombre, y no hay verdadero culto a Dios si no hay respeto
al ser humano y servicio al necesitado. De manera implícita e inteligente (a
buen entendedor…) Jesús nos está diciendo que el sacramento de Dios en la
tierra es el hombre concreto. Es en él en el que Dios ha depositado su imagen y
ha hecho resplandecer su semejanza. Por tanto, el ser humano singular y
concreto no puede ser sacrificado en el altar del poder político, económico, ni
de ningún otro tipo. Todas esas esferas de actividad, teniendo sus ámbitos
respectivos de autonomía, han de estar al servicio del hombre, deben realizarse
en el respeto de la dignidad humana, no pueden convertir al ser humano en mero medio
e instrumento de sus fines, porque sólo el hombre está investido de la dignidad
de fin en sí, y eso es lo que hace inadmisible que fines cualesquiera
justifiquen medios que lesionen aquella dignidad. Este verdadero humanismo de
raíz teológica es el punto de intersección entre la experiencia religiosa y
todas las demás esferas de actividad humana. La religión, las iglesias, los
curas o los ayatolás no tienen que arrogarse competencias que no les
pertenecen, ni meterse a dirigentes de la política, la economía, etc. No tienen
derecho, en una palabra, a oprimir al hombre en nombre de Dios. Pero quien cree
en el Hijo de Dios hecho hombre, y, en consecuencia, descubre el rostro de Dios
en cada ser humano real, no puede consentir que se pisotee la imagen de Dios en
nombre de cualesquiera ideologías, formas de poder, sistemas económicos o
logros científicos. Ahí la Iglesia y los cristianos deben alzar su voz en
defensa de aquello que debemos a Dios. Nuestra fe en el Dios creador y Padre de
Nuestro Señor Jesucristo no nos permite permanecer en la indiferencia ante los
múltiples atentados contra la dignidad y el valor de la vida humana.
Hoy como ayer, fuerzas contradictorias se alían en contra
del hijo del hombre. Fundamentalismos religiosos pretenden determinar hasta los
mínimos detalles la vida humana, destruyendo su libertad y amenazándolo de
muerte (y matándolo) si no se somete. Y, en el otro extremo, sistemas políticos
y económicos, políticas demográficas, programas de investigación científica,
etc., utilizan al hombre, su vida y su dignidad, como moneda de cambio para los
más variados fines. Hoy como ayer, Cristo, sus discípulos, su Iglesia tienen
que alzar la voz para que, respetando la debida autonomía de las realidades de
este mundo (dándole al César lo que es suyo, su moneda, pero nada más), no
dejemos de darle a Dios lo que le pertenece sólo a Él: su imagen que habita en
el interior de cada uno. Reconocer y aceptar a Jesús como el Cristo, Hijo de
Dios e hijo del Hombre, es el mejor camino para encontrar ese equilibrio que no
está hecho de medias tintas o componendas, sino de la radicalidad del
mandamiento del amor a Dios y a los hermanos.