29ª semana del tiempo ordinario. Miércoles: Lc 12, 39-48

Los evangelistas en varias ocasiones nos traen palabras de Jesús en que habla de su segunda venida y cómo debemos estar vigilantes. Quizá era una predicación algo frecuente en la primitiva cristiandad, pues había corrido la voz de que Jesús iba a venir pronto otra vez. Muchos creían que iba a ser en la misma forma en que algunos le habían visto. Y como tardaba, les entraba la tentación de dejarlo todo y no preocuparse ni por la vida material ni por la espiritual. Por eso había que insistir, y la Iglesia nos insiste, en que debemos estar en una continua vigilancia espiritual.

Para ello Jesús pone varias comparaciones. Hoy nos dice que debemos estar vigilantes como el que prevé que va a venir el ladrón; porque el hecho es que no sabe la hora en que vendrá. Así será la venida de Jesús, la que será al final de nuestra vida y la que se realiza continuamente en tantas realidades humanas, para cuya presencia de Dios debemos estar alerta. Esto es para todos. Pero san Pedro, como justificándose un poco por estar ya con Jesús, le pregunta si esas palabras van también con ellos. Entonces nos da hoy Jesús el mensaje especial: La vigilancia espiritual es ciertamente para todos, pero de una manera especial para aquellos que tienen alguna responsabilidad social o comunitaria, como son jefes, pastores o padres de familia.

Todos somos administradores de muchos bienes que Dios nos proporciona. Sobre todo administradores de dos grandes bienes: la vida y la fe. Actuamos a veces como si fuéramos dueños, cuando en verdad somos administradores, pues de todo debemos dar cuenta al señor. Es verdad que no todos somos iguales. Unos tienen más inteligencia, otros más riquezas, otros más fuerzas físicas. Todo lo debemos usar pensando cuál es la voluntad de Dios sobre nosotros y nuestras facultades.

Pero también todos somos un poco administradores de los demás. Es decir, que todos tenemos una misión, la de hacer más felices a los demás ahora, y sobre todo para la eternidad. Hay muchos que tienen esa responsabilidad como por oficio. Y para estos se dirige hoy más directamente el evangelio. Da la impresión que las palabras de este evangelio iban dirigidas directamente a los encargados o responsables de las iglesias. Quizá cuando escribía esto san Lucas, había responsables que más bien usaban el cargo para su propio provecho. Pero cada uno tome estas palabras, según el cargo que tenga. Si tienen un cargo público ¿Lo administran para el bien público o lo hacen más bien en provecho propio? Y los padres de familia ¡Cuánto egoísmo encierran a veces en normas y mandatos hacia sus hijos! Más que amor es egoísmo.

Para todos nos dice Jesús que al final el juicio, premio o castigo, dependerá del conocimiento y la mucha o poca fidelidad. El que conoce muy bien lo que debe hacer y cuál es la voluntad de Dios, nuestro Padre y Señor, y no lo hace, merecerá mayor castigo que quien no lo conoce. Con esto no concluyamos que es mejor no conocer los mandatos del Señor, porque todos debemos aspirar a conocer mejor la voluntad de Dios. Quien no lo conoce porque no quiere, también comete delito. Ahora bien, quien mejor lo conoce y mejor lo cumple, será mucho más feliz, ahora y sobre todo al final.

No temamos ser administradores de los bienes de Dios, porque El es bueno y nos da las suficientes gracias para desempeñar bien el oficio. Lo importante por nuestra parte es ponernos en las manos de Dios y estar atentos a las visitas que Jesús quiere hacernos en la vida. En el Apocalipsis (3,20) nos dice: “Mira que estoy a la puerta y llamo”. Muchas veces llama a nuestra alma. Debemos estar vigilantes para abrirle. Y si le abrimos con cariño, El está dispuesto a cenar con nosotros, que significa: envolvernos en su amor. A veces Jesús nos parece exigente con sus palabras. No volvamos la vista al lado, como si eso no fuese con nosotros. Miremos a Cristo de frente. Veamos que sólo quiere nuestro amor, aunque nos pida una responsabilidad en la salvación de nuestros hermanos.