TIEMPO
ORDINARIO – DOMINGO XXX A
(29-octubre-2017)
Jorge Humberto Peláez S.J.
Los
dos pilares de una auténtica espiritualidad
ü Lecturas:
o Éxodo
22, 20-26
o I
Carta de san Pablo a los Tesalonicenses 1, 5c-10
o Mateo
22, 34-40
ü Los
fariseos se habían propuesto aniquilar a Jesús, cuyas enseñanzas y denuncias se
habían convertido en un serio obstáculo para sus propósitos. Y para poder lograr
sus objetivos necesitaban acusarlo de un delito muy grave. Por eso le hacían
preguntas malintencionadas, de manera que pudieran llevarlo ante los tribunales.
ü El
domingo anterior vimos cómo quisieron tenderle una trampa a propósito del pago
de los impuestos. Jesús salió airoso respondiendo: “Den al César lo que es del César,
y a Dios lo que es de Dios”. Este domingo, un doctor de la ley le pregunta:
“Maestro, ¿cuál es el mandamiento más grande de la ley?” La pregunta parece
sencilla, pero está envenenada.
ü Los
doctores de la ley habían desarrollado una complicadísima lista de preceptos
que regulaban todos los aspectos de la vida familiar, social, religiosa y política.
Eran más de quinientas normas. Cuando el doctor de la ley le pregunta cuál era
el mandamiento más importante de la ley, pretendía lanzarlo a las profundidades
de apasionados debates jurídicos y religiosos; así quería obligar a Jesús a
tomar partido y ganarse furibundos contradictores.
ü ¿Cómo
maneja Jesús esta compleja situación? Se sitúa por encima del debate
jurídico-religioso de los doctores de la ley, y propone los dos grandes pilares
sobre los que se levanta una sólida espiritualidad. Lo que dice Jesús desborda
las fronteras del Judaísmo, y se aplica a todas aquellas personas que viven honestamente
sus creencias religiosas y que buscan la verdad: judíos, musulmanes,
cristianos, budistas, hinduistas, etc. Jesus propone el amor a Dios y el amor
al prójimo como las dos expresiones supremas de una auténtica espiritualidad,
por encima de los ayunos, rezos, peregrinaciones, ritos, inciensos…
ü En
esta meditación dominical intentemos responder a estas dos preguntas: ¿Qué significa amar a Dios y qué significa
amar al prójimo? Empecemos explorando el significado del amor a Dios. En el texto evangélico leemos: “Amarás
al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente”.
No se trata, pues, de una adhesión intelectual a unas doctrinas; tampoco se trata
del cumplimiento de unos códigos de comportamiento. Amar a Dios es mucho más que
eso. Es confesar a Dios como Creador y Padre amoroso, que envió a su Hijo encarnado
para que nos mostrara el camino y nos revelara el misterio de Dios; es confiar
absolutamente en su providencia; es alinear nuestra vida con la propuesta del
Reino que instaura Jesús. La oración del Padrenuestro recoge maravillosamente
estos sentimientos de adoración, alabanza, total disponibilidad y petición.
ü Muchas
personas se declaran ateas porque rechazan imágenes culturales de Dios que lo
presentan como un poder distante, frío, desentendido de la suerte de la humanidad,
arbitrario en sus designios, inquisidor implacable. Con frecuencia, estas imágenes distorsionadas
de Dios son el resultado de experiencias negativas de la religión, escándalos y
agresivas campañas ideológicas. La mejor respuesta a estos contradictores es el
testimonio de quienes viven el gozo del Evangelio.
ü Exploremos
ahora el significado del amor al prójimo.
En su respuesta al doctor de la ley, Jesús dice: “El segundo es semejante a
éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. En estos dos mandamientos se fundan
toda la ley y los profetas”.
ü En
numerosos textos del Antiguo y del Nuevo Testamento se nos explica el significado
del amor al prójimo, que es mucho más comprometedor que una filantropía que
promueve nobles campañas o un paternalismo que reparte mercados y juguetes en
las fiestas navideñas.
ü El
texto del libro del Éxodo que acabamos de escuchar en la primera lectura es
explícito en sus exigencias de justicia y solidaridad: “No hagas sufrir ni
oprimas al extranjero; no explotes a las viudas y a los huérfanos; no te
comportes como un usurero”. Los profetas fueron críticos muy ácidos de las
prácticas injustas que se habían instalado en la vida cotidiana de Israel. A su
vez, Jesús fue implacable en las denuncias contra las injusticias y
discriminaciones. Vemos, pues, que la justicia es un componente esencial del mandamiento
del amor al prójimo.
ü Un
segundo componente del amor al prójimo es la misericordia. Jesús se identificó
con el dolor humano y su ministerio estuvo inspirado en la misericordia; se
dedicó a sanar todo tipo de dolores y sufrimientos. El Papa Francisco nos
recuerda que “el nombre de Dios es Misericordia” y cómo toda la acción pastoral
de la Iglesia debe estar impregnada de misericordia. De ahí el compromiso
ineludible con los pobres.
ü La
pregunta maliciosa que el doctor de la ley hizo a Jesús, es una extraordinaria oportunidad
para comprender que una auténtica espiritualidad debe ir más allá de los
formalismos externos para centrarse en lo esencial: el amor a Dios y al
prójimo, asumidos como proyecto de vida que inspira cada una de nuestras actuaciones.