DOMINGO 30 ORDINARIO, CICLO A

NO HAY SANTO SIN PASADO NI PECADOR SIN FUTURO

 

Los fariseos, una secta que se las daba de muy devotos y cumplidores de los mandamientos divinos se acercaron a Cristo con una pregunta “para ponerlo a prueba”, lo cuál hoy nos parece ingenuo, pues cualquier niño que se inicia en el catecismo lo sabe.  ¿Pero en tiempo de Cristo tenía razón de ser y era verdaderamente una prueba para el Señor? Sí, era una verdadera prueba, pues los fariseos sabían que Cristo no había ido a la escuela y por lo tanto era equiparable a cualquier persona del pueblo, que ellos consideraban incultos, ignorantes y alejados del Señor, porque todos tenían que moverse en una maraña, una verdadera maraña de preceptos. Hay que saber que se contaban 365 prohibiciones, tantos como días del año y 248 preceptos, lo cual daba un total de 613 mandamientos, que había que cumplir a como diera lugar si se quería estar en el camino de la salvación, lo cual era imposible para una sencilla persona del pueblo.  Cristo contesta adecuadamente, pero va más allá, mucho más allá de la pregunta y da razón de un segundo mandamiento, que Cristo se esforzaba por hacerlo pasar tan importante como el primero, si no es que más todavía. Ambos mandamientos eran conocidos de los judíos, de hecho, el primer mandamiento, “Amarás al Señor tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente”, ellos tenían que recitarlo dos veces al día, por lo menos,  en su oración. Esto lo sabían por el Libro del Deuteronomio y el segundo  mandamiento, lo encontraban en el libro del Levítico, “amarás a tu prójimo como a ti mismo”. El coraje de los fariseos estaba en que Cristo hacía mucho hincapié en el amor del prójimo resaltando aquello de “como” a ti mismo, que suponía desbandar al  Dios de los cielos.  Y es que Cristo hablaba de que el templo algún día quedaría destruido, y que donde deberíamos dar culto sería en su propia persona. Fue algo que los fariseos no soportaron, y recordemos que ellos, los más piadosos, los más religiosos, fueron los que le causaron su propia muerte.

 

La novedad de la respuesta de Cristo es sumamente ingeniosa,  y de profunda avanzada, pues diviniza al hombre hasta hacerlo hijo de Dios, y humaniza a Dios hasta hacerse uno más de ellos y meterse entre ellos.

 

Desde entonces no es posible pensar en darle culto a Dios, si no amamos de corazón al hermano y no será posible tampoco pensar en el amor al prójimo si desconocemos los derechos de Dios sobre la persona humana.  Ese es el gran problema en el que nos metió Cristo Jesús, ya no podemos pensar en una glorificación del Señor, con un culto muy bien preparado, con rituales muy bien pensados, si no le damos un buen trato al hermano, si no le pagamos el sueldo correspondiente, si hacemos distinciones por razón de la piel, o la nacionalidad e incluso por su situación económica. Nunca será un buen cristiano que se sabe de memoria todos los trisagios pero no va votar el día de las elecciones y no le importa mucho la suerte de sus hermanos.

 

Recordemos la gran importancia que Cristo le da al trato del hermano, cuando hace consistir el examen del último día en un repaso a nuestra actitud: “tuve hambre, tuve sed, estuve en la cárcel…. Y me socorriste”. No nos preguntará a cuántas peregrinaciones fuimos, cuántos rosarios rezamos, sencillamente que hicimos con el hermano.

 

Esto nos habla del universalismo de la salvación de  Cristo, pues los fariseos consideraban al prójimo sólo los de su misma raza o de su mismo credo, desconociendo el libro del Éxodo que en los principios del judaísmo hablaba de no desconocer los derechos de los extranjeros y no olvidarse de los más desarrapados de los mortales como eran las viudas y los huérfanos , además de desconocer los derechos de los usureros y los que explotaban al pueblo sencillo.

 

¿Ven mis queridos lectores el lío en el que nos metió Cristo el Señor?  Pero bendito sea el Señor que nos metió en tal embrollo, porque desde entonces ya no podemos escudarnos en que estamos rezando mientras mi hermano pasa hambre y mi vecino tiene sed, o sea que nuestro cristianismo o es  auténtico o será simplemente una farsa, una comedia, en la que ni nosotros mismos creeremos. La invitación es a amar sin condiciones, a perdonar sin limitaciones y a vivir interesamos en los derechos de los demás, antes que los nuestros propios.

 

El Padre Alberto Ramírez Mozqueda espera sus comentarios en alberami@prodigy.net.m