HUMILDAD Y SERVICIO
Domingo 31 del tiempo ordinario. A
“Esto es lo que os mando,
sacerdotes: Si no escucháis y no ponéis todo vuestro corazón en glorificar mi
nombre, dice el Señor del universo, os enviaré la maldición y maldeciré vuestra
bendición”. Es tremendo este oráculo divino que transmite Malaquías (Mal
2,1-2). Dios está dispuesto a maldecir los bienes que habían sido distribuidos
a los levitas.
Pero no es una condena
injusta. El Señor se queja con razón, porque los sacerdotes habían hecho que
muchas personas tropezaran en la Ley de Moisés. Su boca no había proclamado el
camino recto. Y habían sido parciales en la aplicación de las normas legales.
El texto se
cierra con un lamento del profeta, que es aplicable a todos los creyentes de
todos los tiempos y lugares: “¿No tenemos todos un mismo padre? ¿No nos creó el
mismo Dios? ¿Por qué entonces nos traicionamos unos a otros, profanando la
alianza de nuestros padres?” (Mal 2,10).
A esas quejas
respondemos humildemente en el salmo responsorial, cantando: “Señor, mi corazón
no es ambicioso, ni mis ojos altaneros” (Sal 130,1). De esa humildad nos da
ejemplo el apóstol Pablo en su primera carta a los fieles de Tesalónica, al
confesar: “Os tratamos con delicadeza, como una madre cuida de sus hijos” (1Tes
2,7).
TRES FALTAS
En la primera parte del
evangelio que hoy se proclama, Jesús advierte a la gente de las graves faltas
de los letrados y de los fariseos (Mt 23,1-7).
• Su primer pecado es la
incoherencia. ”No hacen lo que dicen”. Repiten una y otra vez las enseñanzas de
la Ley de Moisés pero no viven de acuerdo con lo que enseñan. Conocen la letra
de la Ley pero no han asimilado su espíritu.
• El segundo pecado es la
indiferencia. Ignoran los fardos pesados que cargan sobre los hombros de los
demás y no mueven ni un dedo para ayudarles. No han aprendido la importancia de
la compasión y no imitan la misericordia de Dios.
• El tercer pecado es la
vanidad. “Todo lo que hacen es para que los vea la gente”. Hasta su oración la
han convertido en un espectáculo para atraer la atención. Les gusta recibir
honores. Y ese es el único motivo que los mueve.
TRES CONSEJOS
En la segunda parte de
este texto evangélico, Jesús se dirige a sus propios discípulos con tres advertencias
importantes (Mt 23,8-12).
• Por dos veces les
dice que ninguno de ellos se haga llamar Rabbí, es decir maestro u orientador
de la vida moral, pues su maestro es uno solo y todos ellos han de reconocerse
como hermanos entre sí (Mt 23,8.10).
• Les pide, además, que a
nadie de la tierra llamen Abbá, es decir padre, porque uno solo es su Padre, el
del cielo (Mt 23,9). Es evidente que de nuevo Jesús quiere subrayar la
fraternidad que une y ha de unir a todos los suyos.
• Finalmente repite
lo que ya había enseñado a sus discípulos, a propósito de las pretensiones de
Santiago y Juan, hijos de Zebedeo, que deseaban puestos importantes en su Reino:
“El primero entre vosotros será vuestro servidor” (Mt 23,11; 20,26).
- Señor Jesús, reconocemos
nuestros pecados que escandalizan a nuestros hermanos. Que tu Espíritu nos ayude
a ser siempre humildes y servidores de los demás, puesto que todos nosotros somos
hijos del mismo Padre celestial. Amén.
José-Román
Flecha Andrés