XXXI Domingo del Tiempo Ordinario,
Ciclo A.
AUTENTICIDAD, HONESTIDAD, COHERENCIA
Padre Pedrojosé Ynaraja
1.- Cuando
leo, antes de pretender dirigiros este mensaje-homilía, los textos de la misa
de hoy, se me ocurre pensar que no debería escribiros nada a vosotros, mis
queridos jóvenes lectores. Parece que es a nosotros, los presbíteros, en algo
semejantes a los sacerdotes del Antiguo Testamento, a quienes va exclusivamente
dirigidas estas palabras.
2.-
Permitidme que, pese a que no pertenezcan a la misa de hoy, os ponga ahora un
fragmento de la Carta a los Hebreos (13, 7) “Acordaos de vuestros dirigentes,
que os anunciaron la Palabra de Dios y, considerando el final de su vida, imitad
su fe. Ayer como hoy, Jesucristo es el mismo, y lo será siempre”. Si os ofrezco
esta cita, es para que enlacéis lo que os decía al principio con lo que debo
continuar diciéndoos. Seguramente que habréis conocido a algunos sacerdotes,
que habréis tenido catequistas, que alguien os bautizó, que alguien os perdonó
vuestros pecados… muy buenas personas, o no tanto, seguramente cargadas de
buena voluntad, como la tengo yo también respecto a vosotros. No nos olvidéis
en vuestras oraciones.
3.- Recuerdo
ahora, el momento en que por televisión se anunció que los cardenales ya habían
escogido un nuevo Papa. Apareció él en el balcón de siempre, logia lo llaman.
Su aspecto, su fisonomía, no resultaba simpática, hay que ser sinceros. Muy
serio, casi parecía enfadado. Miró hacia la multitud y dijo severamente: rezad
por mí. No cambió su rostro, pero sí que cambió nuestro corazón. Nunca había
imaginado semejante súplica. No se anunció a sí mismo como alguien que empezaba
a gobernar, mandar y prohibir. Pidió nuestra bendición y él a su vez nos
bendijo. El Maestro contemplaría aquel primer encuentro con la multitud muy
satisfecho. Y algo semejante sentirían los santos, si son capaces de aumentar
su felicidad, cosa que ignoro.
4.- La
“cátedra de Moisés” es una sede que presidía la sinagoga. Os confieso que en
mis muchos viajes a Tierra Santa, solo he podido ver una, la de Corozaín. En
realidad la que hoy vemos allí es una copia muy bien lograda, la auténtica está
en el Museo de Israel, que es idéntica. No es nada del otro mundo. Un simple
asiento de piedra que ocupaba el Rabí cuando explicaba el texto del rollo donde
estaba escrita la Ley, que le había entregado el responsable de su custodia. No
era nada del otro mundo, pero sentarse allí significaba tener categoría y creerse
que los demás debían estar atentos a sus palabras y acogerlas con rigor, sin
rechistar. Pero ocurría, como ocurre hoy, que “del dicho al hecho, hay un gran
trecho” como dicta el refrán.
5.- Hay gente
dispuesta a acoger y admirar al orador que le cae simpático, que es joven y
atractivo, que posee ademanes estudiados y precisos. Un tal le merece total
confianza. Pero en realidad algunos solo saben repartir simpatías y sonrisas.
Complacen de momento al auditorio. Fuera de él o después, son otra cosa y decepcionan
más tarde. Tal proceder hace mucho daño. Seguramente tendréis alguna
experiencia de ello. Jesús nos previene. Ya sabéis que Dios es misterio, pero
nunca engaña.
6.- ¡Cuánto desearía yo ser considerado maestro! Pero sé que ni lo soy, ni debo parecerlo. Maestro solo es el Señor. Quiero, me gustaría, tengo la ilusión, de ser amigo, de ser hermano. Esto sí que me lo permite el Señor. ¡ojalá lo consiga!. Tal proceder lo recomienda el mismo Pablo en la carta a Timoteo (1 Tm 5,2) Porque pese a que me gusten muchas, muchísimas cosas, y con frecuencia las comunique y me complace hacerlo, lo que quisiera siempre es que puesto a dirigirme a vosotros, o a quien sea, desde mi realidad sacerdotal, fuera aceptado como mensajero de la Palabra de Dios, que es mi propósito siempre. Y escuchada y aceptada con la docilidad que se merece, la pusierais en práctica.