(Malq 1, 14b-2, 2b.
8-10; Sal 130; 1 Tes 2, 7b-9. 13;Mt 23, 1-12)
“El primero entre vosotros será
vuestro servidor. El que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido”.
“Señor, mi corazón no es
ambicioso, ni mis ojos altaneros; no
pretendo grandezas que superan mi capacidad.”
“Revistámonos de concordia, manteniéndonos en la humildad y en la continencia, apartándonos de toda murmuración y de toda crítica y manifestando nuestra justicia más por medio de nuestras obras que con nuestras palabras.” (San Clemente I).
“El séptimo grado de humildad
consiste en que uno no sólo diga con la lengua que es el inferior y el más vil
de todos, sino que también lo crea con el más profundo sentimiento del corazón”
(San Benito, Regla VII).
“Creo va mucho en acostumbrarse a
esta virtud, o en procurar alcanzar del Señor verdadera humildad, que de aquí
debe venir; porque el verdadero humilde ha de desear con verdad ser tenido en
poco y perseguido y condenado sin culpa, aun en cosas graves. Porque si quiere
imitar al Señor, ¿en qué mejor puede que en esto? Que aquí no son menester
fuerzas corporales ni ayuda de nadie, sino de Dios” (Santa Teresa de Jesús, Camino de Perfección 15, 2).
“Hay un estilo mariano en la
actividad evangelizadora de la Iglesia. Porque cada vez que miramos a María
volvemos a creer en lo revolucionario de la ternura y del cariño. En ella vemos
que la humildad y la ternura no son
virtudes de los débiles sino de los fuertes, que no necesitan maltratar a otros
para sentirse importantes” (Francisco, Egangelii
Gaudium 288).
Principio de oro
en el discernimiento espiritual es la humildad. Por eficaz que parezca la tarea
evangelizadora, y el proceso de maduración personal, sin humildad no hay filtro
objetivador, para describir sin en la actividad hay actitud de servicio o
proyección protagonista.