31ª semana del tiempo ordinario. Sábado: Lc 16, 9-15

Estaba Jesús narrando la parábola sobre el administrador, que va a ser echado de la hacienda de un hombre rico. Ese administrador busca la manera de poder vivir después sin tener que trabajar ni pedir limosna. Por eso va haciendo amistad con los deudores a base de rebajarles la deuda que tienen con el amo.

No dice el evangelio si este administrador está haciendo algo muy perverso como es el rebajar la deuda que corresponde al amo, lo cual sería robo, o simplemente no poniendo lo que le correspondería a él, suponiendo que siempre había usura, por lo cual era echado.  Lo que se fija el evangelio es en la astucia con que actúa para poder concluir Jesús que los hijos de las tinieblas normalmente suelen ser más astutos para sus asuntos que los hijos de Dios para el trabajo por la gloria de Dios.

Y continúa Jesús con las palabras que nos trae el evangelio de este día. De hecho las riquezas pueden emplearse para el bien; pero Jesús nos dice muchas veces que es muy difícil. Para la mayoría de la gente suelen ser un obstáculo para tener una verdadera vida cristiana. Entonces ¿qué hay que hacer con el dinero?

En primer lugar podemos decir que la palabra “riquezas” tiene bastante de relativo, pues se puede referir al ámbito intelectual o social, aunque normalmente se refiere a los bienes materiales. Pues bien, hoy nos dice Jesús que con esos bienes materiales nos tenemos que ganar amigos para conseguir las eternas moradas. Dicho más sencillamente, se trata de usarlos de modo que podamos conseguir méritos para mejor poder llegar al cielo.

La forma más sencilla es haciéndolos compartir con quienes no tienen, especialmente con quienes no nos lo corresponderán en este vida. Por lo tanto son amigos que nos ayudarán a conseguir mejor el cielo. Otros amigos pueden ser los ángeles y santos, que están con Dios y, que al hacer el bien, nos acompañan y nos introducen en esas moradas eternas. Normalmente la gente mundana busca amigos que les ayuden en su vivir material. Jesús nos invita a buscar amigos que nos ayuden a salvar el alma.

Luego reflexiona Jesús sobre la diferencia de bienes materiales y espirituales. Estos son inmensamente más importantes, pues nos conducen hacia Dios. Por eso, si a uno que no sabe administrar un poco de dinero no le vamos a dar lo mucho para administrar, podemos concluir que, si no sabemos administrar los bienes materiales, menos podremos administrar los grandes bienes de la gracia.

Y termina Jesús con la gran proposición sobre las riquezas, que dice en otras ocasiones: En la práctica hay una adversidad real entre Dios y las riquezas, de modo que es imposible servir a estos dos amos antagónicos: Dios y las riquezas. El hecho es que, si queremos hacer apostolado, normalmente suele ser necesario el dinero, aunque puede ser que menos de lo que algunos piensan. Pero una cosa es usarlo y otra apegarse a él, que viene a ser relativamente fácil.

Continúa el evangelio diciendo que lo escuchaban algunos fariseos que se burlaban de Jesús, pues eran amigos del dinero. Mucho peor hubiera sido con los saduceos, que eran más amigos del dinero, pero estaban en Jerusalén y especialmente por el templo. Hoy también hay muchos “fariseos” que se burlan cuando la Iglesia repite las palabras de Jesús, cuando dice que hay cosas más importantes que el dinero y que pueden dar mayor felicidad como la inteligencia y sobre todo la gracia de Dios.

Jesús les está hablando a aquellos fariseos que pretenden pasar por justos ante la gente, pero actúan con hipocresía, porque quien les conoce plenamente es Dios. También nos lo dice a nosotros. A Dios es a quien tenemos que agradar con nuestras circunstancias de pobreza o riqueza, ya que un día será Él quien nos ha de juzgar sobre nuestra administración de lo que nos ha concedido en la vida.