DEDICACIÓN DE LA BASÍLICA DE LETRÁN

9 de noviembre

 

“Del zaguán del templo manaba agua hacia levante”. Es hermosa esa imagen que nos trasmite el profeta Ezequiel y que la liturgia proclama en este día (Ez 47, 1-2.8-9.12). De los cimientos mismos del templo de Jerusalén, el profeta ve brotar un abundante manantial de aguas. Este torrente cruza el desierto y llega hasta purificar las aguas salobres del Mar Muerto. De esta forma “habrá vida dondequiera que llegue la corriente”.

Esta visión profética nos introduce hoy en la celebración de esta fiesta de la Dedicación de la Basílica de San Juan de Letrán, consagrada ya en el año 324 a Jesucristo Salvador. Una enorme inscripción grabada en la base de una de las pilastras de la fachada nos la presenta como “Cabeza y Madre de todas las iglesias de la Urbe y del Orbe”.   

Pero la dedicación de esta Iglesia, catedral del Obispo de Roma, nos lleva a dar gracias a Dios por su presencia entre nosotros. Y, sobre todo, a recordar que todos los bautizados somos templo de Dios y que el Espíritu de Dios habita en nosotros, como se lee hoy en la primera carta de San Pablo a los Corintios (1 Cor 3, 9-11.16.17),

 

EL TEMPLO DEL RESUCITADO

 

 En el evangelio que se proclama en esta fiesta, recordamos también la reacción de Jesús ante los mercaderes que inundaban los atrios del templo de Jerusalén (Jn 2, 13-22). A muchos cristianos les agrada imaginar aquel episodio, para afirmar a continuación que también hoy Cristo tendría que limpiar no sólo el templo material sino toda la Iglesia de Dios.

 Y es verdad. Pero el texto evangélico subraya especialmente unas palabras de Jesús que resultaron misteriosas en su tiempo: “Destruid este templo y en tres días lo levantaré”. Bien sabemos que el discurso de Jesús sonaba a blasfemia a los oídos de aquellos que veneraban el templo de Dios más que al Dios del templo.

Sin embargo, el texto evangélico anota oportunamente que “Jesús hablaba del templo de su cuerpo”. Recordar es pasar la historia por el filtro del corazón. Y los discípulos recordaron cordialmente esas palabras cuando Jesús hubo resucitado de entre los muertos. Levantar el templo era para Jesús triunfar sobre la muerte y anunciar la buena noticia de la vida.

 

LA TENTACIÓN DEL MERCADO

 

Además de este sentido cristológico, el evangelio de hoy contiene una importante nota moral. Jesús quiere que tanto nuestro cuerpo como el cuerpo mismo de la Iglesia sean reconocidos como morada de Dios:

• “No convirtáis en un mercado la casa de mi Padre”. En una cultura marcada por la frivolidad, es bueno recordar que nuestro cuerpo y el de los demás es morada de Dios. El respeto al cuerpo es un deber que brota de la fe bautismal. 

• “No convirtáis en un mercado la casa de mi Padre”. En un mundo afectado por el interés, conviene tener presente que también el mundo creado ha de ser respetado como casa de Dios y casa del hombre. La ecología y la ecoética son impensables si se pierde la esperanza en el futuro.

• “No convirtáis en un mercado la casa de mi Padre”. En un mundo señalado por el individualismo, es necesario redescubrir el valor de la comunidad. La Iglesia es el lugar donde se nos revela Dios. Y nada puede hacerle perder ese carácter sagrado. 

 - Padre nuestro celestial, el misterio de nuestros templos nos lleva a vivir de forma que quienes se acerquen a ellos, a nuestro cuerpo y a tu Iglesia, perciban tu presencia paternal y tu misericordia. Bendito seas por siempre, Señor. Amén.