32ª semana del tiempo ordinario. Jueves: Lc 17, 20-25

Muchas veces hablaba Jesús del Reino de Dios o Reino de los cielos, que es lo mismo. Ya desde que comenzó su predicación decía que “el Reino de Dios está cerca”. Se refería al reino de la gracia, del amor, de la paz, el reino de la justicia. Y lo iba exponiendo con diferentes parábolas. Esa expresión del “Reino de Dios” no era una novedad. La novedad estaba en el sentido que Jesús lo iba dando. Porque también los fariseos hablaban del “Reino de Dios”; pero siempre en un sentido materialista, unido a la religiosidad y al culto a Dios. Para ellos el Reino de Dios vendría cuando la Ley fuese conocida por todos y practicada por la mayoría. Entre los fariseos había diferencias, pues unos pensaban que tardaría mucho tiempo y otros se aventuraban a poner un tiempo más corto para la venida de ese Reino, que debía coincidir con la venida del Mesías. Por eso le preguntan a Jesús: cuándo llegará el Reino de Dios.

Jesús no responde directamente a la pregunta, ya que ellos tienen un concepto diferente de dicho Reino. Jesús ya había explicado algunas características sobre el Reino, ya les había dicho que el Reino de Dios no es, como ellos se figuran, un reino con ejércitos, con palacios, etc.; ni siquiera consiste en un Reino de religiosidad con templos, sacerdotes, etc., aunque esto pueda ayudar. Ahora les dice que el Reino de Dios no viene ostensiblemente porque está dentro de nosotros. Por eso es difícil verlo para los que no tienen fe, ni juzgar si Dios reina más en un pueblo que en otro.

Todavía hay personas que miden el reinado de Dios por el tamaño mayor o menor de su templo, por otros aspectos externos de la religiosidad o por apariciones o revelaciones ostentosas. Jesús nos dice que el reinado de Dios está sobre todo en los corazones, está dentro de nosotros, y eso no se ve. En otros momentos lo compara a la semilla que va creciendo sin hacer ruido o a la levadura que no se ve, pero fermenta toda la masa. Y respondiendo un poco más directamente sobre el cuándo vendrá, Jesús les dice a los fariseos que ese Reino de Dios ya está “entre ellos”. Porque de hecho ya estaba Jesús, a quien se le veía como un hombre cualquiera, pero era el Hijo de Dios venido entre nosotros. También había personas en cuyos corazones Dios reinaba con amplitud, como lo sería cada vez más en el mundo por medio de la predicación de los apóstoles y la gracia de Dios que se derramaba por los corazones.

Un día ese Reino será pleno. A los apóstoles les enseña que un día vendrá con gloria, como un relámpago fulgurante. En esta vida para algunos Cristo se puede manifestar como un relámpago vivo y fugaz; pero, como estamos envueltos en miserias espirituales que nosotros mismos nos fabricamos, tendrá que haber sufrimientos y cruces, como primero soportó el mismo Jesús para salvarnos.

A los apóstoles también les convenía mucho conocer estas ideas de Jesús, pues hasta el final de la vida de Jesús pensaban en un Reino material y terreno. Tuvo que venir el Espíritu Santo para enseñarles profundamente la doctrina de Jesús. Cuando nosotros rezamos el padrenuestro, como Jesús nos enseñó, al decir: “venga a nosotros tu Reino”, es posible que en el fondo del alma esté aún latente el deseo de un triunfo externo de Cristo y de la Iglesia. A veces el verdadero reinado de Dios en el corazón es difícil separarlo de lo que es un triunfo externo y material. Ciertamente que es difícil separar los sentimientos, porque a veces va todo un poco junto.

De hecho el reinado de Dios es una realidad, aunque no la veamos, en tanta gente buena, en la vitalidad de los sacramentos, en los sencillos y humildes. Recordamos el suceso del profeta Elías, cuando siente que Dios sale a su encuentro: No lo siente ni en el trueno, ni en el fuego ni en el terremoto, sino en el suave murmullo, símbolo del amor suave y profundo de Dios para todos nosotros. Lo importante es ofrecernos a Dios cada uno para que Dios reine en nuestro corazón y poco a poco ese reinado se irá esparciendo por el mundo.