COMPARTIENDO EL EVANGELIO

Reflexiones de Monseñor Rubén Oscar Frassia

(Emitidas por radios de Capital y Gran Buenos Aires)

Trigésimo tercero durante el año, Ciclo A

Evangelio según San Mateo 25,14-30 (ciclo A)

Jesús dijo a sus discípulos esta parábola: El Reino de los Cielos es como un hombre que, al salir de viaje, llamó a sus servidores y les confió sus bienes. A uno le dio cinco talentos, a otro dos, y uno solo a un tercero, a cada uno según su capacidad; y después partió. Enseguida, el que había recibido cinco talentos, fue a negociar con ellos y ganó otros cinco. De la misma manera, el que recibió dos, ganó otros dos, pero el que recibió uno solo, hizo un pozo y enterró el dinero de su señor. Después de un largo tiempo, llegó el señor y arregló las cuentas con sus servidores. El que había recibido los cinco talentos se adelantó y le presentó otros cinco. 'Señor, le dijo, me has confiado cinco talentos: aquí están los otros cinco que he ganado'. 'Está bien, servidor bueno y fiel, le dijo su señor, ya que respondiste fielmente en lo poco, te encargaré de mucho más: entra a participar del gozo de tu señor'. Llegó luego el que había recibido dos talentos y le dijo: 'Señor, me has confiado dos talentos: aquí están los otros dos que he ganado'. 'Está bien, servidor bueno y fiel, ya que respondiste fielmente en lo poco, te encargaré de mucho más: entra a participar del gozo de tu señor'. Llegó luego el que había recibido un solo talento. 'Señor, le dijo, sé que eres un hombre exigente: cosechas donde no has sembrado y recoges donde no has esparcido. Por eso tuve miedo y fui a enterrar tu talento: ¡aquí tienes lo tuyo!'. Pero el señor le respondió: 'Servidor malo y perezoso, si sabías que cosecho donde no he sembrado y recojo donde no he esparcido, tendrías que haber colocado el dinero en el banco, y así, a mi regreso, lo hubiera recuperado con intereses. Quítenle el talento para dárselo al que tiene diez, porque a quien tiene, se le dará y tendrá de más, pero al que no tiene, se le quitará aun lo que tiene. Echen afuera, a las tinieblas, a este servidor inútil; allí habrá llanto y rechinar de dientes'.

FRUCTIFICAR LOS TALENTOS

Esta parábola de los talentos supone el riesgo de la responsabilidad; saber que está la gracia, saber que Dios obra, saber que nadie puede hacer algo sin  la ayuda de Dios -eso está como condición porque Dios siempre nos ayuda- pero el Señor no obra mágicamente sino que está pidiéndonos una respuesta y una atenta colaboración.

Esto se llama respuesta, colaboración, decisión, pertenencia, responsabilidad. Cada uno tiene que responder porque Dios, que puede superar muchas cosas, nunca va a suplantar en nosotros lo que es la respuesta del corazón. Con el corazón amamos, servimos y respondemos. ¿Qué corazón tiene cada uno de nosotros? Uno podrá tener distintas fragilidades en varios ámbitos, pero el corazón tiene que estar unido a Dios ya que es el centro de la Vida, es el centro del mundo y es el centro de la Iglesia. Y ante este don que Cristo nos regala tenemos que obrar responsablemente.

En el Evangelio, ante la excusa del último -que tenía miedo de perder el talento, que lo guardó, enterró en un pozo y no lo produjo- uno podría decir que la Iglesia debe ser tan prudente, tan prudente, que luego esa prudencia puede llegar a ser una simulada pereza o una omisión. ¡Hay que adelantarse, hay que ser creativos, hay que ser audaces, hay que animarse a salir y dar testimonio del Espíritu de Dios, fortalecer y hacer producir los talentos que nos ha dado! La Iglesia, no es una iglesia que conserva las cosas para más adelante y nada más. La Iglesia vive en el Espíritu y nosotros tenemos que vivirlo también.

Que tengamos la dicha, la capacidad y la respuesta de hacer fructificar los talentos, no de guardarlos por miedo a perderlos. Prefiero que nos equivoquemos, pero que tengamos el coraje de ser responsables y animarnos y no que por miedo a perderlos nunca hagamos nada. El que hace, se equivoca y lo reconoce, está bien; pero el que no hace nada por miedo a equivocarse, está mal. Tengamos responsabilidad y asumamos el riesgo del talento que Dios nos ha confiado, personal y eclesialmente.

Les dejo mi bendición: en el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén