Domingo, 13 Nov. 2011; 33 ord. A: Mt 25, 14-30
Estamos terminando el año litúrgico y todos
los años por estas fechas
Hoy Jesús con esta parábola
de los talentos nos quiere dar una gran lección: que con los dones que Dios nos
da no solamente no tenemos que hacer el mal, sino que debemos hacer
positivamente el bien. También podía tener otras finalidades la parábola, como
era el recordar de nuevo Jesús a los jefes religiosos de Israel que ellos no
tenían la exclusiva de las gracias de Dios, como así se lo recordaba Jesús de
varias maneras en las últimas semanas de su vida. Dios quiere que todos se
salven, y por lo tanto, si ellos se quedan inactivos y no hacen algo positivo
para que otros conozcan la bondad de Dios, tendrán un severo castigo, aunque
hayan sido predilectos de Dios.
También podemos ver una
aplicación de la parábola a la misma vida de Jesús y de las primitivas
comunidades. Jesús se va a marchar, primeramente en la muerte y sobre todo en
Dios distribuye sus gracias
de forma desigual. Hay algunos que creen que esto es una injusticia; pero cada
uno tiene sus propias particularidades. La injusticia sería si alguno no
tuviera posibilidades de salvación. Es de anotar cómo el amo de la parábola, al
premiar al que ha duplicado los cinco talentos y al que ha duplicado los dos
talentos, les dice exactamente las mismas palabras, porque los dos han
trabajado según las posibilidades que tenían. Dios es libre y a veces
sorprendente al dar sus gracias; pero lo que cuenta es el esfuerzo y el
rendimiento proporcionado a las gracias.
El mensaje principal de hoy
está en el que no pone a fructificar el talento que recibe. Ser cristiano no
significa sólo no hacer el mal, como el que dice: “yo no robo ni mato”. Si no
hace cosas buenas con los dones recibidos, es señal de que está haciendo algún
mal. Y esto es porque una riqueza que se queda muerta o sin invertir, se devalúa.
Quien no multiplica lo que tiene, lo dilapida. Por lo tanto quien esconde su
talento, ha escogido una seguridad falsa. De hecho es actuar por egoísmo,
porque cuando hay amor, se busca aumentar los bienes de la persona amada. A
aquel hombre perezoso el amo le castiga no porque haya malgastado el dinero o
porque haya robado, sino porque no ha aumentado ese dinero.
Dios nos da muchos bienes,
unos son naturales como la vida, la salud, la inteligencia, las habilidades,
otros son sobrenaturales como la fe, los sacramentos, la palabra de Dios, la
comunidad cristiana. Con todo ello debemos producir muchos bienes, ayudados por
la gracia de Dios. Por eso debemos atender a los pecados “de omisión”, de los
cuales nos tenemos que arrepentir. Al buen árbol frutal se le estima sobre todo
por los frutos que da. A continuación de esta parábola el evangelista nos dirá
sobre qué frutos nos pedirá cuenta el Señor, para bien o para mal: las obras de
misericordia. En el juicio final se nos preguntará por lo que pudimos hacer y
no hicimos. Esta omisión de caridad hacia “los hermanos más pequeños” será
causa de castigo. Ojalá que ese día podamos escuchar de los labios de Jesús:
“Muy bien, eres un empleado fiel y cumplidor”. Y nos dará el premio eterno.