33ª semana del tiempo ordinario. Lunes: Lc 18, 35-43

Jesús iba camino hacia Jerusalén. Ya estaba cerca, a unos 30 kilómetros, en una hondonada junto al mar Muerto. Iba a comenzar la ascensión hacia la ciudad. Es un camino terrenal, pero también es un camino ascensional hacia la entrega total al Padre y era una enseñanza viva para los apóstoles. Hoy Jesús hace un milagro que les impactó mucho, porque recuerdan el lugar, Jericó, y san Marcos nos dice que el ciego se llamaba Bartimeo. Es una lección viva también para ellos, pues dice el evangelista que no acababan de comprender que Jesús debía manifestarnos todo su amor con la entrega total de su vida en Jerusalén. Estaban como ciegos.

Para nosotros tiene muchas enseñanzas este suceso. Llegan a Jericó donde un ciego estaba al borde del camino. En el espíritu hay muchos ciegos. Algunos se las dan de entendidos y hablan mucho de religión; pero si no tienen la vivencia de estar con Jesús y seguirle en su vida, en realidad son ciegos. Todos estamos al menos un poco ciegos. Pero Bartimeo había tenido la suerte de haber oído hablar de Jesús. Alguno le habría contado cosas grandiosas sobre El, y cuando oye que es Jesús el que pasa, se pone a gritar. Le llama “hijo de David”, que es lo mismo que Mesías, y continúa gritando. Hay muchos ciegos en la vida. Lo peor es que no saben cómo salir de esa ceguera, porque no les han hablado de Jesús y de su amor redentor.

Tenemos que aprender a gritar a Dios. Es un signo de fe. Si no nos atrevemos a hacerlo de una manera externa, al menos lo hagamos desde lo íntimo de nuestro corazón. Habrá momentos de angustia, pero sobre todo momentos en que sabemos que necesitamos una gracia especial de Dios para levantarnos del pecado. Gritemos, que Dios está atento al pobre y necesitado que le grita, como se dice en los salmos.

No es fácil, porque encontraremos dificultades, Aquel ciego oyó que varios de la gente, egoístas ellos, le pedían que se callase, que les dejase en paz; pero el ciego gritaba más. Cuando queremos gritar a Dios, sentiremos las tendencias mundanas que nos quieren llevar a falsas alegrías y a la falsa paz. Pero gritemos, porque Jesús nos escucha y nos llamará, como llamó al ciego.  

Jesús pide la colaboración precisamente a quienes antes impedían al ciego a que se acercase. Ellos también aprendieron a ayudar y le llevaron donde estaba Jesús. Cuando ya Jesús le tuvo delante le preguntó: “¿Qué quieres que te haga? Bien lo sabía Jesús; pero quería escuchar la oración de parte del mismo ciego.

 Queda claro que lo que quiere aquel ciego es el poder ver, y Jesús le da la visión total: la visión del cuerpo y la visión del alma. Por eso le dice: “Anda, tu fe te ha salvado”. Este “estar salvado” es la consecuencia de una gran fe, que aquel ya vidente actualiza con la primera mirada en Jesús, que es nuestra salvación. Desde ese momento de algún modo es ya discípulo de Jesús. Por eso se pone en camino y “le sigue”. Aquí el seguir a Jesús es mucho más que un simple caminar entre el polvo de la tierra. Es un signo de lo que nosotros debemos hacer un poco más desde este día. Si hemos gritado a Jesús, no nos contentemos con un sentir una cierta paz, sino que aprendamos más y mejor su doctrina y le sigamos.

Hay gente que cree ver y en su corazón no ve, y hay gente deficiente en lo exterior, pero que sus sentidos interiores están pujantes. Dicen que S. Francisco de Asís compuso su cántico al sol cuando ya estaba ciego. Y san Juan de la Cruz cantó hermosamente a los montes y bosques y a las flores cuando llevaba meses en la prisión. También Beethoven componía grandiosas obras musicales, cuando estaba ya sordo. Un día esperamos ver “cara a cara el rostro del Señor”. Ahora sabemos que caminamos entre las oscuridades de la fe, pero vamos adivinando las maravillas de Dios. Poder ver estas grandiosas realidades de nuestra vida con amor es lo que debemos pedir hoy intensamente al Espíritu Santo.