1ª semana de Adviento. Miércoles: Mt 15, 29-37

Estamos en el tiempo de adviento, cuyo signo y emblema podríamos decir que es la esperanza. Dios siempre nos ama y muchas veces podemos experimentar este gran amor de Dios en nuestra vida; pero estamos mezclados con las miserias que provienen de los muchos pecados de la humanidad. Por eso en esta vida debemos esperar un “cielo nuevo y una nueva tierra” que Dios nos promete. De ahí la esperanza, que nos une directamente con Dios, nuestro Padre del cielo. Hoy se nos invita a mirar a ese final, que será como un gran banquete eterno, que ya el profeta Isaías anunciaba para los tiempos mesiánicos. Jesús comienza a hacerlo realidad en los pobres y necesitados curando enfermos y dando de comer a una multitud hambrienta. Son signos del bien que Dios va dando, y mucho más preparando, para los que ponen su confianza en El.

Dice el evangelio que Jesús había venido del territorio de Tiro y Sidón, donde había ido con sus discípulos para estar un poco más a solas con ellos. Al llegar de nuevo a Galilea se le unió una gran muchedumbre y Jesús seguía con lo suyo, que era exponer su palabra sobre el reino de Dios y hacer el bien a todos los enfermos que acudían a Él. San Mateo nos da una lista de diversas miserias humanas, que eran precisamente las miserias que ya habían anunciado los profetas que el Mesías curaría. Pero pasaban los días y la gente seguía ansiosa de estar con Jesús. Ya no tenían para comer. Jesús se dio cuenta, tuvo compasión de la gente e hizo ese gran milagro de multiplicar aquellos pocos panes y peces que le ofrecieron para repartir.

En el evangelio de san Mateo es la segunda multiplicación. Dicen algunos que quizá sólo hizo una multiplicación y ésta fue una repetición del evangelista por lo importante del milagro. A nosotros nos importa conocer los sentimientos del Corazón de Jesús y sacar las consecuencias importantes para nuestra vida en el espíritu.

Jesús hace el bien, sin mirar a quien, como suele decirse. Cuando está curando enfermedades no tiene en cuenta si son paganos, extranjeros o fieles del pueblo. Lo que sí pide es que tengan fe, aunque a veces ni lo manifiesten. Cuando se trata de dar de comer, ni siquiera mira si se tiene fe. Sólo ve la necesidad. Me recuerda lo que decía la beata Madre Teresa de Calcuta cuando ayudaba a los moribundos tirados en la calle: no miraba si eran de una religión o de otra. Ella miraba la necesidad y buscaba poner mucho amor. Eso era un reflejo de la enseñanza de Jesús en su vida.

Jesús, al ver la necesidad, llama a sus amigos para hacerles partícipes de sus sentimientos. Y les pide colaboración. Ellos buscan y encuentran siete panes y unos pececillos. Jesús hará lo demás. Hoy también Jesús sufre con los que sufren y sigue pidiendo colaboración a sus amigos. En el mundo hay mucha hambre material y espiritual. Nosotros no somos perfectos, pero en medio de nuestras miserias, podemos consolar al Corazón de Jesús y podemos ayudar a enjugar muchas lágrimas y podemos ayudar a que muchos puedan glorificar a Dios como entonces muchos, que veían las maravillas realizadas por Jesús, glorificaban el nombre del Señor.

También Jesús les enseñó a sus discípulos a no desperdiciar lo que sobraba, sino que mandó recogerlo. Hoy hay mucho hambre en el mundo porque se desperdicia mucho y porque falta solidaridad. Dicen que sólo con el coste de las armas habría para alimentar suficientemente a todo el mundo. En el espíritu, que al fin y al cabo es lo principal, nosotros tenemos el gran alimento de la Eucaristía. A veces no lo estimamos suficientemente, y a veces hasta se desprecia. En este día apreciemos este alimento que Jesús nos da en abundancia para estimular nuestra fe y tener fuerza suficiente en nuestra lucha contra el mal. Con él podemos vencer nuestro egoísmo y formar una comunidad más justa. Esto sería un verdadero milagro que Dios haría muy gustoso, ya que para ello sólo quiere nuestra colaboración en lo poco que podemos darle. Después El hará lo demás y nos llenará de su amor. Esta es nuestra esperanza.