1ª semana de
Adviento. Viernes: Mt 9, 27-31
Estamos en la primera
semana de Adviento y viene bien reflexionar que para seguir el camino que nos
traza Jesús, que es para nuestro bien y salvación, necesitamos verlo. Es un
camino espiritual, donde puede haber ciegos materiales que no ven bien y lo
siguen, mientras que muchos, que ven bien lo material, están ciegos ante las
realidades y esplendores del espíritu.
Hoy trata el evangelio de
dos ciegos que consiguen su curación de parte de Jesús. San Mateo que, por
dirigir su evangelio a los de raza judía, se acomoda más al lenguaje y cultura
de Palestina, parece ser que pone dos ciegos donde otros evangelistas hablan
sólo de uno. Dicen algunos entendidos que san Mateo, además de dar el mensaje
propio del milagro, quiere señalar la fuerza del testimonio de la fe, por
aquello de que los israelitas necesitaban el testimonio de dos testigos para
que tuviera verdadero valor dicha verdad.
La plegaria de aquellos dos
ciegos es muy propia del Adviento: “Señor, ten piedad de nosotros”. Al comienzo
del camino hacia Dios, que podemos considerar el año litúrgico, debemos
sentirnos como niños necesitados de la mano de Dios. Él nos recoge y nos guía.
En la búsqueda de Dios, el Adviento nos enseña a seguir el camino. Por eso
debemos tener los ojos bien abiertos. Y lo suplicamos a Dios.
Jesús parece no atenderles
enseguida. Esto tiene dos explicaciones. La primera, y lo vemos en varios
milagros, es para que la fe de aquellos dos hombres se fortalezca y se acrisole,
ya que va unida con mucho lastre de falta de rectitud en la intención y del
conocimiento hacia Jesús. Ellos le habían llamado “hijo de David”, pensando
quizá sólo en poderes materiales de liberación patriótica. Jesús siempre
pretende que crean en Él sobre todo como libertador en el espíritu.
Otra razón, dicen algunos,
que era el deseo de Jesús de no montar un espectáculo, sino de tener un
encuentro íntimo. Por eso sólo les atendió cuando llegó “a casa”. Por la misma
razón, después de curarles, les dice que no lo publicaran. La razón es porque
la gente entendería el suceso de manera diferente, en el sentido material, como
si Jesús pudiera ser quien les guiara a batallas materiales. Pero Jesús es el
sanador de corazones y Él busca nuestra intimidad.
En la primera lectura vemos
al profeta Isaías que entre las señales de los tiempos mesiánicos anuncia que
los ciegos iban a ver: algunos de forma material y otros muchos en sentido
espiritual. Si nosotros nos ponemos en apertura para la actuación de Dios, estos
tiempos podrían ser también “tiempos mesiánicos”, pues muchos ciegos
espirituales podrían comenzar a ver.
Ver en el espíritu es tener
fe. Claro que en esta vida nunca habrá plenitud en la visión. La fe no es
certeza, no da seguridad completa, sino que se va conquistando paso a paso,
entre caídas y temblores, en medio de una lucha constante. Estas pruebas de la
fe logran que sea auténtica.
Así fue con aquellos dos
ciegos. Parecía que Jesús no les atendía; pero ellos seguían clamando.
Igualmente nos suele pasar a nosotros. Jesús quiere la perseverancia porque se
va purificando la fe: debemos creer en Dios más como Padre que nos quiere y
conoce mejor lo que necesitamos para el bien del alma. Vayamos purificando las
escorias que hay en la fe, como pueden ser muchos intereses materialistas,
distracciones, pasiones, egoísmos, orgullos, etc.
En el salmo responsorial de
este día decimos: “El Señor es mi luz y mi salvación”. Cuanto más unidos
estemos con Dios, veremos mucho mejor la realidad de las cosas, veremos mejor
el “sentido de la vida”, para qué estamos aquí y dónde vamos. Y, como nos
costará seguir el camino recto, proclamamos que “El Señor es nuestra
salvación”. Esto lo consideramos especialmente en este tiempo preparatorio a